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El Cerebro Magnífico de Darío

Por: Roberto León González Alexandre 06/03/2013 | Actualizada a las 19:32h
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II
por Roberto León González Alexandre
 
El poeta Rubén Darío, cansado de vagar por Europa regresa a Nicaragua en diciembre de 1915. El 7 de enero de 1916 llega a la ciudad de León donde pasó buena parte de su infancia y juventud, sólo para morir allí mismo 30 días después, el 6 de febrero.
 
Darío arribó a León seguido de su segunda esposa: Rosario Murillo, alias La Garza Morena, atrás de ellos venía toda una comitiva variopinta de hombres extraños y extraordinarios; seres sacados de un zoológico humano, si fuera correcto decirse así. Cauda desconcertante que el poeta acostumbraba a arrastrar consigo en todos sus viajes.
 
Entre estos personajes se encuentra su médico de cabecera de toda la vida: el doctor Henry Debayle, descendiente directo, presumía él, del insigne escritor de origen francés Henry Beyle, mejor conocido como Stendhal, autor de la afamada novela Rojo y negro, que marcaría toda una época literaria.
 
El doctor Debayle fue el introductor de la primera máquina de rayos X en Nicaragua, de igual modo introdujo algunas otras novedades peregrinas de la ciencia de su tiempo. De las más nefastas podemos mencionar los estudios frenológicos de Paul Broca, quien descubrió en el cerebro el núcleo generador del habla, y su laboratorio era un enorme museo de cerebros embotellados en formol.
 
Debayle siguió igualmente los estudios de Cesare Lombroso quien contaba a su vez con un número indeterminado de cráneos, pues buscaba con sus experimentos, las relaciones entre las características de éstos y el desarrollo de las conductas de los individuos. Lombroso, incluso, logró hacer un estudio comparativo entre el cráneo de Emmanuel Kant y el de un delincuente y, obviamente, resaltaron las diferencias.
 
En cierta ocasión, Darío, obsequió a dos de las hijas del médico Debayle, cuando éstas eran unas niñas, un poema a cada una, escribió el inicio de estos poemas en los abanicos que éstas portaban. A Salvadora (quien se casaría con Anastacio Somoza García, iniciador de la estirpe de dictadores nicaragüenses), le escribió: “Salvadora, Salvadorita, no mates a tu ruiseñor.” Poema que resultó revelador por lo que se comentará más adelante. A Margarita le escribe el inicio del poema: “Margarita, está linda la mar, y el viento lleva esencia sutil de azahar… La princesa está triste… ¿Qué tendrá la princesa?... Quiere ser golondrina, quiere ser mariposa…”
 
Cuando muere Darío postrado en su cama, entran en tumulto el médico Henry Debayle, su ayudante Escolástico Lara y un grupo indeterminado de estudiantes de medicina, quienes por orden del gobierno realizan la autopsia del egregio poeta. Ahí es cuando se le ocurre a Debayle extraerle el cerebro para posteriormente estudiarlo, con la intención siempre científica, dijo el galeno, de saber en qué preciso lugar anidaba el genio de un hombre así.
 
De dos a siete de la mañana duró la autopsia y para embalsamarlo hubo que extraerle los órganos: el hígado, el corazón, las vísceras y el codiciado cerebro.
 
Acto seguido lo vistieron de levita y guantes negros para velarlo.
Las vísceras fueron solicitadas por los habitantes de la ciudad y les fueron concedidas. Andrés Murillo, hermano de La Garza Morena (Rosario Murillo esposa de Darío) las enterró en un pequeño ataúd en el cementerio de Guadalupe de la ciudad de León. Ahí reposan al lado de su tía Bernarda, mujer que lo crió.
 
A las 9:15 de la noche del 13 de febrero de 1916, luego de 7 días de muerto, de traer su féretro en hombros para aquí y para allá, luego de innumerables festejos y exequias, luego de que cada autoridad se tomara la foto; fue enterrado al pie de la magnífica estatua de San Pablo, en la imponente Catedral de León, donde precisamente un león de mármol lleno de tristeza lo cuida echado sobre su tumba. Y, aunque ahí descansa lo que quedó del poeta, así no acaba esta historia.
 
Después de la exitosa extracción de cerebro, hígado, corazón y vísceras, Debayle, el científico, el loco, el medio sabio, el descendiente directo de Stendhal; luego de entregar magnánimo las vísceras del poeta al pueblo leonés, sopesó en una mano el hígado del poeta, vuelto una piedra negruzca, y lo arrojó con desdén a un lado.
 
Tiempo después de esta carnicería, confesó un atribulado Debayle: esa madrugada sucedieron hechos bochornosos y lamentables: doña Rosario Murillo le regaló al médico el corazón y el cerebro de su esposo; pero después, don Andrés Murillo, hermano de ésta, se despabila de tan ostentosa donación y pide para sí, el corazón del poeta; petición que Debayle acepta de inmediato y buen grado.
 
De pronto, pasados unos minutos, don Andrés, horrorizado, cambia abruptamente de parecer desprendiéndose del cerebro, pero lo reclama para su hermana Rosario, invocando para ello el derecho matrimonial y sentimental que le asiste.
 
En esas turbias negociaciones estaban cuando, en un descuido de los hermanos Murillo, Debayle toma el frasco en el que reposa el codiciado cerebro y huye con él. Andrés pide a la policía que custodia la casa que persiga y dé caza al ladrón. Lo detienen por fin y, a solicitud del mismo doctor, pasaron el caso a la Dirección de Policía, donde quedó el frasco en resguardo. El jefe de la policía consultó el caso con el presidente de la República, don Adolfo Díaz Recinos, quien determinó que el cerebro del vate pertenecía por derecho a la esposa y que vieran la manera de entregarlo sin hacer más escándalo. Debayle, inconforme, reclamó, alegando que ese preciado cerebro pertenecía a los leoneses, además de ser un objeto de estudio que ayudaría enormemente al crecimiento científico.
 
De la comandancia de policía desapareció frasco y cerebro. A partir de este insólito hecho, el cerebro de Darío aparece y desaparece alternativamente a través de los años en distintos lugares, en distintos momentos y en poder de otras gentes. Caso es que el “cerebro magnífico de Darío” sigue siendo un escándalo.

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