El abrazo de los árboles: un refugio en el Camino
Al principio sonó extraño… pero pronto descubrí su verdadero sentido.
En la primera etapa, con el cansancio ya encima, me encontré con un árbol, lo abracé y, en ese instante, sentí una calma inmensa. Fue como si la fatiga desapareciera. Desde entonces, ese pequeño gesto se convirtió en mi ritual.
Ayer lo volví a hacer. Y hoy, en la tercera etapa, lo repetí una y otra vez. Porque hoy fueron 28 kilómetros desde Palas de Rei hasta Arzúa. Un recorrido bajo la lluvia constante, con subidas interminables y un desgaste que se sentía en cada músculo.
En medio de esa dureza, detenerme a abrazar un árbol fue más que un descanso: fue un recordatorio de que el Camino también se vive con el corazón abierto, con la humildad de aceptar ayuda, aunque venga de la naturaleza misma.
Quizá ahí radica la magia del Camino de Santiago: en los paisajes, en la fe, en la lluvia que cala hasta los huesos… pero también en esos instantes íntimos, cuando un peregrino se abraza a un árbol y entiende que no camina solo.
Hoy, más que kilómetros recorridos, me quedo con esa certeza: los árboles también acompañan.

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