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La paradoja de la soledad en la era de la hiperconexión 

Por: Ricardo Hernández El Día Miercoles 02 de Julio del 2025 a las 19:47

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Vivimos en un mundo donde estamos más conectados que nunca y, sin embargo, la soledad se ha vuelto una compañera silenciosa e insistente.

Vivimos en un tiempo en que los dispositivos digitales parecen ser extensiones de nuestro cuerpo. El teléfono que nunca calla, las notificaciones que no cesan, las redes sociales que invaden cada espacio de nuestra vida. La hiperconexión tecnológica nos mantiene “siempre disponibles”, pero rara vez verdaderamente presentes.

La vibración constante del celular es como un latido implacable que nos recuerda que estamos ahí, pero ausentes. En las pantallas brillantes, en la penumbra de una habitación, el silencio pesa y se siente más profundo que nunca.

Laura cenaba sola, como cada noche, con el celular al lado del plato. Mientras masticaba, respondía stickers en tres chats distintos. Reía frente a la pantalla, pero cuando apagó el teléfono, cayó en cuenta de que hacía días que no escuchaba una voz con intención. No estaba sola por falta de compañía, sino por exceso de vínculos que no tocaban su mundo interior.

Es curioso: podemos tener cientos de “amigos” en línea y, sin embargo, sentirnos emocionalmente aislados. La comunicación se vuelve fugaz, fragmentada y muchas veces superficial, dejando un vacío que ni el flujo constante de mensajes puede llenar.

La hiperconexión nos da la ilusión de compañía, pero no la sustancia. Nos rodeamos de voces digitales, pero no de presencias reales. Nos vemos, pero no nos miramos. Nos leemos, pero no nos sentimos.

No es que la tecnología sea enemiga de lo humano. Lo peligroso es el ruido que genera cuando reemplaza, en lugar de acompañar, el encuentro auténtico. Ese ruido, que avanza sin freno, termina silenciando lo que realmente importa: la intimidad, la escucha, el cuidado.

¿Dónde quedaron las conversaciones sin prisa? ¿Los silencios compartidos sin necesidad de explicaciones? ¿Las miradas que no necesitan filtros ni emojis? En este mundo de respuestas automáticas, pareciera que los vínculos también se automatizan.

Hemos confundido disponibilidad con presencia. Y no son lo mismo. Estar disponibles las 24 horas no significa estar realmente ahí. El alma no responde notificaciones. Necesita pausas, necesita espacios, necesita tiempo.

Muchos descubren la soledad no cuando están físicamente solos, sino cuando están rodeados de mensajes que no tocan, de interacciones que no abrigan, de gestos que no alcanzan. Es una soledad que no se ve, pero se siente. Una que crece en medio del ruido.

En esta era, lo verdaderamente revolucionario puede ser apagar el teléfono durante una conversación. Mirar a los ojos. Escuchar sin interrupciones. Volver a estar, realmente estar, con otro ser humano sin la necesidad de compartirlo en una historia.

No se trata de romantizar el pasado ni de satanizar la tecnología. Se trata de reconocer que el exceso de conexión externa puede producir una desconexión interna. Y ahí es donde comienza el verdadero conflicto de nuestro tiempo.

Tal vez necesitamos menos pantallas y más rostros. Menos palabras escritas a toda prisa y más silencios compartidos con intención. Tal vez, solo tal vez, necesitamos aprender a estar con nosotros mismos sin sentir que falta algo.

Porque a veces, la hiperconexión nos deja sin espacio para nosotros. Nos diluye en un torrente de estímulos, hasta que ya no recordamos cómo suena nuestra propia voz interior. Y sin esa voz, es difícil saber quiénes somos.

Hay un tipo de soledad que nace no de la distancia, sino del exceso de ruido. Una soledad que aparece cuando todos nos hablan al mismo tiempo y ninguna voz nos dice algo que verdaderamente importe.

Cada mensaje sin alma es un hilo suelto en una red que ya no sostiene. Nos acostumbramos a tocar sin contacto, a hablar sin presencia, a vivir sin pausa.

La aceleración del mundo moderno ha hecho que confundamos productividad con conexión, multitarea con cercanía, velocidad con profundidad. Y en esa confusión, lo humano se va perdiendo entre pantallas que brillan, pero no iluminan.

En medio de esta hiperactividad digital, cada vez hay menos espacio para lo contemplativo, para lo gratuito, para el silencio fecundo que nos reconcilia con lo esencial. Lo inmediato desplaza lo importante. Y así, sin darnos cuenta, nos quedamos sin alma.

Hace falta valentía para deshabituarse del ruido, para ir contracorriente, para decir no al exceso. Porque volver a lo humano no es regresar al pasado, sino reconquistar lo que en el fondo nunca debimos perder: la capacidad de estar plenamente presentes.

Quizá reconectar no sea inventar nuevas formas de comunicarnos, sino recuperar el valor de una presencia sincera. Quizá la verdadera revolución no esté en la velocidad, sino en la pausa.

Porque, al final, no nos estábamos quedando solos. Solo estábamos olvidando cómo estar con otros de verdad.

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.

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