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Se regalan dudas

Por: David Vallejo El Día Sabado 30 de Agosto del 2025 a las 19:00

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Estimada, estimado, estimade, o quien sea que un día se cruce con estas palabras como quien abre, sin saberlo, una puerta hacia otra vida.

Si alguna vez crees que ya has entendido todo, si alguna vez sientas que por fin has llegado a la cima de tu montaña, te pido algo: no te quedes ahí. Mira alrededor, mira al horizonte, y pregúntate si eso que crees cima no es apenas la primera colina de algo desconocido y mucho más grande. La certeza puede ser un lugar hermoso para descansar, pero también la tumba perfecta para la curiosidad.

No te dejo respuestas. Las respuestas son frágiles, caducan. Lo que hoy parece indestructible, mañana se desmorona con un dato nuevo, con un hecho imprevisto, con una mirada distinta. Te dejo preguntas, porque ellas no envejecen; crecen contigo, se afinan, se ensanchan, se vuelven más valientes a medida que tú también lo haces.

¿Qué es lo que no estoy viendo?

¿De qué soy cómplice por callar?

¿Qué parte de la historia falta en el relato que me contaron?

¿Y si mi verdad fuera apenas un punto de vista con buena retórica?

Las preguntas son más antiguas que cualquier imperio, más revolucionarias que cualquier espada.

Sócrates, en la plaza de Atenas, no pretendía enseñar respuestas, sino encender incendios:

¿Qué es la justicia?

¿Qué es la virtud?

¿Para qué sirve la vida si no se examina?

Lo condenaron por incomodar demasiado, pero sus preguntas sobrevivieron a todos los jueces.

Albert Einstein, adolescente, se preguntó cómo sería viajar montado en un rayo de luz. Una pregunta que sonaba a juego, pero que contenía la semilla de la teoría de la relatividad, la certeza de que tiempo y espacio podían doblarse.

Darwin, frente a los pinzones de las Galápagos, se preguntó si sus diferencias podían tener un origen común. De esa obsesión nació la teoría de la evolución y con ella una nueva forma de pensarnos como especie.

Rosa Parks, en un autobús de Montgomery, lanzó la pregunta más simple y demoledora:

¿por qué mi dignidad debe ir en la parte trasera?

No gritó, no empuñó armas; se quedó sentada. Pero esa pregunta silenciosa movilizó conciencias, leyes y futuros.

Mary Shelley, con apenas diecinueve años, se preguntó en una noche de tormenta qué ocurriría si la materia muerta pudiera volver a la vida. De esa duda nació Frankenstein, y con él la semilla de la ciencia ficción, un género que todavía hoy nos obliga a mirar al futuro con miedo y esperanza.

Las dudas que transforman no siempre nacen en grandes laboratorios ni en los libros de historia. A veces aparecen en un salón de clases, en una oficina, en un elevador que parece lento hasta que descubres que el problema no son los segundos, sino la impaciencia de quienes esperan.

Recuerdo un posgrado en el que a cada alumno nos asignaban un caso para resolver en una dependencia pública. El mío parecía sencillo: la única queja en las encuestas era el elevador de una oficina de atención ciudadana. Me sumergí en manuales técnicos, investigué sobre elevadores, revisé promedios de tiempos, consulté presupuestos y finanzas para ver cómo adquirir uno más rápido. Estaba convencido de haber encontrado la solución. Cuando expuse mi propuesta, el profesor sonrió con calma y dijo: “Quiero ir a ver ese elevador”. Fuimos. Me preguntó cuánto tardaba. Respondí con precisión. Me preguntó cuánto tardaban en promedio elevadores similares. Respondí otra vez. Me preguntó qué pasaba realmente con las personas ahí dentro. Y a fuerza de insistir, terminé reconociendo que el elevador no era lento. El problema era otro: de manera natural, a nadie le gusta ir a hacer trámites. El profesor me dijo entonces: “La solución no está en comprar un elevador más rápido. La solución está en poner espejos. Si colocamos espejos, la gente dejará de contar segundos para mirarse a sí misma. Se distraerá. El tiempo se volverá más breve”. Se llevó acabo el consejo y volví a aplicar encuestas y efectivamente, el problema desapareció. El elevador seguía siendo el mismo, pero la experiencia de quienes lo usaban había cambiado. El error fue mío: no me había hecho las preguntas correctas.

Desde entonces entendí que la diferencia entre resolver un problema y transformarlo no está en acumular datos, sino en abrir los ojos a la pregunta oculta, a esa que nadie se atreve a formular porque parece demasiado simple.

Cuando ames, pregúntate cómo cuidar sin poseer.

Cuando trabajes, pregúntate si lo que haces dejará un rastro que merezca ser seguido.

Cuando ganes, pregúntate qué precio no estás viendo todavía.

Y cada cierto tiempo, pregúntate si el camino que sigues es realmente tuyo o si lo heredaste sin revisarlo.

La pregunta correcta no siempre es la más brillante ni la más compleja.

A veces es tan sencilla que parece ingenua.

A veces se disfraza de juego, como aquel músico que olvidó su partitura y se preguntó qué pasaría si tocaba de memoria.

De esa pregunta seguramente nació el jazz.

No huyas de las preguntas que duelen. Son las que arrancan capas de piel que ya no necesitabas. Son las que impiden que te conviertas en estatua.

Cuestiónalo todo. Porque las respuestas te darán algo que defender, pero las preguntas te darán un mundo. Y mientras tengas mundo, seguirás vivo,

y con la posibilidad intacta de transformarlo todo. Lo necesitamos, por favor duda…estimado, estimada, estimade.

¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA y la incertidumbre que da la necesidad de tantas respuestas lo permite.

Placeres culposos: Los nuevos álbumes de Helloween y de The Hives.

Muchas dudas y una que otra respuesta con fundamentos y amor para Greis y Alo.

David Vallejo


Politólogo y consultor político, especialista en temas de gobernanza, comunicación política, campañas electorales, administración pública y manejo de crisis. Cuenta con posgrados en Estados Unidos, México y España. Ha sido profesor, funcionario estatal y federal, así como columnista en Veracruz, Tamaulipas y Texas. Escritor de novelas y cuentos de ficción. Además, esposo amoroso, padre orgulloso, bibliófilo, melómano, chocoadicto y quesodependiente.

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