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¿cuestión de años o de conciencia?

Por: Ricardo Hernández El Día Viernes 04 de Julio del 2025 a las 19:24

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¿Cuántos años necesitas para ser maduro?

La pregunta parece simple, pero su respuesta desconcierta. Porque, aunque se suele asumir que la edad trae consigo sensatez, prudencia y sabiduría, la vida nos demuestra que no siempre es así. Hay jóvenes con una sorprendente capacidad para asumir responsabilidades y adultos mayores que se resisten a crecer, en el plano emocional.

La madurez no se mide en calendarios ni en números. Es una capacidad interna, emocional y mental, que se traduce en saber manejar nuestras emociones, tomar decisiones conscientes y aceptar las consecuencias de nuestros actos. Por ejemplo, conozco a un joven de 20 años que, frente a una situación difícil en su familia, actuó con calma, buscando soluciones y apoyando a todos, demostrando una madurez poco común para su edad. En contraste, hay personas mayores que, a pesar de los años, evitan responsabilidades o reaccionan impulsivamente ante los problemas.

He aquí la paradoja: mientras más crecemos en edad, más deberíamos comprender la vida; sin embargo, hay quienes con los años se vuelven más rígidos, menos tolerantes y emocionalmente frágiles. En cambio, hay jóvenes que, sin haber vivido tanto, poseen una madurez que no depende del tiempo, sino de la conciencia con que se habita cada experiencia.

Aceptar los errores propios es otro signo de madurez. No se trata de ser perfectos, sino de tener la honestidad y la valentía para reconocer cuándo hemos fallado y buscar la manera de corregirlo. Esto requiere humildad, una cualidad que no siempre acompaña a la edad avanzada.

Por ejemplo, un hombre que conozco pasó años resistiéndose a pedir ayuda para sus problemas personales, hasta que un día decidió cambiar y buscar apoyo. Ese acto de humildad marcó un antes y un después en su vida, mostrando que madurar implica también saber cuándo rendirse para volver a levantarse.

Además, la madurez implica responsabilidad. No solo en cumplir con las obligaciones, sino en entender el impacto de nuestras acciones en quienes nos rodean. Es ser conscientes de que no vivimos en aislamiento, sino en una red de relaciones que se nutren o se dañan según cómo actuemos.

En la práctica, esto se traduce en pequeñas acciones cotidianas: cumplir una promesa, ser puntual, cuidar nuestras palabras para no lastimar y tener la paciencia para resolver conflictos sin recurrir a la agresión.

No todo es fácil en el camino hacia la madurez. Muchas veces implica confrontar verdades incómodas sobre nosotros mismos, aceptar limitaciones y cambiar hábitos arraigados. Este proceso puede ser doloroso, pero también liberador.

La experiencia de vida, con sus altibajos, es un gran maestro. No obstante, no basta con acumular años para ser sabios o maduros; es necesario reflexionar sobre lo vivido, aprender de ello y estar dispuestos a evolucionar.

Un ejemplo claro es el de una señora mayor que, después de muchos años de vivir enojada y resentida por eventos pasados, decidió buscar la reconciliación con su familia. Su madurez se manifestó en ese acto de perdón y búsqueda de paz, mostrando que nunca es tarde para crecer emocionalmente.

Por otro lado, la madurez también se relaciona con la capacidad de adaptación. El mundo cambia constantemente, y quienes se aferran rígidamente a sus ideas o costumbres sin abrirse a nuevas perspectivas pueden quedarse estancados, sin madurar realmente.

En contraste, aquellos que enfrentan los cambios con una mente abierta y dispuesta a aprender demuestran una madurez dinámica, que no se limita a la edad, sino que evoluciona con el tiempo.

La madurez emocional también incluye saber manejar el estrés y las frustraciones. En lugar de reaccionar impulsivamente, una persona madura busca entender las causas de sus sentimientos y actúa de forma constructiva.

Además, madurar significa desarrollar una autoestima sana. No se trata de soberbia o arrogancia, sino de valorarse, reconocerse con virtudes y defectos, y tener la confianza para seguir adelante pese a las adversidades.

Un joven con baja autoestima puede tomar decisiones dañinas para sí mismo, mientras que otro con madurez emocional busca apoyo y toma caminos que lo fortalezcan.

La madurez es una búsqueda constante. No es un estado fijo, sino un proceso que nos reta a ser mejores cada día. Ser maduro no es haber llegado, es seguir creciendo.

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.

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