La política de la intuición: las lecciones de Kahneman y Tversky
En política, como en la vida, la mayoría de las decisiones no se toman por la razón, sino por la intuición. Amos Tversky y Daniel Kahneman, dos psicólogos israelíes que transformaron la comprensión del comportamiento humano, demostraron que el pensamiento racional es mucho más limitado de lo que creemos. La mente, dijeron, no calcula: ataja. No evalúa todas las opciones posibles, sino que recurre a atajos mentales —heurísticas— que simplifican la realidad para decidir más rápido, aunque a veces con errores previsibles. En el terreno político, donde las emociones pesan más que los argumentos y el tiempo de atención se mide en segundos, esas heurísticas no solo explican cómo votamos, sino por qué creemos lo que creemos.
El ciudadano no analiza cada propuesta, no compara datos ni estudia las trayectorias con rigor académico. Su mente busca señales rápidas: quién le inspira confianza, quién le resulta familiar, quién le genera empatía. La heurística de representatividad explica por qué un candidato que “parece líder” —por su voz, su porte o su lenguaje corporal— proyecta más autoridad que uno con mayor preparación. La heurística de disponibilidad revela que lo reciente o lo impactante pesa más que lo constante: un escándalo, un video viral o un rumor pueden alterar la percepción pública con mayor fuerza que años de trabajo. Y la heurística del afecto muestra que lo que sentimos por alguien condiciona lo que pensamos de él; cuando un político nos cae bien, le perdonamos errores, y cuando nos cae mal, lo culpamos incluso de lo que no hizo.
De esa misma lógica nace el efecto halo, una de las ilusiones más poderosas de la psicología política. Ocurre cuando una característica positiva —una sonrisa sincera, una historia emotiva o una frase inspiradora— ilumina todo lo demás. Un solo rasgo favorable se proyecta sobre el conjunto y distorsiona el juicio: si alguien nos parece confiable, asumimos que también es competente; si nos parece empático, lo creemos honesto. El halo no se razona, se siente. Lo que brilla en un líder tiende a cubrirlo todo. Y su reverso es igual de implacable: un error, un gesto de soberbia o una declaración desafortunada pueden ensombrecer una carrera entera. En política, la primera impresión no solo cuenta: a menudo sentencia.
Kahneman lo resumió con una frase que debería estar escrita en todo cuarto de guerra: “Lo que ves es todo lo que hay.” El cerebro humano no busca más información cuando algo le resulta coherente o emocionalmente satisfactorio. Si el mensaje encaja con lo que queremos creer, si la historia toca una fibra personal, si el símbolo transmite sentido, dejamos de cuestionar. Por eso, las campañas más eficaces no compiten por demostrar quién tiene la razón, sino por conquistar la emoción que guía la razón.
El voto, al final, es una respuesta emocional disfrazada de decisión racional. Kahneman habló de dos formas de pensar: la rápida, intuitiva y automática; y la lenta, analítica y deliberada. En política, casi todo ocurre en la primera. El elector siente primero, decide después y, finalmente, inventa razones para justificar su decisión. En la era digital, ese proceso se ha acelerado: una imagen puede construir o destruir credibilidad más rápido que cualquier debate. Las redes sociales son el laboratorio perfecto de las heurísticas: un territorio donde la emoción se impone, la atención es breve y el juicio es instantáneo.
Comprender esto no es un llamado a manipular, sino a comprender la naturaleza humana. El estratega que domina las heurísticas no busca engañar, sino conectar. Entiende que el poder se construye desde la percepción, que la confianza es un proceso emocional y que los ciudadanos no votan por quien les explica mejor el país, sino por quien les hace sentir parte de una historia. La política no se gana con datos fríos, sino con símbolos que transmiten sentido y emociones que ordenan el caos. En el fondo, el liderazgo verdadero no consiste en imponer razones, sino en inspirar certezas.
Kahneman decía que la razón siempre llega tarde. Y tenía razón. Llega cuando la emoción ya ha decidido. Por eso, quien aspira a gobernar no solo debe entender los números, sino también las emociones que los mueven. Porque el poder, antes que institucional, es psicológico; antes que visible, es perceptivo; antes que racional, es profundamente humano. La política no se decide con la cabeza: se decide con esa mezcla de intuición, deseo y simbolismo que hace que un pueblo confíe, siga y crea.
Alberto Rivera
Construyo procesos de comunicación siendo y haciendo cosas diferentes, provocando emociones y moviendo conciencias hacia la participación social y política.
Ayudo a potenciar marcas de proyectos políticos y gubernamentales a través del descubrimiento de insights, arquetipos de marca y estrategias de comunicación política.
Soy consultor, catedrático y speaker en Estrategias de Campaña Política y de Gobierno. Director General de Visión Global Estrategias.
Soy originario de Tampico, Tamaulipas y cuento con una Maestría en Educación, Maestría en Política y Gobierno y Doctorado en Filosofía; además de tener diversas especializaciones en Comunicación Política, Consultoría Política e Imagen.
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