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La belleza de lo incompleto

Por: Ricardo Hernández El Día Martes 26 de Agosto del 2025 a las 08:28

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La perfección siempre ha seducido al ser humano como si fuera un destino inevitable. Desde los templos griegos hasta los algoritmos modernos, la idea de lo acabado parece ofrecer seguridad. Pero en esa ilusión de perfección se esconde el miedo a lo roto, a lo incompleto, a lo que no llega a concluirse.

El mundo empuja a terminar, a cerrar capítulos, a tachar de las listas pendientes lo que no debe quedarse abierto. Sin embargo, la vida rara vez se ajusta a ese guion. Hay heridas que no cicatrizan, amores que no se consolidan y promesas que quedan en el aire como ecos sin respuesta.

He aquí la paradoja: lo incompleto parece carencia, pero guarda dentro de sí una forma secreta de plenitud. Lo roto duele, pero también revela un resplandor que la perfección no alcanza. Allí donde falta algo, el alma descubre que la belleza no está en el cierre, sino en la grieta.

Lo incompleto no se limita a la materia, también respira en la memoria. Una mirada que nunca se repitió, un abrazo que no llegó a darse, una conversación que quedó suspendida: esos fragmentos pesan más que los capítulos concluidos. No porque sean errores, sino porque siguen vivos en lo no resuelto.

En la vida, muchas veces no es el final lo que da sentido, sino la intensidad con la que algo nos roza en su fugacidad. Hay instantes breves que sostienen una eternidad, y palabras inconclusas que tienen más peso que discursos enteros. El alma recuerda lo que no terminó, porque lo abierto sigue ardiendo.

¿Y si la plenitud no estuviera en el todo, sino en lo que queda incompleto? ¿Y si el verdadero valor de la vida estuviera en lo que nunca logramos alcanzar? En esa posibilidad constante de seguir, de intentar, de habitar lo imperfecto como una forma más humana de eternidad.

Los objetos rotos hablan. Una vasija quebrada guarda más historia que una intacta. Un poema inconcluso despierta más preguntas que una obra acabada. El alma, cuando se sabe incompleta, descubre que el vacío no es ausencia, sino espacio para crecer.

Así como el silencio entre nota y nota es lo que hace posible la música, lo incompleto abre un respiro que el exceso de perfección sofocaría. La grieta no destruye: revela. La falta no limita: libera. Lo abierto se convierte en lenguaje secreto de lo humano.

He aquí el absurdo: la cultura insiste en la clausura, en el final, en el círculo perfecto. Pero lo que más nos marca es lo inacabado. El cuadro sin terminar, la despedida que nunca se dio, el proyecto que quedó a medias: allí late una fuerza que ningún cierre puede contener.

La belleza de lo incompleto está en que nos recuerda que seguimos en movimiento. Que lo que no terminó respira todavía dentro de nosotros. En cada ruina habita una semilla, en cada cicatriz un nuevo sentido. Nada se pierde por no acabarse; al contrario, se transforma en posibilidad.

Las cicatrices no son errores: son marcas de existencia. La vida no se mide por lo concluido, sino por lo vivido. Y lo vivido no siempre tiene forma cerrada. A veces es un borrador, un esbozo, una frase suelta que no deja de acompañarnos.

El tiempo mismo parece incompleto. Cada día abre preguntas, cada instante deja huecos. Nadie puede decir que ha vivido todo; nadie puede afirmar que ha comprendido todo. La grandeza de la existencia está en ese inacabamiento que se resiste a ser clausurado.

El alma humana se reconoce en esa intemperie. No en lo perfecto, sino en lo frágil. No en lo acabado, sino en lo abierto. El dolor, la nostalgia y la esperanza encuentran su raíz en lo que no se cerró, en lo que quedó flotando en un horizonte inconcluso.

La perfección, en cambio, clausura. Cierra la puerta y mata el misterio. Lo imperfecto deja un resquicio por donde entra la luz. Como escribió Leonard Cohen: “Hay una grieta en todo, así es como entra la luz.” Allí, donde parece haber pérdida, también hay revelación.

