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La fragilidad como forma de belleza

Por: Ricardo Hernández El Día Martes 15 de Julio del 2025 a las 20:16

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Hay cosas que sólo existen mientras duran poco: una flor recién abierta, un suspiro, un gesto sincero. No son eternas, y por eso mismo, nos conmueven. Su belleza depende de su fragilidad.

Vivimos en una época que celebra lo fuerte, lo resistente, lo inquebrantable. Se nos enseña a no rompernos, a no mostrar grietas, a resistir como piedra.
Esa es la lógica que rige nuestras aspiraciones más comunes.

He aquí la paradoja: lo más bello en la vida suele ser lo más frágil. Aquello que puede romperse, marchitarse o desaparecer en cualquier momento. Tal vez, en lugar de buscar lo indestructible, deberíamos aprender a cuidar lo que podría deshacerse con solo un soplo.

Hay bellezas que no se imponen: se ofrecen. Y en ese ofrecimiento hay vulnerabilidad. Un niño dormido. Un anciano que toma con temblor una taza de café. Un ave que canta sin saber si será escuchada.

La fragilidad no significa debilidad. Significa posibilidad de daño, sí, pero también capacidad de sentir, de conmover, de abrirse al otro.

¿Y si lo que realmente conmueve es aquello que, siendo frágil, nos hace conscientes de lo efímero de la vida?

Lo fuerte a veces se vuelve rígido. Lo frágil, en cambio, permanece atento. Vive en tensión, como una cuerda afinada, sabiendo que en cualquier momento puede romperse.

La vida misma es frágil. Nadie sabe cuándo será su última caminata, su última carcajada, su última noche mirando las estrellas.

He aquí el absurdo: valoramos el amor, la vida y el tiempo…pero cada uno de ellos puede irse sin previo aviso. Aquello que nos sostiene es, en realidad, lo más frágil que tenemos.

Y sin embargo, caminamos. Como si el absurdo no bastara para detenernos. Seguimos riendo, seguimos mirando.

Eso también es una forma de valentía.

Nos han dicho que debemos ser duros para sobrevivir. Pero los que más han amado saben que no hay amor sin riesgo, sin entrega, sin una cierta exposición a la herida.

Hay relaciones humanas que sólo florecen cuando alguien se atreve a ser frágil. A mostrarse sin máscaras, sin respuestas rápidas, sin armaduras.

Cuando uno se quiebra frente a otro, y el otro no huye. Ese momento, tan breve y tan humano, es uno de los más bellos que existen.

Las obras de arte más profundas no son las perfectas. Son las que muestran la grieta, la falla, la marca de lo humano.

Un jarrón roto y reparado con oro, como en la tradición japonesa del kintsugi, es más valioso precisamente por sus fracturas. La herida, lejos de ocultarse, se convierte en parte de la belleza.

¿Por qué nos cuesta tanto aceptar esto en nosotros mismos?

La sociedad actual nos empuja a mostrarnos fuertes, seguros, impecables. Como si no tuviéramos derecho a caer, a llorar, a necesitar.

Nos obligan a encubrir la fragilidad, cuando lo verdaderamente humano es abrazarla.

Ser frágil, es decir: no tengo todas las respuestas. Y sin embargo, aquí estoy.

Es reconocer que no todo está bajo control. Que la vida no se controla, se habita.

Es saber que perderemos cosas, que nos dolerán personas, que el tiempo se irá. Pero que precisamente por eso hay que mirar más, abrazar más, agradecer más.

La belleza del instante está en que no vuelve. Como el aroma del pan recién hecho, como la luz dorada de la tarde, como una carcajada que se escapa.

Las flores no se disculpan por marchitarse. Simplemente florecen. Y cuando mueren, lo hacen con la misma delicadeza con la que nacieron.

Quizá la fuerza más auténtica no está en resistir eternamente, sino en saber cuándo rendirse con dignidad.

Aceptar que hay cosas que no podremos sostener para siempre. Que habrá amores que se irán. Lugares que dejaremos. Voces que se apagarán.

Y que todo eso, lejos de despojarnos, nos enriquece.

Porque nos recuerda que estamos vivos. Que todo lo que tenemos es este instante.

La fragilidad nos ancla al presente. Nos obliga a estar atentos, como quien sostiene entre las manos algo que puede deshacerse.

En un mundo que glorifica la dureza, atreverse a ser frágil es un acto de revolución íntima.

Es decir: no necesito aparentar. No necesito fingir. Estoy aquí, con mis cicatrices, mis miedos, mi esperanza aún viva.

Ser frágil no es rendirse. Es ser auténtico.

Y en lo verdadero —en lo que tiembla, en lo que se desborda, en lo que late— habita la belleza más profunda.

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.

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