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El vals de los drones

Por: Mtro. Jorge Alejandro Torres El Día Miercoles 09 de Julio del 2025 a las 23:15

Mientras una pareja celebra su amor en medio del lujo, un repartidor de Amazon simboliza la realidad invisible de miles que sostienen ese mundo de privilegios
Autor: Especial
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Mientras Jeff Bezos sellaba su amor en una ceremonia bañada en oro veneciano, con más cristales de Murano que estrellas en el cielo y más vuelos privados que aves migratorias sobre la laguna, el resto del mundo seguía girando… pero con los huesos rotos.

Una boda valorada en más de 40 millones de euros, enmarcada por los canales de una Venecia blindada, donde los turistas fueron desplazados, los residentes acorralados y los monumentos —de la Piazza San Marco al Gran Canal— convertidos en escenografía de un cuento para billonarios. El teatro La Fenice, la Basílica de Santa Maria della Salute y la Isla de San Giorgio Maggiore fueron los telones de fondo de esta ópera millonaria, que recordó —más que nunca— a las fiestas venecianas del pasado: aquellas noches de Carnaval donde los Dux y mercaderes se perdían tras máscaras para vivir sin juicio, sin límite, sin ley.

Porque eso era el Carnaval original en Venecia: un espacio de licencia, donde las clases sociales se disolvían bajo capas de terciopelo y plumaje, y por unas horas, el esclavo podía vestirse como príncipe, y el noble como bufón. La palabra carnevale —“adiós a la carne”— marcaba el fin de los placeres antes de la abstinencia de la Cuaresma.

Una despedida ritual del exceso… justo antes de la contención espiritual.

Pero hoy, el carnaval no se despide de nada.

Ya no es licencia: es privilegio institucionalizado.

Ahora el exceso es norma, no excepción.

Y la contención... solo se predica para los de abajo.

La boda de Bezos no fue una ceremonia. Fue un nuevo carnaval veneciano,

pero sin transgresión, sin sátira, sin subversión.

Un carnaval donde las máscaras no esconden rostros: reflejan impunidad.

Más de 90 jets privados, superyates de medio billón de dólares, fiestas temáticas inspiradas en el Gran Gatsby, cantos de Andrea Bocelli y un desfile de nombres que bien podría confundirse con la portada de Forbes o una cumbre del G20. Entre los invitados:

Bill Gates,

la Reina Rania de Jordania,

Tom Brady,

Leonardo DiCaprio,

Oprah Winfrey,

Lady Gaga,

Orlando Bloom,

Kim Kardashian,

Ivanka Trump y Jared Kushner.

Una colección cuidadosamente curada de poder, nobleza empresarial y glamour fabricado.

Porque ya no basta con el dinero: ahora el capital también se disfraza de celebridad.

Y ahí está Hollywood, la maquinaria de los falsos ídolos, prestando su brillo a un carnaval que no representa amor, sino estatus.

Nos enseñaron a admirarlos, a imitar sus vidas, a seguir sus cuentas.

Pero estos íconos no están ahí por mérito moral, sino por cercanía al poder.

Lady Gaga no fue a cantar. Fue a legitimar.

DiCaprio no fue a protestar por el cambio climático. Fue a brindar con quienes lo aceleran.

Y mientras tanto, nosotros aplaudimos desde el feed, creyendo que ser como ellos es posible… si trabajamos lo suficiente.

Y mientras todo eso ocurría allá arriba, tú aquí abajo esperabas un paquete en la puerta de tu casa.

Sin saber que alguien lo empacó en menos de 20 segundos, bajo amenaza de despido, en una bodega de Amazon en Tijuana.

Sin sindicato.

Sin aire acondicionado.

Sin pausas.

Jeff Bezos —el tercer hombre más rico del planeta, con una fortuna de más de $200 mil millones de dólares— gana alrededor de 2,500 dólares por segundo.

Mientras tanto, un trabajador promedio de Amazon en México gana menos de 150 pesos por jornada.

Y esta semana, mientras millones se preparan para el Prime Day, muchos mexicanos harán fila virtual para comprar lo que pueden… sin imaginar que detrás de cada clic hay cuerpos fatigados, derechos diluidos y algoritmos que vigilan más que cualquier supervisor.

Mientras las copas tintineaban en salones de mármol, alguien en un centro logístico de Monterrey era medido por un software que decide si su esfuerzo es suficiente para seguir contratado.

Mientras los drones volaban sobre Venecia para capturar el “sí, acepto”, otros drones en Jalisco y Querétaro registraban movimientos corporales, pausas indebidas y velocidad de embalaje.

Y luego está el planeta.

Cada jet privado emite más de 4 toneladas de CO₂ por vuelo transatlántico.

Los superyates consumen el equivalente energético de una colonia entera.

Y Venecia —ciudad que se hunde— no solo enfrenta la subida del nivel del mar, sino el peso de ser usada como vitrina por una élite que no vive sus consecuencias.

Sí, alguien dirá: “Generaron empleo, donaron millones a la comunidad local”.

Pero la justicia social no se construye con caridad, sino con estructura:

Con salarios dignos, condiciones laborales justas y límites éticos al derroche en un mundo donde la desigualdad ya es insoportable.

Esto no fue sólo una boda.

Fue una postal del tecnofeudalismo global.

Una demostración de poder en tiempos donde se nos exige austeridad, resiliencia y aguante.

Una burla elegante con vestido de diseñador.

Y no es que estemos en contra del amor.

Estamos en contra de que se celebre como si este mundo fuera propiedad privada.

Porque si hay amor verdadero, que no necesite mil toneladas de carbono para decir “sí, acepto”.

La próxima vez que abras tu app en Prime Day, recuerda:

para que tú recibas algo en 24 horas, alguien más vive en urgencia los 365 días del año.

Cuando los drones que capturan la boda son los mismos que vigilan las manos que sostienen ese imperio,

lo que baila no es el amor.

Es el poder.

Es la impunidad.

Es el vals de los drones.

Y más vale que lo escuchemos bien…

antes de que el mundo —y también México— se quede sin música.

Rola del día: Gosh de Jamie xx https://www.youtube.com/watch?v=hTGJfRPLe08

Jorge Alejandro Torres Garza

Es internacionalista con una maestría en Ciencia Política y Administración Pública por la Universidad Autónoma de Tamaulipas. Durante su carrera realizó un intercambio en España y ha trabajado en los tres niveles de gobierno tanto en México como en Estados Unidos, incluyendo en un consulado de México en la zona de Los Ángeles, California. También ha participado en campañas políticas en México, colaborando con candidatos a alcaldes, diputados locales y gobernadores, así como en la campaña del senador de la República y precandidato presidencial del Partido Demócrata, Bernie Sanders, en Estados Unidos.

Recibió el reconocimiento "30 Under 30 Award" por la Asambleísta Eloise Gómez Reyes del Congreso del estado de California, un galardón que distingue a jóvenes líderes menores de 30 años por su dedicación, innovación y servicio a la comunidad.

Su pasión por el bienestar y la transformación social lo llevó a fundar Vibra/TAM, una asociación civil que promueve la salud mental de jóvenes a través de la música y las artes. Actualmente, brinda consultoría en desarrollo económico, turismo y salud mental, integrando enfoques holísticos y sostenibles.

Es amante de la música, disfrutando géneros como el rock clásico, jazz, electrónica, folk e indie. También es un practicante comprometido de yoga, meditación y senderismo, actividades que inspiran su conexión con la naturaleza y el bienestar integral.

Correo electrónico: jatorresgarza@gmail.com

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