Al cruzar la frontera con los Estados Unidos, fácilmente nos percatamos que existen muchas personas, anuncios, productos y servicios con los que interactuamos en español; sin embargo, cuando se cruza la frontera a la inversa, difícilmente un angloparlante podría encontrar esas facilidades para interactuar en su idioma.
Esto significa, que los hispanos estamos ganando espacios en territorio norteamericano, por decir solamente lo que se ve de entrada. Porque en la mayoría de los aeropuertos de ese país encontrará quien hable español y saque de apuros a cualquier latino.
Un presidente negro, las manufacturas chinas, las buenas relaciones con Cuba, la visita del más alto jerarca católico, aspirantes a la candidatura republicana de ascendencia latina, el nacimiento del estadounidense 300 millones de raza asiática, solo son algunas de las cosas que amenazan a la gran nación de Donald Trump.
Aunque es imprecisa la afirmación que muy a menudo se hace para explicar la razón del progreso estadounidense en comparación con el resto de América, al decir, que ellos avanzaron muy rápido porque los colonizadores exterminaron a sus indios, esto parece fortalecer los principios de los padres peregrinos de esa nación: los puritanos europeos que a principios del siglo XVII salieron a Norteamérica buscando un lugar donde poder vivir para fundar una nueva tierra prometida libre de vicio y pecado descendieron del Mayflower, barco en el que permanecieron todo el invierno para bajar a fundar en primavera Plymouth con un proyecto de nación.
Dicho proyecto tenía tres ejes fundamentales: sus miembros eran blancos, de habla inglesa y protestantes; se tenía que luchar por eso, ahí radicaría su grandeza. Nunca se plantearon la posibilidad de una nación multicultural y ellos mismo nunca se consideraron inmigrantes, habían llegado a la tierra prometida, estaban seguros que les pertenecía al igual que los españoles lo creían del resto del continente. Solo que, a diferencia de estos últimos, ellos se quedaron para siempre bajo el lema “En Dios confiamos”.
Donald Trump, es sin duda un auténtico representante de aquellos fundadores que están seguros que Norteamérica les pertenece, su soberbia y altanería están sostenidas por ese derecho histórico que ha heredado de sus antepasados que llegaron en el Mayflower y fundaron esa nación.
Pocos, ahora con tantas mezclas raciales, pueden sentirse orgullosos de ese pasado, por eso que el derecho le asiste para reclamar los valores puritanos perdidos; todos los que no pertenecemos a esa estirpe estamos convencidos de que no tiene razón; sin embargo, falta ver cuántos votantes si sienten parte de esa herencia que rápidamente parece estarse diluyendo en el país vecino.
Mientras los mexicanos nos alistamos a recuperar territorios perdidos hace menos de 200 años al imponer desde San Diego hasta Brownsville raza, lengua y cultura, Trump intenta detenernos y ante su impotencia, nos amenaza.
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