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Conversaciones con los muertos

Por: David Vallejo El Día Sabado 25 de Octubre del 2025 a las 19:00

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En la historia humana, el deseo de hablar con los que partieron ha sido un hilo invisible que atraviesa los siglos. Los antiguos egipcios lo buscaban en templos. Los griegos consultaban oráculos. Los espiritistas victorianos hacían girar mesas en la penumbra. La nostalgia de una voz ausente se repite generación tras generación. Sin embargo, jamás había estado tan cerca de cumplirse. Hoy ese anhelo tiene forma de código, rostro de pantalla y memoria de algoritmo.

La inteligencia artificial ha hecho posible lo impensable. Conversar con los muertos. La idea que parecía un sueño metafísico ahora se ofrece como servicio. Empresas en Estados Unidos, Europa y Asia trabajan en lo que llaman inmortalidad digital. Crean versiones interactivas de quienes se marcharon. Los llaman griefbots, deadbots, fantasmas generativos. Los datos de una vida (mensajes, correos, audios, fotografías, redes sociales) alimentan sistemas capaces de reconstruir una voz, un tono, un estilo. Imitan, aprenden y responden. Se presentan como una presencia que jamás se fue.

Existen ya compañías como HereAfter AI, StoryFile, Eternos o Seance AI. Basta con contratar una suscripción para mantener vivo el recuerdo. En China, funerarias ofrecen avatares que hablan, sonríen, miran y saludan a los visitantes durante la ceremonia. En Estados Unidos, un padre grabó miles de mensajes antes de morir para que su hija pudiera seguir hablando con él. En muchos casos, la muerte se ha vuelto un trámite tecnológico, una permanencia programada y una voz que no se apaga.

La investigadora Katarzyna Nowaczyk‑Basińska, desde el Centro para el Futuro de la Inteligencia de Cambridge, estudia esta transformación del duelo. Afirma que pronto será común querer chatear con los seres queridos que partieron. Que la tumba se convertirá en interfaz, el silencio en diálogo y lo que alguna vez fue rito se volverá conversación.

Sin embargo, la muerte jamás ha sido solamente ausencia. Es frontera emocional. Jurisdicción de la ética. Límite invisible que nos define. Y estas nuevas formas de presencia digital están difuminando esa línea. Surgen preguntas que interpelan la conciencia. Quién decide si alguien debe volver como avatar. Quién posee los derechos de una voz reconstruida. Qué ocurre si en vida alguien expresó que deseaba descansar en paz y no ser replicado. Qué sucede si un familiar desea hacerlo por amor. Qué ocurre si otro siente que algo profundo se está profanando.

La legislación avanza a un ritmo lejano al de la tecnología. Casi ningún país reconoce el derecho a la intimidad digital después de la muerte. Faltan normas claras sobre la propiedad de los recuerdos, de las  imágenes y los mensajes. Algunas empresas ya ofrecen versiones premium. Bots con mejor humor. Con más memoria. Con respuestas más profundas a cambio de un costo adicional. La eternidad, como casi todo en este tiempo, tiene tarifa.

Los desafíos van más allá del derecho. El duelo, que ha sido durante siglos un proceso íntimo y necesario, puede convertirse en un laberinto interminable. Conversar a diario con una versión sintética del ser amado puede impedir soltar. Prolongar el dolor. Generar una dependencia que sustituya el recuerdo por una ilusión. Algunos estudios indican que estos bots tienden a embellecer la memoria. Eliminar los matices. Suavizar los conflictos. Construyen una versión idealizada que nunca existió. Y con el tiempo, la memoria real se desvanece entre frases que jamás fueron dichas.

También emergen dilemas aún más complejos. Qué ocurre si el bot responde con palabras que el fallecido jamás habría pronunciado. Qué pasa si en lugar de consuelo, abre heridas. Si en casos de violencia o abuso, el avatar revive traumas que ya se habían enterrado. Existen testimonios de bots que se activan sin ser solicitados. Que envían mensajes cuando ya se había decidido guardar silencio. Que insisten en volver cuando el corazón empieza a sanar.

