O Pedrouzo, España.-  Cuatro días en el Camino de Santiago… y aquí sigo, caminando, con las piernas reclamando y los pies preguntándose: ‘¿de verdad era necesario?’

Desde Sarria comencé esta aventura, y lo primero que me recibió fue una subida tan interminable que pensé que alguien la había diseñado para poner a prueba mi paciencia. Dos horas trepando… y confieso que por un momento me di por rendido. Pero no vencido. El orgullo pudo más y seguí.

El camino ha sido una mezcla rara: paisajes hermosos, lluvia incesante, subidas que parecen no acabar y, claro, mi nueva compañera inseparable: una ampolla en el pie izquierdo. Si hubiera tenido que pagar boleto para este espectáculo, no habría devuelto ni un euro… porque esto, aunque duela, vale cada paso.

He visto peregrinos rezando, otros cantando, algunos que parecen caminar volando, y yo… yo avanzando como si cada kilómetro fuera un maratón. Pero así es el Camino: te reta, te cansa, te hace dudar… y después te premia con la emoción de estar un poco más cerca de Santiago.

Hoy es el cuarto día y ya estoy a las puertas de Compostela. Lo digo entre risas y dolor: el Camino te rompe… pero te reconstruye. Porque al final, las piernas fallan, pero la voluntad siempre encuentra cómo dar un paso más.

Así que sí, aquí sigo: cansado, mojado, con los pies hechos trizas… pero feliz. Porque en el Camino, rendirse nunca es opción, y cada paso es un recuerdo que quedará para siempre.