Del cansancio a la paz: 114 kilómetros después, un abrazo al Apóstol Santiago
Santiago de Compostela, España.- Cuando faltaba menos de un kilómetro, en medio del cansancio y de las ganas de llegar, apareció ante mis ojos la silueta de una de las torres de la Catedral de Santiago. Majestuosa, imponente, recordándome que la meta estaba cerca. Pero pronto entendí que lo importante no era la piedra, ni la fachada, ni la grandeza de su exterior. Lo verdaderamente importante estaba en lo que sus muros guardan desde hace siglos: los restos del Apóstol Santiago.
Ese hombre que acompañó a Jesús en vida. Ese discípulo que, tras un viaje increíble desde Jerusalén, encontró su descanso aquí, en Galicia. Y que, desde entonces, ha dado sentido a millones de peregrinos que como yo han puesto sus pasos en este Camino.
Lo importante no fueron los 114 kilómetros recorridos desde Sarria. No fue la lluvia que me empapó, ni el frío, ni el dolor en mis piernas, ni las ampollas en mis pies. Lo importante fue ese instante íntimo en que, frente al altar, pude abrazar al Apóstol.
Y después, bajar esas escalinatas que conducen a su tumba. Allí, en ese espacio de silencio absoluto, elevé mi oración por lo que verdaderamente importa: la salud de mi madre, el bienestar de mi familia y el porvenir de quienes más quiero.
Lo importante no fue el cansancio acumulado. Lo importante fue la paz profunda que me dejó orar en silencio, con el corazón abierto, frente a la imagen del Apóstol.
Porque este Camino no se mide en kilómetros ni en credenciales selladas. Se mide en lo que transforma dentro de nosotros. No fueron solo los 114 kilómetros hacia Compostela… fue el inicio de un Camino nuevo hacia mi interior.
Ese, y no otro, es el verdadero Camino de Santiago.
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