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Sección: Editoriales / Rutinas y quimeras

Santuario de primer mundo

Por: Clara García 31/10/2014 | Actualizada a las 21:33h
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Siempre me he resistido a visitar santuarios católicos porque los que he conocido me provocan depresión, así la Basílica de Guadalupe en el Distrito Federal es un conjunto arquitectónico hermoso pero con demasiada gente flagelándose, suplicantes enfermos, carteristas, vendedores ambulantes, danzantes, comida y caos por todas partes.

Pero en Lourdes, Francia, mi impresión cambió; remoto pueblo situado en los Pirineos, frontera natural de altas montañas que separa Francia de la península ibérica. Las apariciones de la Virgen María en el siglo XIX son motivo de que diariamente desde primavera hasta otoño, gente venida de todas partes del mundo visite este pequeño pueblo, que según los datos turísticos cuenta con el mayor número de cuartos de hotel en toda Francia.  Es un pueblo ordenado y limpio, desde que uno llega la amabilidad de sus habitantes está presente, la sonrisa, el saludo, la cortesía, el “sí se puede”, el “cómo no”, el “no se preocupe”, el “ahorita lo resolvemos”, la comida abundante, la cordialidad, los principios fundamentales del cristianismo: el amor y la hermandad se siente en todo momento.

Por segunda ocasión visitamos Lourdes en verano, después de 12 años ahí nada ha cambiado, el orden, la limpieza, la sensación mística; llegamos a tiempo para asistir a la procesión de las velas y formamos parte del gran milagro donde una multitud de razas y lenguas se unen en el rezo del rosario y el canto del Ave María, cada uno en su idioma, pero en coro, rítmicamente.

Poco a poco vimos como la multitud de enfermos, minusválidos y peregrinos se acomodaban en filas frente al santuario y cientos de jóvenes voluntarios manejaban sillas de ruedas y camillas. De pronto a una sola voz los peregrinos hacían retumbar la gran explanada con el rezo del rosario a la luz de miles de velas; es la hora más importante en Lourdes. Las heridas del viaje sanaron, como un regalo de la Virgen por la visita y después, todos los restaurantes llenos y muchos jóvenes  abarrotando las calles cantaban y bebían, la diversión no estaba ausente, pero solo después del deber cumplido.

Llegar a Lourdes no es fácil, hay que viajar muchas horas ya sea desde París o desde cualquier otra ciudad importante, por eso, los que cada día llegan no están en la procesión de las velas por razones turísticas sino por cuestiones de fe; esa es tal vez la razón del orden y el alto grado de misticismo que se experimenta. Visitar la gruta de las apariciones es obligado, las bancas colocadas al aire libre frente a ella permiten que la gente entre en estado contemplativo, descanse y rece, eso si, todo en silencio, no hay gente flagelándose y el pueblo tiene un servicio gratuito para trasportar en silla de ruedas a todos aquellos con dificultad de caminar.

Cenamos en el mismo restaurante al que fuimos la primera vez, unos simpáticos italianos nos mostraron la carta en cinco idiomas y tomaron la orden en español, caminamos casi a media noche por el pueblo; la tranquilidad es una cosa que no se encuentra fácilmente en el mundo y menos en los santuarios, donde por lo general impera el caos. E-mail: claragsaenz@gmail.com

Clara García Sáenz
Historiadora y Promotora Cultural; catedrática de la Universidad Autónoma de Tamaulipas.
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