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La inteligencia que el mundo no entiende

Por: Ricardo Hernández El Día Jueves 24 de Julio del 2025 a las 22:34

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Nos han dicho que la inteligencia brilla, que se impone, que se nota desde lejos. Que es velocidad mental, razonamiento rápido, palabras bien colocadas. Que el más listo siempre tiene la última palabra, el argumento perfecto, la solución más eficaz. Y así vamos midiendo a los otros, y a nosotros mismos.

Pero hay momentos en que uno se siente menos. No tan ágil, no tan lúcido, no tan "brillante". Escuchamos a otros hablar con seguridad y sentimos que no tenemos tanto que decir. Dudamos, nos trabamos, callamos. Y entonces creemos que eso es señal de torpeza.

He aquí la paradoja: los más sabios suelen sentirse tontos, mientras que los más necios nunca dudan de su brillantez. El silencio muchas veces encierra más inteligencia que la elocuencia. Pero vivimos en una época que confunde volumen con valor.

Hay quien entiende la tristeza de otro sin que nadie se lo diga. Quien capta el detalle, el gesto, la incomodidad apenas insinuada. Hay quien no responde con argumentos, sino con un vaso de agua, con presencia, con tacto. Esa también es una forma de inteligencia, aunque no venga en libros.

Hay personas que no saben explicar nada… pero comprenden todo. No podrán debatir, pero saben cuidar. No tienen lógica, pero tienen intuición. No destacan en exámenes, pero detectan mentiras, disimulos, emociones. ¿Qué clase de inteligencia es esa?

¿Y si la verdadera inteligencia consistiera en aceptar que no todo necesita ser entendido? ¿Y si lo más sabio fuera reconocer que hay cosas que simplemente se sienten, se intuyen, se viven? ¿Y si entender no siempre fuera lo más importante? ¿Y si callar fuera una forma de saber?

Muchos de los que dudan de sí mismos no son ignorantes, sino sensibles. La duda no es debilidad: es conciencia. El que cuestiona su propia comprensión ya está un paso adelante. Y el que se siente menos inteligente quizá es, precisamente, más capaz de ver lo que otros no ven.

He aquí el absurdo: creemos que no somos inteligentes porque no brillamos como otros… sin notar que el brillo a veces enceguece. Que la verdadera claridad no deslumbra, sino que acompaña. Que hay luces que no ciegan, pero iluminan.

Lo llamamos “inteligencia emocional”, como si fuera una categoría secundaria. Pero esa sensibilidad para leer lo invisible, escuchar lo no dicho, y no herir con la razón, es más difícil de aprender que cualquier fórmula.

No todo se mide en resultados. No todo se explica con lógica. Hay saberes antiguos, no sistematizados, no enseñables. Como el saber esperar. El saber consolar. El saber perder sin romperse.

La inteligencia que no se nota es la que permite que otros respiren. No interrumpe. No presume. No quiere tener la razón. Simplemente está. Observa. Recoge lo que otros desechan. Repara lo que no da prestigio. Entiende sin juzgar.

El problema es que esa inteligencia no entra en el currículum. No suma puntos. No aparece en conferencias. Nadie la premia. A veces ni siquiera se reconoce. Porque no tiene brillo, ni medallas, ni fama. Tiene profundidad, y eso incomoda.

El que interrumpe no siempre piensa más rápido: a veces sólo piensa menos en los demás. El que siempre tiene una respuesta quizá sólo tiene miedo de quedarse en silencio. Y el que presume lo que sabe muchas veces lo hace para no ver lo que no sabe.

Nos hemos dejado engañar por los destellos. Por la rapidez. Por la verborrea. Y así hemos confundido inteligencia con espectáculo. Lo que impresiona no siempre sirve. Lo que sirve no siempre impresiona.

Hay quien sabe leer libros… y quien sabe leer rostros. Hay quien recuerda fechas… y quien recuerda heridas. Hay quien domina teorías… y quien domina el arte de no herir. ¿Cuál de esas formas de inteligencia es más importante?

El que te escucha sin prisa, el que no te corrige, el que no te analiza, también está pensando. Pero no desde la lógica, sino desde el afecto. No desde la razón pura, sino desde la empatía. Eso también es un pensamiento, aunque no se note.

Muchas veces nos sentimos torpes porque no coincidimos con lo que el mundo llama inteligencia. Pero ese modelo es estrecho, competitivo, masculino, agresivo. La inteligencia suave, femenina, intuitiva, ha sido despreciada por siglos.

A veces pensamos que no somos tan inteligentes como otros. Pero en realidad, no somos menos inteligentes: simplemente no hacemos tanto ruido. No aparentamos tanta seguridad. Nuestra forma de pensar es más callada, pero no menos profunda.

Hay quienes saben hacer preguntas sin querer respuestas. Hay quienes saben acompañar sin dar consejos. Hay quienes saben estar… sin dominar. Esas personas no llenan auditorios, pero llenan almas.

El que cree que lo sabe todo deja de aprender. El que duda, el que pregunta, el que calla, sigue abierto. Por eso no hay nada más peligroso que el tonto convencido de su brillantez. Y nada más valioso que el sabio que se siente aprendiz.

La inteligencia no es una competencia ni una carrera, ni un podio donde se premie la rapidez o el ruido. Es una forma de estar en el mundo. Y a veces, la forma más profunda es la más invisible. La que no se impone. La que no se mide. La que no se nota.

Nos hemos vuelto adictos a las respuestas rápidas, a los “sabelotodo”, a los expertos en todo. Y hemos olvidado que hay preguntas que no se responden, sólo se habitan. Y que hay silencios más reveladores que cualquier frase ingeniosa.

No hay que hablar para pensar. No hay que escribir para saber. No hay que destacar para comprender. Lo que se queda adentro también vale. Lo que se siente sin nombrar también es verdad.

Hay personas que no podrían explicar lo que sienten, pero lo viven con una intensidad innegable. Y hay otras que explican todo… pero no sienten nada. ¿Quién es más sabio?

La inteligencia no siempre convence. A veces sólo acompaña. A veces sólo observa. A veces sólo sostiene sin decir una palabra. Pero su presencia cambia la temperatura de un lugar. Lo vuelve más humano. Más habitable. Más silenciosamente cierto.

Pensar distinto no es pensar menos. Pensar en silencio no es pensar en vacío. Pensar con ternura, con humildad, con duda, también es pensar. Y quizá, en tiempos tan ruidosos, esa sea la forma más urgente de inteligencia.

 

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.

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