Hoy es Sabado 06 de Diciembre del 2025


El yo fantasma

Por: Ricardo Hernández El Día Jueves 28 de Agosto del 2025 a las 08:25

La Nota se ha leido 576 veces. 1 en este Día.

Vivimos acompañados de presencias invisibles que nadie más percibe. Son los ecos de lo que fuimos, los rastros de instantes que ya no están. Caminamos con ellos en silencio, como si fueran sombras adheridas al cuerpo. Cada recuerdo abre la puerta a esos visitantes íntimos.

Creemos avanzar hacia un futuro limpio, pero el pasado se aferra en cada gesto. La infancia aparece en la risa que ya no reconocemos. La juventud nos mira en las fotografías desvanecidas. El yo de ayer murmura en la mente como si no hubiera terminado de hablar.

He aquí la paradoja: seguimos siendo quienes éramos y al mismo tiempo hemos dejado de serlo. Somos continuidad y ruptura en un mismo latido. No existe línea clara entre lo que se fue y lo que permanece. Habitamos en la frontera difusa entre lo que cambia y lo que resiste.

El niño interior aún resp               ira en la mirada cansada del adulto. El adolescente rebelde observa en secreto las decisiones que hoy nos pesan. El joven esperanzado aún toca la puerta cada mañana. Ninguno se ha ido del todo, aunque tampoco puede volver completamente.

En cada esquina de la memoria se encienden voces distintas. Algunas reclaman un lugar, otras susurran para no incomodar. El yo presente convive con ellos sin poder decidir quién domina. Es un banquete de fantasmas que nunca terminan de levantarse de la mesa.

¿Y si cada yo que hemos sido nunca muriera del todo, sino que permaneciera agazapado dentro de nosotros, esperando el momento de recordarnos su existencia? Tal vez no somos una línea recta, sino un coro interminable. Cada instante acumula un nuevo actor en el escenario del alma.

El álbum de fotografías es testimonio de esta multiplicidad. Miramos un rostro infantil y nos preguntamos si ese ser aún nos habita. Contemplamos la mirada de quien amamos años atrás y sentimos que el amor no murió, solo se transformó en espectro. El tiempo no borra, multiplica.

A veces escuchamos pensamientos que no parecen nuestros. Son frases heredadas de un yo que ya no vive aquí. Decisiones antiguas vuelven disfrazadas de dudas actuales. La mente se convierte en un cuarto donde conviven todos los pasados sin orden ni jerarquía.

He aquí el absurdo: para ser alguien hoy debemos cargar con quienes ya no somos. El presente no se sostiene solo, necesita sostenerse en capas invisibles. Cada momento que creemos nuevo está habitado por presencias viejas. El yo actual es huésped de sí mismo.

El yo fantasma no es un enemigo, es un recordatorio. Nos dice que lo vivido no desaparece, solo cambia de forma. A veces incomoda, otras protege. Nos impide creer en una pureza del presente que nunca existió. El ahora es un tejido de tiempos superpuestos.

Los sueños revelan este desfile silencioso. Aparece el niño que corre por pasillos escolares. Surge la adolescente que esperaba respuestas en cartas nunca escritas. El adulto que amó demasiado vuelve con un gesto breve. Los sueños son la reunión nocturna de todos nuestros fantasmas.

El lenguaje intenta fijar la identidad, pero fracasa. Decimos “yo” como si fuera un bloque sólido. Sin embargo, ese pronombre encierra una multitud en conflicto. El yo de la risa convive con el yo de la herida. Cada palabra oculta una historia que no cabe en ella.

El yo fantasma también nos visita en los olores. Una fragancia olvidada abre la puerta a escenas enteras. El humo, la tierra mojada, el perfume de alguien que ya no está. El cuerpo recuerda más de lo que la mente admite. La memoria sensorial desobedece la razón.

La música es otro vehículo de fantasmas. Una melodía despierta lágrimas sin explicación. Cada nota arrastra épocas enteras. El yo que bailó aquella canción vuelve con fuerza. El yo que lloró con la misma música reaparece en la garganta. La melodía nunca es neutra.

Heráclito hablaba del río, de la imposibilidad de bañarse dos veces en el mismo cauce. Ese pensamiento se enciende con claridad aquí. No somos los mismos que ayer, pero seguimos siendo. El yo fantasma es ese resto de agua que se adhiere aunque el río ya fluyó.

El Barco de Teseo resuena también en esta reflexión. Si cada pieza del yo se cambia, ¿seguimos siendo los mismos? Tal vez la identidad no sea la permanencia de las piezas, sino la fidelidad del recuerdo que las une. El barco cambia, pero conserva su nombre.

