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El otro 68

Por: Javier Rosales El Día Viernes 01 de Octubre del 2021 a las 23:08

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Es una masacre que nadie olvida y mucho menos aquellos que estuvieron allí y que escaparon de los balazos de un gobierno dictador que veía en el rostro de cada estudiante universitario a un verdadero enemigo.

No tenía yo la edad, pero muchos años después me topé con algo que me dejo helado, algo que si se hubiera publicado, como lo intenté, inyectaría de esperanza a muchos padres de familia que perdieron a sus hijos en la matanza de la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, allá en el Distrito Federal, por lo menos para saber dónde quedaron sus cadáveres.

Era una noche fría y lluviosa, pero digna para una farra y a eso de la media noche, medios tomados, junto con tres amigos caminaba por la avenida Reforma luego de regresar de una fiesta a casa y nos ganó la necesidad de hacer el uno, muy penado en el DF si te sorprende la policía.

Con sorpresa vimos a nuestra derecha un enorme predio cercado con lámina y nos aproximamos. Una de ellas, de las láminas, estaba despegada y entramos al lugar en medio de la oscuridad, y a lo lejos vimos el brillo de una hoguera y a un señor que tomaba café y nos acercamos.

Primero, pedimos disculpas por invasores y, luego, le pregunté qué sucedía con el predio sumamente escarbado, lleno de piedras, de lodo y cero árboles. “Aquí era un lupanar en los tiempos de Pancho Villa. Aquí mataron a muchas chamacotas y ahora van a construir por eso están en limpieza”, solo dijo el señor.

Le dimos las gracias y avanzamos hacia la salida. Caminábamos lento para no resbalarnos con el lodo y de pronto pise algo que trono como si fuera una bola de coco. Me detuve, lo recogí y lo guarde en mi abultada chamarra.

Rumbo a la casa, ubicada a unas cuadras de Tlatelolco, nos detuvo una patrulla policiaca. No se bajaron los uniformados de la unidad y nos pidieron que ya nos fuéramos a dormir.

Ya en casa y, curioso como soy, saque lo que traía en la chamarra. Era una especie de cráneo con un orificio en la frente. Lo limpie con agua y quede sorprendido, una pieza que un día después la lleve a la Facultad de Medicina de la UNAM, institución en la que estudié periodismo, donde fue examinado. El resultado fue que sí, que era el resto de una cabeza de mujer y que tenía una antigüedad que bien coincidía con la matanza de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas y el orificio era la huella de una bala entre ceja y ceja.

Eso me dejo frío y en ese entonces yo tenía un trabajo temporal en Imevisión, allá en el Ajusco, lugar donde puse al tanto de este hecho a mi jefa inmediata a quien le pedí que me permitiera hacer un amplio reportaje. Anonadada, consultó a sus superiores y el resultado fue una negativa, porque lo que tenía en la mano era una bomba de tiempo.

Insistí en que esa empresa de gobierno debería considerar la desesperación de los padres de familia que aun buscan a sus hijos, -se habla de mil desaparecidos y 400 estudiantes muertos-  y también del raiting, porque un reportaje de ese tamaño tendría un alcance internacional.

Pero nada de nada, y de hecho me pidieron que no comunicara este suceso a otras empresas televisivas, inclusive las privadas, porque correría peligro mi seguridad.

El cráneo no se que fin tuvo y el tema y mi inquietud se disolvieron como vapor, mientras que año con año cientos de maestros y estudiantes universitarias marchan por las calles del Distrito Federal para recordar aquel amargo hecho que a todos nos sacude.

Libros se escribieron sobre la matanza del 68, pero ninguno menciona este detalle de verdadera importancia.

Hace dos años, cuando visité la capital mexicana, miré desde un taxi el lugar, ubicado a un lado de lo que fue la Secretaria de Relaciones  Exteriores, un lugar que luce una construcción moderna.

No tenía yo la edad, pero tuve en mis manos un resto humano no de una meretriz de la época del Centauro del Norte, sino, tal vez, de una estudiante universitaria que protesto contra el mal gobierno y que formó parte de los cientos de caídos en una masacre que aun duele porque duele.

Este 2 de Octubre se cumple un año más y como mexicanos no se olvida, menos aún entre todos aquellos sobrevivientes, algunos de Ciudad Victoria, Tamaulipas, que se aprietan fuerte sus manos para evitar que regrese a su mente aquellos momentos de miedo y de dolor, que les toco vivir.

Solidarios con los padres de hijos desaparecidos en la Noche de Tlatelolco, somos, pero eso nunca ha sido suficiente.

Por un hijo desaparecido, el dolor no se puede ocultar.

Y esta modesta nota, va por ellos.

Correo electrónico: tecnico.lobo1@gmail.com   

Javier Rosales
Columnista en Tamaulipas. Su columna Anecdotario es publicada en diversos medios de comunicación.

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