El amor lo confirma. Los amores perfectos se desgastan en su propio peso, pero los imposibles, los fragmentados, los que nunca llegaron a consolidarse, siguen vivos en la memoria con una fuerza que desafía los años. Lo inacabado es eterno porque nunca se agota.

También la muerte habla de lo incompleto. Nadie se va después de haberlo dicho todo, después de haberlo vivido todo. La muerte interrumpe siempre, como un punto final impuesto en medio de una frase. Y es precisamente allí donde la vida revela su fragilidad más luminosa.

Lo incompleto, lo roto, lo abierto, son espejos de nuestra condición. El ser humano nunca termina de ser, nunca termina de comprenderse. Y es allí, en ese inacabamiento, donde se esconde la posibilidad de crecer.

La belleza de lo incompleto es que nos obliga a mirar distinto. A contemplar la grieta no como defecto, sino como enseñanza. El árbol torcido también da sombra. La melodía interrumpida también emociona. La herida abierta también habla.

En lo incompleto hay ternura. La perfección es rígida, pero lo imperfecto es humano. Allí donde algo falta, nace la posibilidad de que surja algo nuevo. El vacío es cuna tanto como es abismo.

La obsesión por lo perfecto ha llenado de jaulas nuestra cultura. Todo debe encajar, todo debe explicarse, todo debe concluir. Pero el alma, en su sabiduría secreta, sabe que lo inacabado guarda más misterio y más verdad que cualquier círculo cerrado.

La belleza no está en lo que concluye, sino en lo que se resiste a concluir. En lo que queda abierto como pregunta, como eco, como silencio que no cesa. Allí es donde la vida sigue ardiendo, aun cuando parece que ya no queda nada.

Un libro inconcluso puede cambiar más vidas que una enciclopedia cerrada. Una obra destruida puede inspirar más que un monumento intacto. Una canción interrumpida en la primera estrofa puede doler más que una sinfonía completa.

En cada fragmento hay un universo. En cada ruina hay una promesa. En cada error hay una enseñanza que ninguna corrección perfecta podría dar. Lo incompleto no es carencia: es otra forma de plenitud.

El alma se enamora de lo imperfecto porque en él se reconoce. No somos enteros, no somos definitivos. Somos proyectos, somos borradores, somos vida en construcción. Y esa fragilidad nos vuelve infinitos.

Aceptar lo incompleto es aceptar la vida misma. No como producto terminado, sino como proceso abierto. La existencia no es un círculo, es un espiral: avanza, se repite, se expande, nunca se cierra del todo.

En esa espiral, cada herida, cada ausencia, cada silencio, se convierte en parte del dibujo. Lo incompleto no destruye la trama: la enriquece. Porque es allí donde el alma encuentra la posibilidad de asombro.

La belleza de lo incompleto es un llamado a la humildad. A comprender que no poseemos nada del todo, que no cerramos ninguna verdad de manera definitiva. Vivimos en tránsito, en paso, en pregunta constante.

Lo incompleto, lejos de ser un defecto, es la prueba de que la vida sigue en movimiento. Que nada se acaba del todo, que siempre hay un más allá esperando. Que el vacío es también promesa.

Hay quienes buscan la perfección para sentirse seguros. Pero la seguridad asfixia. La incompletud, en cambio, da vértigo, y ese vértigo nos recuerda que estamos vivos.

El alma humana nunca se conforma con lo acabado. Busca lo abierto, lo que se escapa, lo que no puede sujetarse. Porque allí es donde respira la libertad.

No hay plenitud mayor que aceptar la propia fragilidad. No hay sabiduría más profunda que habitar lo inacabado como parte de lo humano. No hay belleza más intensa que la que brota de una cicatriz abierta.

Aceptar lo incompleto no es resignarse, es abrazar la vida como misterio abierto. Allí, en lo que falta, se esconde lo que nos salva. Y tal vez, lo más perfecto de la vida, sea precisamente su imperfección infinita.

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.

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