El hombre que se busca y no se encuentra
Hay hombres que corren sin saber por qué. Se levantan temprano, cumplen con todo lo que se espera de ellos, responden mensajes, pagan cuentas, hacen lo correcto… y sin embargo, sienten un vacío que no pueden nombrar. Como si algo les faltara. Como si dentro de ellos hubiera una ausencia sin forma, un silencio que pesa en el pecho.
Se miran al espejo y reconocen el rostro, la voz, las arrugas… pero algo no encaja, como si la imagen fuera un disfraz que ya no les pertenece. ¿Dónde está aquel que solía reír con el alma? ¿Dónde quedó la versión más auténtica de sí mismos, la que no necesitaba máscaras para sentirse en casa? Algo se perdió en el camino. O tal vez nunca estuvo del todo ahí.
He aquí la paradoja: nunca en la historia habíamos tenido tantos recursos para conocernos… y sin embargo, nunca habíamos estado tan perdidos.
La identidad se ha vuelto un rompecabezas sin guía, una figura que cada quien debe ensamblar sin saber qué piezas faltan o sobran. Nos han dicho que podemos ser lo que queramos, que todo depende de nosotros. Pero esa libertad aparente puede convertirse en una cárcel: la de no saber quiénes somos ni hacia dónde vamos.
Vivimos rodeados de discursos que prometen felicidad instantánea, pero ninguno toca el fondo. Nos venden recetas, no verdades. Y lo más peligroso: nos hacen creer que si no somos felices, la culpa es nuestra. Como si el malestar fuera un fallo, cuando en realidad es una señal honesta de que algo dentro busca sentido.
Nos volvimos expertos en construir imágenes para los demás, pero torpes para habitar nuestro propio ser. Sabemos cómo aparentar seguridad, éxito o alegría, pero desconocemos cómo dialogar con la voz que surge en la soledad de la noche. Esa voz silenciosa que no grita pero tampoco se apaga: “¿Quién eres en realidad?”
Y entonces, en medio de ese ruido, aparece el hombre que se busca en el laberinto de su propia vida. No está roto: está despierto. Solo quien reconoce su extravío puede comenzar a encontrarse. Solo quien se atreve a mirar de frente su confusión puede empezar a descifrarla.
No se trata de hallar una definición definitiva de uno mismo, ni de descubrir una esencia escondida y pura. Quizá no exista tal esencia. Tal vez el yo es una construcción lenta, imperfecta y frágil, tejida con fragmentos, heridas, intuiciones y pequeñas certezas.
Buscarse no es una meta, sino un modo de estar en el mundo. Una forma humilde de caminar, aceptando que somos siempre tránsito, una pregunta abierta. Lo contrario a esto no es la plenitud, sino fingir que ya no hay nada que buscar.
Hay quienes se sienten derrotados por no tener respuestas claras, pero quizás el verdadero fracaso es renunciar a hacerse preguntas. El que sigue perdido todavía tiene esperanza, porque está vivo por dentro.
Aunque el camino se cubra de niebla, cada paso sincero es un acto de resistencia. Resistir no es endurecerse, sino continuar amando, dudando, intentando.
Nadie se encuentra por completo. Pero hay instantes breves, destellos luminosos, en los que uno se reconoce. Puede ser al contemplar un atardecer, al reír con un amigo, al perdonar, al escribir, al llorar sin miedo. En esos momentos no sabemos todo lo que somos, pero al menos sentimos que estamos en casa.
Y eso basta, por ahora. Porque buscarse también es una forma de encontrarse.
A veces, en medio del ruido, quien se busca halla refugio en el silencio. No un silencio vacío, sino uno que invita a escuchar, a sentir, a descubrir los ecos dormidos de su propia alma.
Aceptar la incertidumbre es parte del camino. No hay mapas claros ni destinos fijos. Cada uno escribe su ruta, a veces con pasos errantes, otras con decisiones que deshacen lo construido.
La soledad no es enemiga, sino aliada. En ella se abren espacios para la autenticidad, lejos de las miradas que tantas veces condicionan nuestro ser.
Ser uno mismo es un acto valiente, porque implica mostrarse frágil, imperfecto, vulnerable. Esa valentía es, a la vez, un acto de amor hacia uno mismo y hacia el mundo.
No encontrarse es un proceso que dura toda la vida, pero también una oportunidad para reinventarnos una y otra vez, para descubrir la belleza en la búsqueda misma.
Quizá la verdadera paz no está en tener todas las respuestas, sino en convivir con las preguntas, en habitar esa tensión sin miedo ni prisa.
El que se busca y no se encuentra es, en realidad, quien está vivo. Y vivir es, antes que nada, estar dispuesto a la búsqueda, con todo lo que eso implica.
Porque en esta paradoja infinita, la búsqueda misma es un encuentro: en el movimiento, en el no saber, está la vida.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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