La Mariposa de Tao
Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha intentado comprender la naturaleza de la realidad. Nos aferramos a la idea de un mundo firme, sólido y tangible, que existe más allá de nuestra mente y nuestros sentidos. Sin embargo, esa certeza comienza a desvanecerse cuando nos adentramos en el misterio de la percepción y el sueño.
El día y la noche se alternan, y con ellos, el estado de vigilia y el de sueño. En ambos, la mente crea mundos enteros, con paisajes, personajes y emociones tan vívidas que parecen reales. Pero, ¿qué es entonces lo real y qué es ilusión?
He aquí la paradoja: Zhuangzi soñó que era una mariposa revoloteando libre, ajena a su identidad humana, y al despertar se preguntó si era un hombre que había soñado ser mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser hombre. ¿Dónde termina el sueño y dónde comienza la vigilia?
Esta inquietud atraviesa la historia humana porque toca la esencia misma de la existencia y la identidad. Nos aferramos a la idea de un “yo” fijo, constante, pero ese “yo” puede desvanecerse o transformarse como en un sueño.
La mente construye realidades que se superponen, se entrelazan y se desplazan con el tiempo, dejando la duda constante sobre la naturaleza de lo que experimentamos. La realidad parece menos un lugar y más un estado, un movimiento sutil entre lo tangible y lo intangible.
Y si nuestra vida es solo un sueño dentro de otro sueño, una cadena infinita de ilusiones, ¿qué sentido tiene buscar una identidad sólida o una verdad definitiva? ¿No somos acaso mariposas que sueñan ser humanos, o humanos que sueñan ser mariposas?
La pregunta es inquietante y profunda. Si la realidad y el sueño se entrecruzan de tal forma que se vuelven indistinguibles, ¿cómo podemos saber quiénes somos realmente? ¿Cuál es el límite entre la conciencia y la ilusión?
Esta fragilidad invita a la humildad y a la aceptación de la incertidumbre. Nos libera de la carga de mantener una identidad rígida y nos abre a la posibilidad de transformación y renovación constantes.
He aquí el absurdo: vivir como si fuéramos entes sólidos y separados, mientras la esencia misma de nuestra experiencia es un flujo incesante, un cambio perpetuo que desarma y reconstruye el “yo” a cada instante. Somos actores en un escenario de apariencias que se disuelven en el despertar.
Esta fragilidad invita a la humildad y a la aceptación de la incertidumbre. Nos libera de la carga de mantener una identidad rígida y nos abre a la posibilidad de transformación y renovación constantes.
Quizás, al igual que la mariposa de Tao, podamos aprender a habitar el espacio entre el sueño y la vigilia con serenidad, reconociendo que la realidad es un reflejo múltiple donde conviven infinitas versiones de nosotros mismos.
El sueño nos muestra que lo permanente es solo una ilusión, y que la vida es un instante fugaz, una danza de apariencias que pueden desaparecer en cualquier momento. Esta visión transforma la manera en que nos relacionamos con el mundo y con los otros.
El despertar se vuelve entonces un llamado a vivir con plenitud, conscientes de que cada momento es único y que nuestra identidad se renueva constantemente. No hay un “yo” definitivo, sino un río que fluye sin cesar.
En ese fluir, encontramos libertad y creatividad. Nos hacemos co-creadores de nuestra realidad, conscientes de la fragilidad y la belleza de cada instante vivido.
Aceptar esta verdad es aceptar la incertidumbre, el misterio y el cambio como partes esenciales de la existencia. Nos invita a soltar el control y a abrirnos a la maravilla de lo desconocido.
Así, la vida se revela como un poema sin fin, una historia en la que somos soñadores y soñados, creadores y criaturas, mariposas y hombres en un mismo vuelo.
Esta dualidad nos conecta con la esencia de lo sagrado: la unidad en la multiplicidad, la presencia en la ausencia, el ser en el no ser.
Quizá la realidad sea un sueño compartido, una experiencia colectiva tejida por millones de conciencias que se transforman en un constante devenir.
En ese jardín de posibilidades, la identidad no es una prisión sino un campo abierto para la expresión y la metamorfosis.
Cada instante es una oportunidad para renacer, para soltar las certezas rígidas y abrazar la fluidez del ser en su esplendor cambiante.
Y si la mariposa pudiera hablarnos, nos diría que no hay distinción real entre soñar y vivir, pues ambos son manifestaciones de una misma esencia misteriosa.
Nos invita a danzar en esa frontera invisible, a celebrar la incertidumbre y a descubrir la libertad en la entrega.
La vida se convierte en una aventura entre luces y sombras, entre el ruido de los sentidos y el silencio profundo del alma.
Somos como mariposas que revolotean al viento, habitando la frontera entre lo visible y lo intangible, entre el sueño y el despertar.
Aceptar esta dualidad nos abre caminos inesperados hacia la comprensión y la paz interior, recordándonos que somos parte de un todo mayor.
En el abrazo de lo efímero, hallamos la eternidad; en la aceptación del cambio, la estabilidad verdadera.
Por eso, cuando nos sintamos perdidos en la maraña de pensamientos y emociones, podemos recordar la historia de la mariposa que sueña y sonreír ante la belleza del misterio.
Porque no hay mayor verdad que la transformación constante, ni mayor realidad que la que nace en cada instante nuevo.
La vida se convierte así en un vuelo delicado, una historia suspendida en el tiempo, un poema sin fin.
Nos invita a ser testigos atentos de nuestra metamorfosis, a celebrar la maravilla de existir sin ataduras ni certezas absolutas.
Al final, la pregunta permanece abierta: ¿somos nosotros quienes soñamos la realidad, o es la realidad la que sueña en nosotros?
Quizá la respuesta esté en la luz que se filtra entre las alas de la mariposa, un destello fugaz que ilumina el misterio de ser.
Y mientras tanto, solo nos queda vivir, soñar, despertar y volar en esta danza interminable que llamamos existencia.
Tal vez, después de todo, la frontera entre sueño y realidad no sea más que un suspiro, un instante donde todo se confunde y se vuelve uno.
Y en esa confusión sublime, descubrimos que somos, al mismo tiempo, el soñador, el sueño y la mariposa.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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