La hora del este
Desde el corazón geoestratégico de Asia emergió una escena que bien podría definirse como un parteaguas en la arquitectura internacional del siglo XXI. Beijing albergó una cumbre sin precedentes de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), donde confluyeron los rostros de un mundo en reconfiguración: Vladimir Putin, Xi Jinping, Narendra Modi, Kim Jong-un, y junto a ellos, los ministros, técnicos y estrategas que bosquejan nuevas geometrías de poder. A la sombra de los tambores de un desfile militar que evocaba antiguos imperios y modernas ambiciones, se tejió una narrativa densa, deliberada, profundamente simbólica.
El encuentro se dio mientras Occidente atraviesa su propio laberinto: Europa debatiendo su identidad energética y militar; Estados Unidos ajustando su brújula entre el Pacífico y el conflicto interno; y la economía global oscilando entre promesas tecnológicas y riesgos sistémicos. En ese claroscuro, Rusia y China decidieron escribir un capítulo nuevo. Uno que no pide permiso.
El gesto inicial fue elocuente: Putin y Xi llamándose “viejos amigos”, como quien evoca una intimidad forjada en la necesidad compartida. Pero la amistad, en geopolítica, nunca se conjuga sin intereses. Lo que siguió fue un desfile de acuerdos que parecerían guionados para un manual de transición multipolar.
Se firmaron más de veinte instrumentos de cooperación. Entre ellos, el más emblemático: el Power of Siberia II, un gasoducto colosal que transportará cincuenta mil millones de metros cúbicos de gas ruso hacia China durante tres décadas. Más allá del flujo energético, representará una arteria estratégica que consolidará la interdependencia entre dos potencias que han decidido hacer del pragmatismo su bandera. Mientras Europa busca desprenderse del gas ruso, China lo acoge con los brazos abiertos, asegurando abastecimiento y condicionando aún más la economía rusa a sus designios. El acuerdo, cargado de simbolismo, todavía deja en suspenso los detalles de precio, financiamiento y calendario de construcción, pero confirma la dirección del futuro.
Xi, por su parte, no se limitó a ser anfitrión y presentó su Iniciativa de Gobernanza Global, una arquitectura alternativa a las instituciones occidentales, con propuestas que incluyen un banco regional de desarrollo para la OCS, sistemas financieros no dolarizados, cooperación tecnológica e inversión en inteligencia artificial. Es, en esencia, una propuesta civilizatoria. Un modelo que se presenta como racional, eficiente y soberano. Uno que desafía la noción de que el liberalismo occidental es el punto final de la evolución política.
Putin respaldó sin titubeos esa visión. Habló de “soberanía compartida”, de “multipolaridad responsable”, de “una Eurasia que no necesita tutores”. En términos técnicos, se discutió la transición hacia transacciones en monedas locales, la facilitación de visados, la cooperación agrícola, el financiamiento de infraestructura crítica y el respaldo mutuo ante sanciones externas. En términos simbólicos, se delineó una narrativa: el mundo ya no orbita en torno a una única capital.
La presencia de Narendra Modi añadió un matiz relevante. India, aún distanciada de los alineamientos automáticos, participó activamente, estrechando lazos con Rusia e impulsando su propia agenda. Su pragmatismo fue evidente: busca energía, tecnología y estabilidad regional, sin subordinarse a nadie. En paralelo, la aparición de Kim Jong-un en el desfile militar junto a Xi y Putin provocó imágenes inquietantes para las democracias liberales: tres líderes que han desafiado, cada uno a su manera, las reglas del juego occidental, marchando bajo las mismas banderas.
Pero fue en los pasillos, lejos de las cámaras, donde se produjo una conversación reveladora. Xi y Putin se detuvieron a comentar los avances en biotecnología y longevidad. Entre sonrisas y confidencias, hablaron de la posibilidad de vivir 150 años. La idea, más que un deseo personal, sonaba a metáfora de poder: la ambición de extender no solo la vida biológica, sino la vigencia política de sus proyectos. En un mundo que se fragmenta, los líderes de Oriente se imaginan a sí mismos como arquitectos de una historia más larga, más persistente que la que dicta el calendario occidental.
La exhibición militar añadió un capítulo aparte. Desfilaron el misil hipersónico DF-17, con su planeador capaz de sortear defensas antimisiles; el intercontinental DF-61, concebido como amenaza estratégica de largo alcance; el dron furtivo GJ-11 “Sharp Sword”, presentado como símbolo de la nueva guerra aérea sin pilotos; los drones de mar, armas autónomas para disputar el control naval; y el sistema láser OW5, diseñado para cegar satélites o neutralizar enjambres de drones. El mensaje fue nítido: no solo construyen rutas de gas o bancos alternativos, también redefinen la disuasión militar del siglo XXI.
¿Qué significa todo esto? ¿Estamos ante el nacimiento de un nuevo orden global?
Más que un reemplazo directo del statu quo, lo que emerge es una constelación alternativa. Un orden en construcción, basado en la sinergia de economías grandes, recursos abundantes, poblaciones masivas y narrativas que privilegian la estabilidad sobre la disidencia. China aporta el músculo económico, Rusia el poder energético y militar, India la legitimidad democrática del sur global, y Corea del Norte… el recordatorio de que las sombras también hacen parte del tablero.
Las implicaciones son múltiples. En lo energético, Europa tendrá menos margen para presionar a Moscú. En lo tecnológico, los avances en IA y telecomunicaciones tendrán menos supervisión ética, pero mayor velocidad. En lo financiero, el debilitamiento del dólar como moneda de transacción entre estas potencias redibujará el mapa monetario. Y en lo militar, la coordinación implícita de estos países proyecta una capacidad disuasiva que obligará a replantear doctrinas de defensa en Washington y Bruselas.
No obstante, este eje no está exento de tensiones. Las asimetrías entre Rusia y China son profundas: Moscú depende cada vez más de Beijing, y eso incomoda en el Kremlin. India desconfía de la Belt and Road Initiative. Corea del Norte sigue siendo un actor impredecible. Pero en conjunto, han entendido que el mayor gesto de poder es la capacidad de ofrecer alternativas. Y eso es, precisamente, lo que están construyendo.
En un mundo donde la geografía ya no se impone, sino que se negocia, esta reunión marca una inflexión. Es el inicio de una era donde los pactos se firmarán tanto en Davos como en Tianjin, donde la verdad dejará de ser un patrimonio de Occidente, y donde la historia volverá a escribirse desde varios centros. Para algunos, será motivo de alarma. Para otros, una oportunidad de equilibrio.
Para todos, un nuevo desafío.
En fin, el mundo no crece negando al otro, sino reconociendo que el poder, en su expresión más lúcida, es siempre una danza de equilibrios.
¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA o el eje de oriente lo permite.
Placeres culposos: Por fin, vuelve la NFL!!!; la final del USA open; el gabinete de los ocultistas de Armin Ohri; y el Conjuro 4. El ciclo de cine francés siempre trae consigo películas interesantes a Cinépolis.
Pozole y de postre cocada para Greis y Alo.
David Vallejo
Politólogo y consultor político, especialista en temas de gobernanza, comunicación política, campañas electorales, administración pública y manejo de crisis. Cuenta con posgrados en Estados Unidos, México y España. Ha sido profesor, funcionario estatal y federal, así como columnista en Veracruz, Tamaulipas y Texas. Escritor de novelas y cuentos de ficción. Además, esposo amoroso, padre orgulloso, bibliófilo, melómano, chocoadicto y quesodependiente.
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