Por: Juan Sánchez-Mendoza29/04/2013 | Actualizada a las 22:19h
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Hoy,
justo al conmemorarse en México el Día del Niño –sólo aquí, puesto que la
celebración se realiza en distintas fechas en otros países--, resulta oportuno
reconocer que, aun cuando legítimamente los menores cuentan con derechos
universales --reafirmados en Noviembre 20 de 1952, por la Organización de las
Naciones Unidas (ONU)--, éstos son conculcados en casa o la escuela, pero sobre
todo en la calle. Y
más cuando los chiquillos carecen de familia. De
ahí que la fraternidad y comprensión resulten palabras huecas. No
en todos los sectores de la sociedad, esto me queda en claro por saber que hay
núcleos interesados realmente en el bienestar de la niñez, sin importar niveles
económicos, razas ni credos. Sin
embargo, lo más grave del asunto, es la marginación, como dice el doctor Jesús
Kumate Rodríguez en un ensayo elaborado ex profeso: Él
refiere que: “La
marginación social es multicausal, cambiante en el tiempo, (y) prácticamente
imposible de erradicar. “Los
niños son el sector más vulnerable y deficitario. “El
porvenir de la familia, la comunidad y la Nación, se califican a través del
crecimiento y desarrollo de sus niños. La marginación social en los niños
abarca diversas áreas. Entre ellas, la educación, la nutrición, la salud, la
vivienda, etcétera. “En
nuestro país existen marcadas diferencias entre las diferentes entidades
federativas. La condición indígena en México está asociada con (una)
marginalidad persistente. (Y por ello) se deben hacer cambios pertinentes para
disminuir, en lo posible, la marginación social de los niños”. Madurez apurada Cuando hablamos de los niños que en la calle buscan
sobrevivir, por lo regular caemos en el error de generalizar nuestros
conceptos. Y es que no somos capaces de razonar, siquiera, en la
diferencia de su identidad; como tampoco hemos sido capaces de entender que
frente ante esta sociedad a la que pertenecen y los rechaza cotidianamente, su
número crece y se multiplica cotidianamente, dando vida a un fenómeno que ya ha
rebasado a las autoridades encargadas de su rehabilitación y reincorporación
social en núcleos educativos y familiares. Los menores de edad que en la calle buscan techo y comida
–ya no amor, pues ésta es una palabra ajena a su vocabulario--, en gran parte
son niños y en menor estadística adolescentes emanados de estratos sociales con
mayor carencia económica, cuya personalidad individualista y deformación
emocional los orilla a incorporarse a clanes delictivos en sus comunidades, al
tiempo que les impide cualquier intento unipersonal de reincorporarse a su
familia y a la sociedad, por la simple y sencilla razón de que nada de ello les
interesa, como quizá ellos tampoco le interesen a las autoridades en sus tres
niveles de gobierno. El medio ambiente en que los niños nacen, crecen y se
desarrollan (por un lado) y la descomposición de sus hogares (por el otro),
hacen que los niños de la calle se rebelen ante las normas establecidas; que
adopten estereotipos de protesta extra estatales y se liguen a doctrinas
encontradas a través de frases filosóficas y símbolos que, que en fondo, nunca
logran comprender. Definición social A los menores que en la calle fincan sus esperanzas de
vida, la sociedad misma los ha definido como seres inferiores, conformistas,
ladrones, homicidas, drogadictos, bravucones, alcohólicos, deshumanizados,
irrespetuosos y abusivos… cuando menos. Pero ellos, en lo particular, se autodefinen como huercos
marginados, activos, cuya energía está dirigida a la acción, a la aventura, al
peligro. Es decir, les gusta el riesgo, la incertidumbre y viven
amenazados por la muerte. Su educación la obtienen en la calle, broncas y uno que
otro “pasón”; en los atracos, redadas, torturas sicológicas y físicas y en el
sexo. Algunos estudiosos de este fenómeno han dicho: “Son niños
y adolescentes desubicados tanto familiar como emocionalmente; su reacción es
