La política es, al final del día, una historia. Y la pregunta más importante que todo candidato debería hacerse no es “qué voy a decir”, sino “qué historia quiero contar”. Porque los relatos no se sostienen en slogans ni en discursos huecos: se construyen con hechos. Y son esos hechos, envueltos en emociones, los que logran provocar la conversación pública a favor de un proyecto.

He visto candidatos que creen que la batalla es únicamente contra el adversario, sin darse cuenta de que muchas veces también pelean con su propio equipo y, más profundamente, con ellos mismos. Por eso no existen campañas exitosas en automático; existen personas exitosas capaces de armar campañas inteligentes. Esa diferencia es la que separa la improvisación del triunfo.

Los consultores políticos solemos incomodar. Es nuestro papel. Porque una crisis de campaña no suele estallar por un error visible, sino por todo aquello que antes se dejó de hacer. Los malos acuerdos, las alianzas débiles y la falta de amarres terminan siempre en traiciones. Los acuerdos se hacen para que no te ataquen, las alianzas para que te ayuden y los amarres para que nadie se desvíe del rumbo. Quien olvida esta regla se condena a enfrentar deslealtades en el peor momento.

Un candidato se parece al piloto de un auto: el partido es el vehículo, la carretera es el contexto, la operación política es el motor que lo impulsa y la publicidad es el diseño aerodinámico que le permite avanzar más rápido. Pero nada de esto funciona si el piloto no se ilusiona con la carrera. Cuando el cerebro del candidato no vibra de entusiasmo, el elector lo percibe, y si el candidato no cree en sí mismo, la gente tampoco lo hará.

El tamaño del ejército nunca garantiza la victoria; lo que importa es su articulación y su capacidad de reacción. En realidad, lo que tienes es la campaña que controlas, el equipo que logras articular y la habilidad que adquieres para convencer. Porque las palabras no se desgastan de tanto repetirse, sino porque no coinciden con los hechos. Si no vendes bien el problema, jamás podrás vender la solución. Y no es lo mismo mandar en tu campaña que tener realmente el control de ella.

La comunicación política comienza mucho antes del spot o del mitín. Empieza en el diseño de la agenda. Sin agenda, la estrategia no se mueve; sin relato, la comunicación se vuelve hueca. El marketing político lo sabe bien: relatos, causas, agenda e incluso la construcción de un antagonista le han permitido a la Navidad trascender por siglos, más allá de la religión y de las culturas.

Hacer campañas en distintos países me permitió entender que cada lugar tiene sus particularidades, pero hay constantes que se repiten: escuchar a los vecinos, juntar a los mejores hombres y mujeres, congregar a quienes saben de los temas más complejos, usar la política para solucionar problemas y no para generarlos. Si somos capaces de todo esto y lo ponemos al servicio de la gente, quizá logremos acercarnos a una felicidad sobria y digna para todos. Suena utópico, ¿y qué? Sin utopías, la política se reduce a mera administración de lo cotidiano.

Al final, los candidatos son contadores de historias. Nuestra tarea, como estrategas, es ayudarles a que esas historias no sean solo palabras lanzadas al aire, sino hechos envueltos en emociones que se quedan en la memoria de la gente. Porque son esas emociones las que guían la inteligencia que decide el voto y la adhesión a un proyecto. Y porque, en política, lo que realmente importa no es el slogan que repites, sino la capacidad de transformar emociones en confianza, confianza en votos y votos en cambios reales.

Alberto Rivera

Construyo procesos de comunicación siendo y haciendo cosas diferentes, provocando emociones y moviendo conciencias hacia la participación social y política.

Ayudo a potenciar marcas de proyectos políticos y gubernamentales a través del descubrimiento de insights, arquetipos de marca y estrategias de comunicación política.

Soy consultor, catedrático y speaker en Estrategias de Campaña Política y de Gobierno. Director General de Visión Global Estrategias.

Soy originario de Tampico, Tamaulipas y cuento con una Maestría en Educación, Maestría en Política y Gobierno y Doctorado en Filosofía; además de tener diversas especializaciones en Comunicación Política, Consultoría Política e Imagen.