El peso del silencio: cuando la responsabilidad nos elige
¡Hola!, mis queridos lectores. Me siento siempre con el deseo de saludarlos, espero estén bien de salud. Hoy quiero compartirles otra parte del contenido de una historia que terminé de escribir hace pocos días. La comparto con todo mi afecto para ustedes. Quiero recordarles que el título de mi historia se llama: El dolor ajeno. Reflexiones sobre la empatía y el sufrimiento.
CAPÍTULO 2
El peso del silencio: cuando la responsabilidad nos elige
Introducción:
No siempre elegimos las responsabilidades que asumimos. A veces, son las circunstancias las que nos interpelan y nos obligan a actuar. Este capítulo relata un momento clave en el que el cuidado deja de ser una opción y se convierte en una necesidad ética, revelando que ayudar no siempre es cómodo, pero sí profundamente humano.
Le advertí a Mateo aquella mañana que no se sentara tan cerca del borde del jardín. Le insistí varias veces:
—Te vas a quedar dormido y te vas a caer con todo y silla de ruedas.
Con esa voz suave y frágil que lo caracterizaba, me respondió:
—No, no creo.
Le avisé una vez más antes de irme:
—Bueno. Voy a la tienda por el mandado y regreso.
Decidí ir a una tienda comercial más lejana, aún molesto por los billetes rotos que aquella señora me había dado en ocasiones anteriores en la carnicería de enfrente.
Al regresar, me encontré con una escena inesperada: ¡Mateo se había caído junto con su silla de ruedas al jardín! Por fortuna, dos jóvenes lo habían visto caer tras escuchar un golpe, y acudieron de inmediato a ayudarlo. Su rostro reflejaba miedo, como el de un niño desconcertado. Tenía ligeras manchas de sangre en una mano. Una vez que los jóvenes se marcharon, lo llevé al médico para descartar cualquier lesión, especialmente en la cabeza. Afortunadamente, no hubo consecuencias graves.
Al reflexionar sobre ese momento, comprendí que había asumido una responsabilidad que no me fue pedida explícitamente, sino que surgió de las circunstancias. Mateo, sin decir palabra, se convirtió en un punto de referencia, en un puente que me conectaba con algo más profundo: la acción ética. Esa experiencia marcó lo que considero la segunda etapa de nuestra relación. Si la primera se caracterizó por un sentimiento espontáneo de protección, esta segunda etapa implicaba una responsabilidad moral consciente.
Llevarlo al médico no fue un simple acto de cortesía. Fue una elección que implicaba compromiso. Mateo nunca me pidió ayuda. No me dijo que lo llevara, ni que se sentía mal. Fue su silencio el que me obligó a actuar; fue la escena la que me hizo comprender que debía intervenir. No lo dudé, y tomé la iniciativa.
Esa nueva vivencia trajo consigo nuevas preguntas: ¿Era correcto asumir yo solo esa responsabilidad? ¿No sería más adecuado buscar a alguien más cercano, como los jóvenes que vivían en la casa antigua? ¿No debía compartir esa carga con otros? A pesar de que apenas comenzaba a conocer a Mateo, sentí la necesidad de ayudarlo mientras encontraba a alguien que pudiera asumir esa tarea de manera más permanente. Mi intención no era cargar con todo indefinidamente, pero sí responder con humanidad en el momento que más se necesitaba.
Aclaro que mi preocupación no era económica. En ese entonces, yo no sabía mucho sobre la situación financiera de Mateo. Su manera de vestir o su forma de vivir no revelaban con claridad si era una persona de escasos recursos o simplemente alguien que llevaba una vida modesta. Pero eso no era lo importante. Lo que importaba era que alguien debía estar allí para actuar. Y en ese momento, ese alguien fui yo.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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