natural, ya que no se les han brindado espacios suficientes donde poder
reencontrarse; igual carecen de guías morales para poder entender el lado bueno
de la vida. No son malos, sino rebeldes”. Sin embargo esos menores marginados, a decir de algunos
terapeutas consultados para este análisis, son seres humanos resentidos
socialmente; están descorazonados, desprotegidos; su preparación académica y
laboral es mínima regularmente; no entienden más leyes que las de la propia calle;
son entrones inconscientes al peligro y al daño que puedan causar;
desobligados, vagos por naturaleza; atracadores, traicioneros y mercenarios,
aunque sólo lo hagan por diversión, el diario sustento o bien un “churrito” de
marihuana, el “flexo” o un poco de solvente. Sin estas características, aseguran quienes del tema
dicen saber, no podría entenderse el ingreso de un niño o adolescente a las
cuadrillas que operan en la calle y que tanto han proliferado en Tamaulipas en
los últimos tiempos. En lo particular, no obstante, creo que el surgimiento de
los niños de la calle es consecuencia de factores todavía más profundos. La proliferación En diferentes municipios de la entidad se ha detectado
que los niños de la calle cada día son más y que, en muchos casos, son de
extracción clase mediera; niños que abandonaron sus casas por la descomposición
familiar, en tanto que los surgidos de las clases bajas son resultado de la
pobreza, la marginación, la desintegración de sus familias y la falta de
identidad. Por tanto, nos encontramos con que los niños que en la
calle viven son consecuencia de los siguientes factores: a) problemas
sicológicos, b) situación socioeconómica, y c) emigración, según refieren
investigadores en la materia. En el primer caso (y sin pretender encasillarlos),
podríamos ubicar a los menores de edad que en la calle limpian parabrisas y
carrocerías, venden chicles, tragan petróleo, hacen malabares y posan sus
espaldas sobre vidrios despedazados; en el segundo, a los jovenzuelos que no
conocen otro ambiente que el de los cinturones de miseria; y, en el tercero, a
los que abandonan sus lugares de origen para establecerse en conglomerados
carentes de servicios públicos. Estos últimos, al emigrar directa o familiarmente del
campo hacia la ciudad, por su misma naturaleza tratan de romper con sus raíces
y se incorporan a un mundo desconocido donde son presa fácil de los
manipuladores sociales que, en la mayoría de los casos, los utilizan como carne
de cañón. La población rural que se integra al ecosistema citadino,
da por imitar burdamente a la comunidad donde le toca convivir; olvida los
valores morales que le inculcaron allá en el campo y se somete a las
directrices que le marca la propia calle. En cuanto a los menores de edad que en la calle acrecientan
el fenómeno en comento, ellos mismos han dicho que nada se le puede exigir a un
huerco que ha sido educado a golpes; que vive en zonas donde la muerte
prevalece y prácticamente no existe la vida; donde hay una sociedad podrida que
apesta con todo y su agua potable, pues ellos han vivido ahí, exactamente,
donde el hambre y la ignorancia no ofrecen ninguna expectativa de vida. Sobre todo porque en las zonas con mayor marginación
social (que regularmente ni siquiera conocen los funcionarios públicos), habitan
menores que como guía social sólo conocen la violencia, el robo y la miseria. En cuanto a valores morales, ellos mismos han respondido
así a preguntas de sociólogos: “¿El amor?, ¿qué es eso? Con todo y lo anteriormente comentado, hoy habrá festejos
a granel por el Día del Niño. E-m@il:jusam_gg@hotmail.com
Juan Sánchez Mendoza
Ha ejercido el periodismo durante más de tres décadas, alcanzado premios estatales en dos ocasiones; autor del libro "68. Tiempo de hablar"(que refiere pormenores del memorable movimiento estudiantil); autor de ensayos literarios; y reportero de investigación de tiempo completo, acá en territorio nacional y más allá de nuestras fronteras y del continente americano.
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