Sección: Editoriales / Suplemento Cultural
El hundimiento del carguero alemán “Phrygia”
Por: Aurelio Regalado Hernández
10/12/2012 | Actualizada a las 11:24h
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(I)
La noche del 15 de noviembre de 1940,
cuatro buques alemanes que se encontraban en los muelles de Tampico desde hacía
más de un año a causa de la guerra en Europa, levaron anclas y se prepararon
para zarpar. Se suponía que lo hacían en secreto. Sólo se suponía, pues muchos
en el puerto, sobre todo los espías estadounidenses e ingleses, supieron que se
marchaban.
Los miembros de la tripulación se habían dado
a notar en la ciudad desde que a mediados de 1939 se les ordenó permanecer en ella
para evitar que fueran atacados y hundidos por los acorazados ingleses y
holandeses que vigilaban el Atlántico. Los tampiqueños se acostumbraron pronto
a su presencia. Altos, rubios y hablando una lengua extraña, era imposible que
pasaran desapercibidos. Durante el día se les había visto deambular por
distintos rumbos de la ciudad, aunque al anochecer se reunían en la colonia Morelos, donde bebían y comían
mariscos y donde algunos de ellos habían hecho concubinato con tampiqueñas,
procreando incluso.
Los alemanes no eran los únicos. Se veía
también en plazas y bares a centenares de italianos pertenecientes a la
tripulación de nueve buques que permanecían en los muelles en condiciones
similares. Todos eran, de alguna manera, representantes del fascismo, y por
influencia suya en los muros de no pocos hogares de las colonias Morelos y La
Puntilla pendían retratos de Hitler y Mussolini, y jóvenes y niños de esos
barrios hacían el saludo nazi y coreaban consignas fascistas cual si se tratara
de un divertido juego.
La primera embarcación que despegó de los
muelles y enfiló su proa hacia la desembocadura del Pánuco fue “Iderwald”,
aproximadamente a las 22:30, capitaneada por Heinrich Frounke. Diez o quince
minutos más tarde le siguió “MS Rhein”, a cargo del capitán Enno Ullfe. Casi a
las veintitrés horas zarpó “Phrygia”, al mando de Fritz Scgewett, tomando la
misma dirección. El “Orinoco”, el cuarto barco, partió después de la media
noche, cuando bajaron de a bordo las autoridades portuarias y aduanales.
En tales momentos, según Alardo Pratts, de
la revista “Así” (existente en aquella época), “en la ribera, en el muelle, se
agitaron pañuelos. Mujeres jóvenes lloraban. Algunas, que levantaban en sus
brazos niños chiquitos proclamaban frente a la noche profunda y los barcos que se alejaban, que aquello no era el adiós
de los puertos. Los hijos de aquellos marinos alemanes que partían a un
incierto y azaroso destino eran agitados por sus madres como una bandera, como
una desesperada llamada de pronto retorno”.
Aquellas tampiqueñas tenían razón en estar
apesadumbradas. La guerra podía devolverles despojos de aquellos marinos, pese
a que los buques oficialmente no eran bélicos y la tripulación carecía de
entrenamiento militar y de armamento. Ahí, en La Puntilla y en la Morelos quedaban
sombrías las hortalizas que habían trabajado los alemanes más laboriosos, los
que alentados por las circunstancias habían decidido hacer vida familiar y
hacerse cargo de la alimentación de su mujer e hijos. Porque debemos entender que no todos
eran fanáticos del Führer.
Quedó registro en la Capitanía de Puerto
que el destino del “Idarwald” era la costa de Vigo; el del “MS Rhein”, Santa
Cruz de Tenerife; el del “Phrygia”, La Coruña, y el del “Orinoco”, Las Palmas.
Nombres de trámite, porque todos a bordo sabían que iban a una aventura
peligrosa en la que las posibilidades de alcanzar el puerto de destino eran
prácticamente nulas, a no ser que recibieran toda la protección del ejército
nazi.
Los primeros tres buques del convoy alemán
alcanzaron la bocana, donde a escasa distancia se desplazaba vigilante el
cañonero “Querétaro”, de la Armada mexicana, capitaneada por el comandante
Cuauhtémoc Pérez Zavala. Al salir a altamar –dice Pratts--, las embarcaciones
“tomaron rumbos diferentes, desplegándose en forma de abanico: el “Phrygia”
marchó de frente, mientras el “Iderwald” torcía el rumbo hacia el sur y el “MS
Rhein” hacía lo mismo hacia el norte. Navegaban sin perderse de vista”.
Mucho muy rezagado flotaba el “Orinoco”,
hermoso buque de color gris que parecía ser llevado por la fuerza a lo largo
del Pánuco. Convenientemente, la nave dejó de avanzar poco antes de llegar a la
barra, luego de escucharse un ruido ensordecedor en el cuarto de máquinas
causado por la rotura de una pieza vital para su funcionamiento, irreparable
además e inconseguible en estas latitudes. Nunca se supo oficialmente lo que
pensaron los superiores allá en Alemania, pero aquí se especuló rápidamente que
había sido la misma tripulación la que había “castigado” deliberadamente la
pieza para que reventara antes de ganar océano.
Los alemanes del “Orinoco” observaron las
luces de las tres naves amigas que se desplazaban a lo lejos, así como las del
cañonero mexicano. La noche era fría, pero el cielo estaba despejado. Todo
permanecía en el lugar en que lo había colocado el autor de ese cuadro inmenso
y profundo. El caos parecía imposible, pero tal percepción era un error porque,
de pronto, los tres barcos empezaron a virar lentamente sus proas hacia la
costa. El “Idarwald” se desplazó con velocidad hacia la bocana, en tanto que el
“MS Rhein”, lerdamente parecía regresar escoltado por el “Querétaro”. El que
se movía muy poco de su posición era el “Phrygia”. Los del “Orinoco” se enteraron
por radio de lo que estaba ocurriendo. Cañoneros aparentemente ingleses estaban
muy cerca y amenazaban con atacarlos. De pronto, y sin mediar explosión, el fuego
abrazó al “Phrygia”.
(Agradecimiento
total a la señora Hilda Benítez de Pérez por su testimonio y su aporte
documental para la elaboración de este trabajo).
aurelioregalado@yahoo.com.mx
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