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Sección: Editoriales / Rutinas y quimeras

Nos enseñaron a obedecer

Por: Clara García 19/03/2016 | Actualizada a las 09:18h
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Pertenezco a esa generación nacida en los 70 y 80 que algunos en México llamaba los hijos del 68, la época de la guerra sucia, la fría, la del neoliberalismo económico. A nosotros nos educaron las reformas que procuraron la ausencia de política, crítica, civismo, donde nadie leía y la técnica era el futuro.

Seres apolíticos, indiferentes, desinformados; sobre nuestras espaldas se movía el fantasma de aquellos estudiantes que por protestar habían muerto y no había cambiado nada. Éramos niños y aún en ese pueblo remoto de San Luis Potosí los adultos hablaban en voz baja de Tlatelolco; poco se sabía, pero eso poco era suficiente para que los niños aprendiéramos a no ser rebeldes, a no protestar, a ser obedientes, sin preguntar nada.

En 1988, a nadie le interesaba ir a votar “¿para qué?, si va a ganar el PRI” era la respuesta de mis compañeros en el bachillerato; las cosas no cambiaron en la universidad y muchos de mi generación tramitaron la credencial de elector por primera vez cuando se volvió identificación obligatoria ya en los 90.

Durante esas décadas el gobierno mexicano trabajó dentro de la escuela para formar ciudadanos indiferentes, conscientes que el único objetivo en su vida era conseguir un trabajo sin meterse en “grillas”.

Se sabía que la política no era cosa buena y más cuando era en contra del gobierno, era como un miedo insinuado en la casa y en la escuela. Temerosos, obedientes, sumisos y acríticos fue hasta ahora el modelo de éxito para esas generaciones.

Hace algunos días se realizaron elecciones sindicales en la Universidad y en un hecho inédito, en más de una sección sindical se rompió aquella cosa que hace simulación democrática con planillas y candidatos únicos.

Y por primera vez muchos maestros de esas generaciones obedientes y temerosas se arriesgaron a practicar una verdadera democracia. Muchos más, sin duda fueron los que respetaron la línea patronal, la amenaza del despido, el voto obediente no respondía a la lealtad sino al amedrentamiento, que no necesitó en la mayoría de los casos ser explícito, sino condicionado, como aquel reflejo de Pavlov. La escuela mexicana de las décadas de fin de siglo daba resultado una vez más.

Sin embargo, los que votaron libremente, remando contracorriente sembraron con su ejemplo una renovada democracia universitaria para sus alumnos y para las monolíticas elecciones de directores y las rectorales.

A esto se le suma la tranquilidad en que se realizaron los comicios, donde sin incidentes violentos los académicos demostraron que se viven ya otros tiempos en la universidad pública, tan denostada por muchos y tan necesaria para todos.

Estamos aprendiendo a ser desobedientes, a pensar, a pensar libremente, a levantar la mano, a participar, a ejercer la verdadera democracia.

E-mail: claragsaenz@gmail.com

Clara García Sáenz
Historiadora y Promotora Cultural; catedrática de la Universidad Autónoma de Tamaulipas.
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