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La belleza de ser humano

Por: Ricardo Hernández El Día Martes 29 de Julio del 2025 a las 10:20

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Hay algo profundamente humano en no tenerlo todo resuelto. Nos duele equivocarnos, y sin embargo lo hacemos todo el tiempo. Luchamos por ser mejores, aunque a veces no sepamos por qué. Ser humano es fallar, arrepentirse, intentar, y volver a empezar.

No somos perfectos, ni lo seremos nunca. Y quizá sea mejor así. Porque es en los errores donde nace la compasión. Y en el arrepentimiento donde se templa la humildad.

He aquí la paradoja: lo más valioso de nuestra humanidad no es la perfección, sino la capacidad de mirar lo roto sin huir. No hay fortaleza sin fragilidad previa. No hay redención sin una historia que redimir. No hay verdad sin la sombra de la contradicción.

No hay quien se salve sin haberse sentido perdido. Ni quien ame de verdad sin haber temido perderlo todo. Nuestros errores no nos descalifican: nos revelan. Cada herida puede ser también un testimonio de vida.

Ser humano implica cargar con lo que no quisimos ser. Aprender a convivir con nuestras decisiones más difíciles. Mirarnos sin excusas, sin disfraces, sin escapar. Y, aun así, ofrecernos otra oportunidad.

Y si el verdadero valor no está en ser impecables, sino en aprender a convivir con nuestras grietas, ¿no sería eso lo más humano de todo? ¿Y si la dignidad no se pierde al caer, sino al dejar de levantarse? ¿Y si la belleza está en quien no se rinde, aunque tenga miedo? ¿Y si el fracaso también puede ser una forma de fe?

A veces, seguimos adelante con más duda que certeza. Nos vestimos de serenidad, aunque por dentro tiemble todo. El mundo exige respuestas, pero a veces solo tenemos silencios. Y en esos silencios también cabe la vida.

Seguimos caminando mientras cargamos cicatrices invisibles. No mostramos el temblor, pero lo llevamos a cuestas. Ocultamos el cansancio con sonrisas que no siempre creemos. Y sin embargo, ese esfuerzo también es una forma de amor.

He aquí el absurdo: vivimos negando nuestras sombras, cuando son ellas las que más nos enseñan a buscar la luz. Fingimos seguridad mientras naufragamos por dentro. Queremos parecer fuertes, cuando la verdad es que estamos aprendiendo a sostenernos. Y aun así, seguimos.

No hay grandeza en fingir lo que no somos. No hay paz en negar lo que fuimos. La verdadera humanidad no está en parecer invulnerables. Está en ser honestos con nuestras caídas.

En cada persona habita una historia que no se ve. Una batalla silenciosa, una culpa antigua, una esperanza a medias. No todo lo que nos constituye se puede contar. Pero todo lo que callamos también nos define.

Fracasar no nos hace menos humanos. Nos vuelve más reales. Nos conecta con los demás. Nos recuerda que no estamos solos en esto de intentar vivir.

Quien nunca ha caído, no sabe lo que es mirar desde abajo. Y quien no ha perdido algo, no sabe lo que pesa el amor. Solo lo que se arriesga puede tener valor. Solo lo que duele puede ser auténtico.

No hay redención sin memoria. Ni transformación sin vergüenza. A veces lo más noble es mirar hacia atrás. No para quedarse ahí, sino para entender quiénes fuimos.

Nos enseñaron a tapar lo roto. A maquillar lo frágil. A negar la duda. Pero ¿y si mostrarnos tal cual somos es un acto de valentía?

Nadie aplaude los momentos de desborde. Pero todos los tenemos. Nadie publica sus culpas, pero las llevamos a cuestas. Tal vez lo que más nos une es justamente eso: la imperfección compartida.

La vida no exige pureza. Exige presencia. No exige ser impecables. Exige ser sinceros. No exige tener respuestas. Exige seguir preguntando.

Hay dignidad en pedir perdón. En admitir que no supimos hacerlo mejor. En reconocer que fallamos. Y en decidir aprender, incluso desde la vergüenza.

También eso es humanidad: la contradicción, el arrepentimiento, el deseo de hacerlo distinto. Lo humano no se mide por la perfección, sino por la capacidad de cambiar.

Cada paso hacia la verdad duele. No por lo que descubrimos del mundo. Sino por lo que descubrimos de nosotros mismos. Y sin embargo, duele distinto cuando ya no huimos.

A veces cuesta aceptarse. Más que aceptar al otro. Porque sabemos lo que callamos, lo que evitamos, lo que temimos decir. Y sin embargo, aquí estamos.

Seguir es un acto radical. Con todo lo que hemos vivido, con todo lo que cargamos. Seguir creyendo, incluso cuando cuesta. Seguir esperando, incluso sin certezas.

Y sí: también es humano cansarse. Tener ganas de rendirse. No ver la salida. Pero es en ese punto donde aparece algo inmenso: el deseo de seguir, sin saber bien por qué.

Tal vez ahí empieza la fe. No en lo divino, sino en lo humano. No en la perfección, sino en la fragilidad que no se rinde. No en lo eterno, sino en lo que sobrevive cada día.

Ser humanos no es un defecto del diseño. Es el núcleo del sentido. No hay que disculparse por sentir demasiado. Hay que agradecer que todavía sentimos.

No somos ángeles. No somos dioses. Somos personas que intentan. Que tropiezan. Que aman, a pesar del miedo. Que fallan, pero siguen amando.

Agradezcamos esa humanidad herida pero viva. Esa lucha que no siempre se ve. Ese perdón que aún no hemos pronunciado. Y esa esperanza que aún no se rinde.

Porque ahí, en todo eso, está la belleza de ser humano. No en lo perfecto. No en lo eterno. Sino en lo que, a pesar de todo, sigue latiendo.

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.

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