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El espejismo del éxito

Por: Ricardo Hernández El Día Jueves 17 de Julio del 2025 a las 09:16

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Nos han enseñado que el éxito es una meta visible, un lugar al que se llega después de mucho esfuerzo, sacrificio y renuncia. Se supone que quienes lo alcanzan reciben algo parecido a la plenitud: estabilidad, respeto, admiración, dinero, seguridad. Se nos dijo que valía la pena intentarlo.

Y, sin embargo, hay personas que logran todo eso y aun así sienten un profundo vacío. Ganan premios, tienen casas grandes, viajan, presumen sus logros… pero por dentro algo no cuadra. Una insatisfacción inexplicable les ronda como un eco que no cesa.

He aquí la paradoja: lo que muchos consideran el éxito, a veces no es más que una sofisticada forma de insatisfacción. Pareciera que se llega a la cima solo para descubrir que no era la montaña correcta.

La idea de que el éxito garantiza felicidad es una fórmula tan popular como falsa. Se puede tener fama y sentirse solo, tener dinero y no saber disfrutarlo, ser reconocido y no reconocerse uno mismo en el espejo. Lo que brilla por fuera, a veces está opaco por dentro.

Lo preocupante es que esa imagen ideal del éxito es tan dominante que pocos se atreven a cuestionarla. Se nos graba desde pequeños que debemos aspirar a ella. La vida, entonces, se convierte en una competencia constante por obtener algo que, llegado el momento, podría no significar nada.

¿Y si el éxito no fuera más que una máscara que con el tiempo se adhiere al rostro hasta confundirnos con ella? ¿Y si hemos perseguido una imagen, un personaje, y no un propósito real? ¿Y si nuestra definición de éxito no nos pertenece, sino que fue impuesta por otros?

La máscara del éxito es elegante, seductora, aplaudida. Pero también puede ser una cárcel. Obligarte a mantener una imagen impecable cansa. Hacer todo lo posible por no decepcionar a los demás termina por decepcionarte a ti mismo.

El éxito puede volverse una actuación perpetua. Y cuando la ovación se convierte en rutina, todo pierde sentido. La máscara entonces no solo se usa, se habita. Se vuelve parte del rostro, parte de la voz, parte del alma.

He aquí el absurdo: cuanto más se alcanza ese tipo de éxito superficial, más difícil es soltarlo. Cuesta tanto llegar ahí, que la sola idea de dejarlo ir aterra. Uno queda atrapado en una zona dorada pero hueca, repitiendo discursos que ya no se sienten propios.

Algunas personas viven años atrapadas en esa contradicción. Intuyen que algo anda mal, pero no logran nombrarlo. Viven para cumplir expectativas. Y cuando por fin se preguntan si todo eso vale la pena, ya tienen demasiadas cosas que perder como para empezar de nuevo.

Lo trágico no es fracasar, sino tener éxito en algo que no tiene sentido para ti. Ese es el verdadero extravío. No perderse por el camino, sino alcanzar un destino que nunca deseaste.

La imagen pública suele estar tan cuidada que nadie imagina lo que hay detrás. Se proyecta control, alegría, fuerza. Pero en lo privado puede haber ansiedad, agotamiento, confusión. La máscara no solo oculta al mundo, también acaba ocultándonos de nosotros mismos.

Algunas personas sacrifican su vocación, su tiempo libre, su salud y hasta sus afectos por sostener esa fachada. Se convierten en profesionales del rendimiento: siempre productivos, siempre ocupados, siempre disponibles. Pero internamente, desvinculados de sí mismos.

El éxito, en muchos casos, se vuelve un papel que se interpreta todos los días. Como si uno estuviera en un escenario sin poder bajarse nunca. Y ese guion, por más prestigioso que parezca, no siempre permite improvisar.

Hay una diferencia importante entre lograr cosas y sentirse realizado. Puedes acumular méritos y trofeos, pero si no hay sentido, todo pesa más de lo que aporta. El éxito sin propósito es solo otra forma de rutina.

Muchos confunden reconocimiento con felicidad. Creen que ser vistos equivale a ser amados. Pero el amor propio no se construye con likes, ni con aplausos, ni con títulos. Se construye en la intimidad, cuando uno se reconoce vulnerable y valioso sin adornos.

Algunos lo descubren tarde. Después de años de fingir, de complacer, de callar. Lo descubren cuando algo quiebra por dentro, cuando una crisis les obliga a detenerse. Entonces miran atrás y se preguntan en qué momento dejaron de ser ellos mismos.

Pero no es fácil dejar de fingir. Abandonar la máscara implica enfrentarse a preguntas incómodas: ¿Qué quiero de verdad? ¿A quién intento impresionar? ¿Cuáles decisiones tomé por mí y cuáles para agradar? No siempre estamos listos para escuchar esas respuestas.

Hay quienes, al intentar quitarse la máscara, descubren que ya no hay rostro debajo. Que han habitado tanto tiempo el personaje que ya no recuerdan su voz auténtica. Y eso duele. Pero también es el primer paso para reconstruirse desde otro lugar.

La verdadera libertad no está en escalar, sino en elegir cuándo y cómo bajarse. El que logra decir “no necesito más”, aunque podría tenerlo, alcanza un poder que ningún premio otorga: el de ser dueño de sí mismo.

En lugar de correr tras la validación externa, podríamos aprender a buscar la conexión interna. Cambiar el aplauso por el silencio fecundo. Cambiar el espectáculo por el encuentro. No hay éxito más profundo que saberse en paz con uno mismo.

Quizá sea hora de redefinir el éxito. Que no consista en tener más, sino en necesitar menos. Que no sea una etiqueta social, sino una expresión íntima. Que no dependa del brillo externo, sino del fuego que arde por dentro.

El espejismo del éxito se disuelve cuando entendemos que no hay nada que probar. Que no tenemos que ser más que lo que somos. Que valemos, incluso si no destacamos. Que podemos descansar sin sentir culpa. Respirar sin pedir permiso.

Tal vez lo verdaderamente revolucionario hoy no sea triunfar, sino detenerse. No sea conquistar, sino renunciar. No sea brillar, sino cuidar. Tal vez la victoria más luminosa sea volver a lo esencial.

Y que ese espejo, por primera vez en mucho tiempo, devuelva una mirada que no huye. Una que diga, con sosiego: “Así, tal cual, también soy valioso”.

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.

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