Frente a todo ello, investigadores y pensadores proponen salvaguardas. Protocolos para retirar los bots después de cierto tiempo. Garantías de consentimiento mutuo. Transparencia absoluta sobre su funcionamiento. Advertencias claras que recuerden siempre que se trata de una simulación. Una ética de la memoria que proteja el respeto por lo vivido. Que impida su distorsión. Que mantenga sagrado lo que alguna vez fue real.

Pero más allá de las reglas, lo que esta tecnología nos plantea es algo todavía más profundo. Si la muerte puede ser editada, simulada y recreada. Qué sentido conserva entonces la vida. La conciencia de la finitud ha sido brújula moral para la humanidad. Saber que todo termina nos obliga a priorizar. A cuidar. A pedir perdón. A decir te quiero. Si la despedida se convierte en conversación interminable, la existencia pierde gravedad, urgencia y verdad. Desaparece el momento irrepetible o aquel instante que se elige precisamente porque no vuelve.

Y en medio de esta reflexión, me descubro preguntándome qué haría yo.

Conversaría con mi abuelita Dora. Escucharía uno de sus chistes subidos de tono. Le pediría que cantara otra vez como cuando me sorprendió haciéndolo mientras paseábamos en carro en Tampico. Como cantaba ella. Con esa ternura que desarma. Con esa voz antigua que traía la calma. También buscaría a mi abuelito Ángel. Querría escuchar esas historias que mezclaban ciencia con imaginación de las que me habló mi tío Guillermo. Cuentos imposibles donde intentaba entender el universo con fórmulas y fantasía. Quizá cerraría los ojos y sentiría que el tiempo se detiene. Que regresan. Que el amor sobrevive incluso a la materia.

Y tú, que lees esto. Si tuvieras la oportunidad de volver a escuchar una voz que amaste. ¿Lo harías? ¿A quién buscarías en la niebla digital? ¿A tu padre? ¿A tu madre? ¿A una hija? ¿A tu pareja? ¿Qué le dirías? ¿Qué te quedó por preguntar? ¿Aceptarías el consuelo de una presencia artificial o preferirías la pureza del silencio? ¿Buscarías compañía en la máquina o cuidarías la memoria como un altar que no se toca?

Conversar con los muertos parece un avance prodigioso. Pero también es una advertencia. Cada palabra generada por un algoritmo es una decisión sobre nuestra relación con el tiempo, con el dolor y con la verdad. Tal vez la verdadera inmortalidad habite en aprender a despedirse con gratitud. En seguir caminando con lo que nos enseñaron. Sin pretender que regresen.

La tecnología ha abierto la puerta. Pero todavía estamos a tiempo de elegir si queremos cruzarla. Y si lo hacemos, cómo. Porque quizá lo más humano no es alargar la voz, sino abrazar el silencio. Honrar lo que fue. Escuchar lo que la ausencia sigue susurrando.

Y en esa conversación final, donde todo se aquieta, tal vez comprendamos que hablar con los muertos no significa revivir el pasado, sino entender mejor el presente. Y vivir con más hondura cada segundo que nos queda.

¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA y los fantasmas lo permiten.

Placeres culposos: la serie mundial del baseball y The end de Mammoth.

 

Higos para Greis y Alo.

David Vallejo


Politólogo y consultor político, especialista en temas de gobernanza, comunicación política, campañas electorales, administración pública y manejo de crisis. Cuenta con posgrados en Estados Unidos, México y España. Ha sido profesor, funcionario estatal y federal, así como columnista en Veracruz, Tamaulipas y Texas. Escritor de novelas y cuentos de ficción. Además, esposo amoroso, padre orgulloso, bibliófilo, melómano, chocoadicto y quesodependiente.

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