Monstruosamente humano
Fui a ver Frankenstein de Guillermo del Toro y admito desde este primer párrafo que mi mirada nace inclinada. La imparcialidad se disuelve cuando el corazón elige. Del Toro permanece entre mis mexicanos predilectos, un creador admirable por su talento desbordado y por su manera de estar en el mundo. Genio sin distancia, artesano con alma de amigo, anfitrión de los que sueñan.
Su mirada me fascina. Infancia entre cómics, exvotos, santos y criaturas imposibles. Capacidad para transformar el dolor en ternura. Fe en la imaginación como fuerza sagrada. Del Toro relata historias de compasión. Sus monstruos cargan heridas internas, piden abrazo y buscan una luz.
Su cine parece una catedral gótica hecha de sueños. Cada película es una vidriera iluminada por melancolía, inocencia perdida y deseo de pertenecer. Desde Cronos hasta Pinocho, con estaciones en El espinazo del diablo, El laberinto del fauno, La forma del agua y Nightmare Alley, su obra respira una convicción profunda en el sentido de que la belleza también habita la penumbra y la ternura puede convertirse en acto de resistencia.
Me gustan todas sus películas, incluso las que enfrentaron frialdad o escasa taquilla, porque cada una conserva su huella, su respiración, su universo. Algunos directores buscan aplausos, Del Toro busca reconciliación con la humanidad.
Su Frankenstein encarna ese espíritu. No es una adaptación de Mary Shelley, sino un Frankenstein propio, entrelazado con su filmografía y construido con los mismos materiales con que soñó toda su vida. Un relato lleno de amor, dolor y poesía. Las verdaderas criaturas temibles resultan humanas, mientras la creación reclama un sitio con la dignidad de quien aprende a sentir. En lugar de estruendo, preguntas. En lugar de rencor, silencio compasivo.
La atmósfera gótica seduce. Cada sombra acaricia. Cada acorde se vuelve plegaria. Donde otros ven tragedia, él construye elegía. Transforma muerte en arte, horror en belleza y desamparo en posibilidad.
Salí del cine pensando que su obra entera dialoga con la soledad. Sus criaturas son huérfanas del mundo, igual que muchas personas. Buscan un abrazo, una razón para seguir, una voz que confirme pertenencia.
Resuena su frase más luminosa: “Los monstruos son los santos de mi devoción.” En esas palabras caben su ética y su estética. El arte como refugio, como taller de empatía, como acto que repara lo quebrado. Del Toro escribe, dibuja, anota criaturas en libretas que luego respiran en pantalla. Su gabinete de curiosidades es diario íntimo y mapa del tesoro.
Pienso en el hombre que sostiene a otros. Becas, talleres, jóvenes cineastas que encuentran en él un puente. Estudiantes que reciben herramientas y confianza. Profesionales que despiertan un día con un mensaje suyo y, con él, una oportunidad. Su generosidad nace como hábito del alma. México entero ha visto ese impulso transformarse en escuelas, apoyos y sueños cumplidos.
Recuerdo también la herida que marcó su vida, el secuestro de su padre. Una familia sumergida en el miedo y, al mismo tiempo, amigos que se convirtieron en escudo. De esa oscuridad emergió una fortaleza que aún se nota en su carácter. Del Toro conoce el abismo y quizá por eso su cine abraza con tanta verdad. Quien ha mirado de frente la noche entiende el precio de la luz.
Su Frankenstein le pertenece porque entiende el corazón del mito. La criatura funciona como espejo. Los humanos representan el territorio de sombras. El amor actúa como chispa. La compasión se eleva como ciencia mayor. Su versión insiste en que el verdadero experimento consiste en preservar el alma.
El cine de Del Toro elige la belleza incluso en la niebla. Elige el detalle artesano, la textura y el gesto. Antes de cada plano hay una idea trazada con lápiz, un pensamiento que ya sueña con respirar. En sus sets, los objetos poseen memoria, los colores intención y los monstruos biografía.
Mientras la lluvia golpeaba los cristales del cine pensé que Mary Shelley habría sonreído. Dos siglos después, su criatura sigue viva y aprende a amar en otro idioma, con otro acento, con una sensibilidad que mezcla oficio, fantasía y ternura. El México de Del Toro se filtra en las sombras, en los altares, en el sentido de ofrenda. Cada plano rinde culto a la imaginación. Cada historia ofrece casa a quienes se sienten distintos.
Guillermo del Toro crea películas y también construye puentes entre lo humano y lo fantástico, entre maestros y aprendices, entre pasado y futuro. Su arte funciona como carta de navegación para quienes creen que la empatía todavía puede cambiar destinos.
Frankenstein confirma esa fe.
Guillermo, tu catedral gótica se habita con gratitud.
¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA o las monstruosas creaciones lo permiten.
Placeres culposos: Florence + The Machine con Everybody scream.
En la NFL, Bills vs KC.
Calaveritas de azúcar para Greis y Alo.
David Vallejo
Politólogo y consultor político, especialista en temas de gobernanza, comunicación política, campañas electorales, administración pública y manejo de crisis. Cuenta con posgrados en Estados Unidos, México y España. Ha sido profesor, funcionario estatal y federal, así como columnista en Veracruz, Tamaulipas y Texas. Escritor de novelas y cuentos de ficción. Además, esposo amoroso, padre orgulloso, bibliófilo, melómano, chocoadicto y quesodependiente.
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