Nietzsche sugirió que todo retorna. Los yo fantasma son esa confirmación íntima. No regresan al mundo, regresan al interior. Vuelven como huellas que no se borran. Retornan como ecos que insisten en existir. La eternidad no está fuera, sino dentro de nosotros.

El psicoanálisis nombra lo reprimido, aquello que retorna disfrazado. El yo fantasma es ese disfraz constante. Una palabra, un gesto, un olor. Todo se convierte en puerta de entrada para lo que creímos olvidado. La mente nunca cierra completamente sus habitaciones.

La memoria no guarda los hechos como ocurrieron, los transforma en historias soportables. El yo fantasma es esa narración inconclusa. Somos novelistas de nuestro pasado. Inventamos para sobrevivir. Olvidamos para seguir adelante. Pero los fantasmas recuerdan lo que callamos.

El yo presente se nutre de esas capas invisibles. No hay ahora sin ayer. No hay instante sin sombra. La claridad del momento depende de las tinieblas pasadas. Cada paso actual lleva consigo la multitud de huellas anteriores. El presente es un palimpsesto.

Los yo fantasma no piden permiso, simplemente aparecen. Una canción en la radio, una esquina conocida, una palabra ajena. Todo se convierte en invocación. El pasado se asoma con descaro en medio de lo cotidiano. Nadie más lo ve, pero nosotros lo sentimos con fuerza.

El yo fantasma también se manifiesta en la culpa. Las decisiones no tomadas se convierten en espectros acusadores. Los caminos rechazados aparecen como fantasmas que preguntan qué habría pasado si los hubiéramos seguido. El remordimiento es una conversación con ausencias.

En ocasiones, estos yo fantasma nos protegen. El recuerdo del error cometido impide repetirlo. La voz del pasado avisa cuando la herida puede abrirse otra vez. El fantasma se convierte en guardián. No todo lo que regresa nos hiere, a veces también nos salva.

Hay instantes donde el yo actual siente gratitud por esas sombras. Reconocemos que sin ellas no habríamos llegado aquí. Cada fantasma fue protagonista de una etapa. Aunque dolieran, nos construyeron. El yo fantasma no es solo peso, también es raíz.

El tiempo no borra, transforma. Lo que parece olvidado se disfraza y retorna en nuevas formas. El pasado nunca muere, solo cambia de máscara. El yo fantasma es esa máscara que nos visita para recordarnos que nada se pierde, todo se transfigura.

Somos narradores que habitan un teatro lleno de personajes invisibles. Cada decisión convoca a uno distinto. El yo que amó, el yo que odió, el yo que huyó. Ninguno abandona el escenario. Solo cambian de posición en la obra interminable de la conciencia.

Aceptar esta multitud interior implica renunciar a la ilusión de ser uno. No somos un monólogo, sino un diálogo incesante. Cada pensamiento tiene testigos que no vemos. Cada emoción resuena en un coro. La identidad es una reunión perpetua en la que nunca estamos solos.

Los fantasmas no son cargas que debamos expulsar. Son memoria viva, aunque deformada. Son presencia que nos constituye. Sin ellos seríamos huecos. El yo fantasma es la prueba de que somos más grandes que nuestro presente limitado.

El yo actual es un viajero que carga un equipaje de sombras. Algunas pesan, otras aligeran. El camino se hace con esa compañía inevitable. Avanzamos, aunque sabemos que no viajamos solos. Dentro de cada paso, muchos pasos resuenan todavía.

Aceptar los yo fantasma no significa resignarse, sino comprender. Comprender que la vida es un río que nunca se detiene. Comprender que cada instante se convierte en sombra, pero también en raíz. Comprender que ser uno es imposible sin ser muchos.

La paradoja final: solo reconociendo que ya no somos los mismos podemos sostener la idea de que seguimos siendo. El yo fantasma nos recuerda la imposibilidad de fijar una esencia, pero también la necesidad de intentarlo. Somos cambio y permanencia al mismo tiempo.

El epílogo se escribe en silencio. Seguimos caminando acompañados por nosotros mismos. Nadie más los ve, pero sentimos sus pasos en el interior. El yo fantasma se inclina sobre nuestro hombro en cada instante. Somos la suma de todas nuestras sombras.

 

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.

DONA AHORA

Para que HOYTamaulipas siga ofreciendo información gratuita, te necesitamos. Te elegimos a TI. Contribuye con nosotros. DA CLIC AQUÍ


DEJA UN COMENTARIO

HoyTamaulipas.net Derechos Reservados 2016
Tel: (834) 688-5326 y (834) 454-5577
Desde Estados Unidos marque: 01152 (834) 688-5326 y 01152 (834) 454-5577