El vínculo maldito
La noche cayó sobre la casa con una suavidad engañosa, como un telón que oculta al verdugo. El bosque afuera parecía detenido, pero adentro las sombras se movían con una respiración propia.
El padre Carlos dormitaba en su silla, abrazando el crucifijo como quien sostiene un arma rota; la madre mantenía al niño en brazos, temblando con cada sobresalto de su pequeño cuerpo febril. El joven paseaba de un lado a otro, inquieto, con la marca aún palpitando bajo la camisa. Yo, con el rosario apretado en la mano, presentía que esa calma era solo un disfraz.
El primer ataque no fue un rugido, sino un murmullo. La madre alzó la cabeza de golpe, sus ojos se abrieron como si hubieran visto una luz. La voz de su esposo muerto resonó desde la puerta, dulce, tibia, familiar. “María… ábreme.” Ella dio un paso, como hipnotizada, con el niño apretado al pecho. El bastón del padre golpeó el suelo y la sacudió de su trance; entonces se derrumbó de rodillas, llorando con desesperación. El eco repetía su nombre en un tono cada vez más meloso, como si la ternura fuera otra cadena.
El joven fue el siguiente. Del rincón oscuro brotó un murmullo con su propio timbre, seguro y altivo. “Podrías ser más que guardia y sombra —decía la voz—, podrías gobernar y nunca más bajar la cabeza.” Lo vi encenderse por dentro, como si de pronto creyera merecer ese poder. Sus manos temblaron, la marca ardió en su clavícula con un resplandor vino, y por un instante pensé que cedería. Lo sujeté por el brazo y lo miré a los ojos. “No eres tú el que habla”, le dije con firmeza. El padre escribió en el polvo de la mesa una palabra que cayó como piedra en un pozo: illusio.
Creí que el turno había pasado, pero el demonio me buscó a mí. Escuché la voz del padre Carlos, intacta, fuerte, como cuando lo vi predicar por primera vez. “Ricardo —dijo—, confía en mí. Déjalos, no sirven. Eres suficiente conmigo.” El corazón me dio un vuelco. Lo miré: el verdadero padre seguía con la cabeza inclinada, los labios apenas moviéndose en un rezo mudo. Comprendí la trampa, aunque su calidez casi me desarmaba. Cerré los ojos y susurré: “Señor, abre mis labios, y mi boca proclamará tu alabanza.” El eco quiso imitarme, pero se quebró en un gruñido tosco, como un perro enfermo que no sabe ladrar.
Entonces vino lo más terrible. Una figura emergió en la penumbra, flotando sobre el suelo como si no pesara. No era humo, no era sombra: era carne deshecha que intentaba parecer humana. El rostro, a pesar de lo borroso, era inconfundible: la joven del relato del padre, aquella que había gritado cuarenta años atrás. El sacerdote la vio y se le nublaron los ojos, como si la herida de su memoria se abriera de nuevo. Ella extendió la mano, suplicante, llamándolo sin palabras.
El bastón temblaba en la mano del padre. Por un instante, pensé que se levantaría para alcanzarla, como si aún pudiera rescatarla del pasado. La madre contuvo la respiración y el joven dio un paso atrás, aterrado de lo que veía. Entonces, con un esfuerzo que parecía arrancarle los huesos, el padre murmuró: —No vuelvas a llamarme. —La figura se contrajo y se deshizo en un polvo oscuro que olía a tierra mojada, como una tumba recién abierta.
El joven no soportó más. Se tapó los oídos y comenzó a golpearse la frente contra la pared, como si quisiera romper las voces que le gritaban dentro. La madre lo sujetó de los hombros, rogándole que se detuviera, y yo corrí a ayudarla. Sentí bajo mi mano el calor de la marca, que seguía palpitando como un corazón ajeno. El padre escribió en su cuaderno otra palabra: resistite. Resistid. Una orden breve, pero firme como hierro.
El silencio duró apenas unos segundos, hasta que comenzaron los pasos. Lentos, pesados, recorriendo el pasillo. Nos miramos sin movernos. El joven quiso abrir la puerta, convencido de que era su padre quien aguardaba. El bastón golpeó otra vez y lo detuvo. Las pisadas se detuvieron frente al umbral, y el sonido de tres golpes de nudillos resonó en la madera. No respondimos. El eco de aquel llamado quedó flotando como un juramento, y el aire se volvió más espeso que nunca.
La madre abrazó al niño con fuerza. El pequeño gimió en sueños, como si también escuchara la llamada. El padre permaneció erguido, aunque el sudor corría por su frente, y yo sostuve el rosario con tanta tensión que las cuentas se marcaron en mi piel. Me atreví a repetir en voz baja el nombre del enemigo: “Nazaroth.” Entonces la casa se estremeció con un murmullo de fastidio. Las sombras se encogieron en los rincones, y por un instante, el silencio fue total.
No hubo carcajadas, no hubo voces ni golpes. Solo la impresión de una sonrisa invisible, contenida en los tablones, como si la casa misma disfrutara del juego. El padre Carlos me miró con gravedad, y en el polvo de la mesa escribió: “No los escuches nunca.” El joven, agotado, se dejó caer contra la pared. La madre siguió rezando, pero su voz ya no buscaba convencer a nadie: era un susurro para sí misma, un recordatorio de que aún estaba viva.
El tiempo se hizo espeso, inmóvil, como si la noche hubiera decidido quedarse más allá del amanecer. Sentí que los relojes del mundo se habían detenido y solo quedábamos nosotros, respirando con dificultad dentro de esa casa que ya no era refugio, sino prisión. Y entonces comprendí que la batalla había cambiado de forma: ya no era solo contra un demonio que gritaba, sino contra las sombras que imitaban lo que más amábamos.
El enemigo no necesitaba romper puertas ni incendiar techos para vencernos; bastaba con sembrar duda en el corazón. Resistimos en silencio, aferrados unos a otros, como náufragos en una balsa que se hunde lentamente. Y aunque la casa guardaba silencio, todos sentimos lo mismo: el demonio solo estaba probando nuestra resistencia. Sonreía en lo oscuro, satisfecho de haber abierto otra grieta.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
Para que HOYTamaulipas siga ofreciendo información gratuita, te necesitamos. Te elegimos a TI. Contribuye con nosotros. DA CLIC AQUÍ