Monterrey, México.- Julio Scherer inicia su libro Los Presidentes describiendo los momentos posteriores al destape de Luis Echeverría como candidato a la presidencia de la República por el PRI. Así, expresa el ánimo de sus colaboradores en la Secretaría de Gobernación, conocedores de su futuro: Los Pinos. Como si la decisión representara una segunda oportunidad de vida, el candidato cambió sus modos: la sonrisa ante la cámara era más atractiva, la seguridad era claro reflejo del ascenso al poder. Scherer agregó “Echeverría sería candidato, presidente, dios, presidente-dios”.
Ese era el presidencialismo mexicano. Presidencialismo que convertía el titular del ejecutivo en el gran tlatoani durante seis años. Espacio donde pasaron figuras que marcaron la historia política de México: Lázaro Cárdenas del Rio, Miguel Alemán Valdés, Adolfo López Mateos o Carlos Salinas de Gortari. Cada uno formó sus redes de poder político, ya que la influencia nunca se pierde. El reclutamiento siempre tuvo un objetivo: tener el poder que concentra la silla. Sin embargo, el partido único perdió el poder al iniciar el siglo XX; la ciudadanía había logrado dar el último golpe para alcanzar el anhelado cambio. El cambio no llegó. No ha llegado. No parece llegar.
Con la transición democrática, los poderes fácticos se agigantaron ocupando importantes espacios de poder político, siendo el poder legislativo el principal ejemplo de la debacle del presidencialismo centralista y la incursión de las empresas en la política. Durante el gobierno de Fox, las televisoras formaron la “tele bancada” en el Congreso. Pasaron de tener dos diputados en 2003 a once diputados y cinco senadores en 2012. Las decisiones ya no salen de una oficina. Ahora, las negociaciones se llevan a cabo en diferentes recintos, con diferentes personas.
Tras el regreso del Revolucionario Institucional a la presidencia, Enrique Peña Nieto intentó recuperar el poder perdido. El Pacto por México representó el acuerdo político más importante posterior a la transición. El presidente, con la colaboración de los partidos de “oposición”, logró que se aprobara la reforma política, la reforma educativa, la reforma financiera, la reforma fiscal y la criticada reforma energética. Peña Nieto sería el encargado de “salvar a México”.
Hoy, a poco más de tres años de la firma del pacto, los resultados le dan la razón a los críticos del presidente. El 1% del país concentra el 21% del ingreso nacional como lo afirma un estudio del economista Gerardo Esquivel. Además, la promesa de la reducción en los precios de la gasolina se ve cada vez más lejana, decepcionando a más de un mexicano que se esperanzó con la reforma energética. Por si fuera poco, la reforma educativa, orgullo del presidente Peña y del secretario Nuño, no ha mostrado avances en el desarrollo de los estudiantes: el abandono escolar sigue en ascenso.
Las elecciones presidenciales de 2018 se acercan y el panorama político no es claro. Andrés Manuel López Obrador lidera las principales encuestas del país, a pesar de la guerra que se ha desatado entre las dirigencias de los partidos por temas de comunicación política y manejo de recursos financieros. Gane quien gane las elecciones, el presidente electo deberá entender que la dinámica política ha cambiado: el juego ya no es de uno, ni de dos… el juego es de muchos y los acuerdos son cada vez más complicados.
¿Presidente-dios? Eso quedó muy atrás….
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