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Sección: Editoriales / Suplemento Cultural

El “Cielito lindo”, primer himno a Tamaulipas

Por: Varios autores 20/02/2013 | Actualizada a las 22:37h
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por Aurelio Regalado Hernández            
 
El 13 de marzo de 1918, el general Luis Caballero, candidato “verde” a la gubernatura de Tamaulipas, se declaró triunfante en los comicios. Su adversario, César López de Lara, el candidato “rojo”, cantó también victoria, de tal forma que ese día hubo dos gobernadores “electos” para una sola entidad federativa. Esto derivó en una crisis de poder, pero ante todo legislativa, pues los diputados fieles a cada bando reconocieron a uno y a otro.
 
No hubo en la entidad persona o recurso que resolviera el entramado, de ahí que el presidente Carranza optó por llamar a los dos políticos a la ciudad de México con la idea de sentarlos frente a su escritorio a negociar. Los dos marineros atendieron el llamado de su capitán, pero como dice Ciro R. de la Garza, antes de partir, Caballero “solicitó licencia a su legislatura… dejando como encargado del gobierno, con el carácter de interino, al general don Emiliano Próspero Nafarrete”, gran amigo suyo y uno de los revolucionarios que echaron de Tampico a los huertistas en mayo de 1914.
 
Nafarrete era un hombre rústico de confuso discurso (cantinfleaba), pero combativo a más no poder. Valiente y bravo de pies a cabeza, su participación en el movimiento armado había sido vital para el triunfo carrancista en el norte, bajo las órdenes del general Pablo González. Don Emiliano tomó muy en serio, pues, el encargo de sustituir por unos días a Caballero.
 
Pero no cumplía aún 48 horas como gobernador sustituto cuando “sancionó un decreto (el número 41, aprobado en seguida por los diputados), en el que declaraba como himno general tamaulipeco (la canción) el Cielito Lindo”. Por supuesto que no es una broma, y para que nadie ponga en duda la veracidad del ordenamiento exhibo su contenido, tal como lo cita De la Garza Treviño:
 
“Emiliano P. Nafarrete, gobernador interino constitucional del estado libre y soberano de Tamaulipas, a todos sus habitantes, sabed… Que el Congreso del mismo… en nombre del pueblo que representa, decreta:
 
Artículo 1º.- Se declara Himno Nacional Tamaulipeco el hermoso Cielito Lindo, que se tocará en todas las ceremonias oficiales y en todos los lugares donde se presente el ciudadano gobernador.
 
Artículo 2º- Es obligación de todos los habitantes del estado oír de pie y descubiertos (es decir, sin gorro o sombrero) el himno que se decreta.
 
Artículo 3º.- Publíquese por bando y pregón hasta en los más apartados rincones del estado.
 
“Dado en el salón de sesiones del H. Congreso del estado en Ciudad Victoria a 15 de marzo de 1918. F. Trejo, diputado presidente; Zeferino Fajardo, diputado secretario; A. Aguirre Garza, diputado secretario.
 
“Por tanto mando se imprima, circule, publique por bando y pregón, y se le dé el debido cumplimiento.   
 
 “El gobernador Constitucional Interino: E. P. Nafarrete”.
 
 ¿Qué buscaba Nafarrete con este decreto que parece un tanto absurdo si lo pasamos por el tamiz de las reglas de etiqueta institucional, de las formas rígidas de la política de Estado? ¿Buscaba el general un pedazo del pastel de la historia –lo cual es improbable porque ya lo tenía ganado-- o amaba tanto esa popular pieza que decidió imponerla como un canto a Tamaulipas?
 
Debemos creer que fue esto último, pues no hay que olvidar que el general era un hombre de burdas costuras culturales, y que precisamente durante la época revolucionaria la canción había sido creada y puesta a viajar sobre los trenes villistas y carrancistas, y a cabalgar sobre los corceles del sureste. Se sabe que el autor, Quirino Mendoza y Cortés –hijo de un pueblito cercano a Xochimilco— compuso el “Cielito Lindo” durante las semanas posteriores a la Decena Trágica, y que una vez impresa en aquellos cancioneros que se vendían al mejor postor, fue cantada con alegría por los revolucionarios entre los viajes y las batallas.
 
Al general Nafarrete, como parece obvio, la canción le conquistó y le llevó hasta el frenesí durante sus exitosas campañas antihuertistas en el estado de Tamaulipas, todo lo cual se suma a los justificantes del singular decreto número 41 que expidió como gobernador interino. No debe quedarnos ninguna duda de que en los días siguientes al 15 de marzo de 1918 (mientras Caballero y López de Lara se retaban a un duelo que terminó en balacera, con muertos y heridos, en el Castillo de Chapultepec), el Cielito Lindo se cantaba en algún acto oficial en Ciudad Victoria –ya como himno de Tamaulipas-- ante la presencia de Nafarrete: De la Sierra Morena,/ cielito lindo, vienen bajando/ un par de ojitos negros,/ cielito lindo, de contrabando…”
 
Empero, como el diferendo entre los “dos gobernadores” de Tamaulipas no alcanzó el punto del arreglo digno, el presidente Carranza decidió no reconocer a ninguno. Lógicamente, dicha determinación afectó el “himno” de Nafarrete. Dice Ciro R. de la Garza que al declarar el Senado la nulidad de las elecciones, “el decreto… no llegó a tener fuerza de ley”.
 
El desenlace de este pasaje de la historia tamaulipeca tuvo dos vertientes en dos momentos y escenarios distintos. En primer lugar, la noche del 11 de abril de 1918 el general Nafarrete fue asesinado “por los rumbos del Barrio de la Unión” de Tampico. El bragado jefe revolucionario, y libertador del puerto en 1914, cayó al ser impactado por una bala que vomitó la pistola del sargento lopezlarista Trinidad Guajardo.
 
La otra vertiente del final de este episodio ocurrió en Ciudad Victoria el año 1926, cuando el gobernador Emilio Portes Gil adoptó como himno de Tamaulipas el Himno a Matamoros, haciéndole algunos ajustes a la letra escrita por el profesor Rafael A. Pérez.

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