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Los laberintos de la mente

Por: Ricardo Hernández El Día Miercoles 06 de Agosto del 2025 a las 10:39

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Creemos que pensar nos salva, que la claridad llega cuando le damos vueltas a las cosas, como si pensar más fuera entender mejor. Y así nos sumergimos en la cabeza como en una cueva buscando luz. Pero, a veces, la cueva no tiene salida.

La mente es una arquitectura fascinante. Nos permite soñar, imaginar, recordar, razonar, pero también nos construye trampas: enredos, confusión, bucles internos. Caminamos entre ideas que parecen puertas, pero muchas no llevan a ninguna parte.

He aquí la paradoja: cuanto más intentamos salir de nuestros pensamientos, más nos enredamos en ellos. Nos atrapan nuestras propias hipótesis, nuestras dudas recicladas, nuestras narrativas. Pensar se vuelve un círculo.

Lo que creemos que nos libera puede volverse prisión. Pensamos para comprendernos, pero acabamos dudando de lo que somos. Pensamos para avanzar, pero muchas veces retrocedemos. La mente, como los buenos laberintos, siempre tiene más de un centro.

Pensar puede ser una forma de esconderse. Nos refugiamos en ideas para no sentir, razonamos para no actuar. Nos llenamos de explicaciones para no enfrentarnos al silencio. A veces, el pensamiento solo disfraza el miedo.

¿Y si no somos dueños de nuestra mente, sino prisioneros de sus pasillos invisibles? ¿Y si cada idea que creemos elegir ya nos ha elegido a nosotros? ¿Y si la mente no obedece, sino que nos guía sin pedir permiso?

A veces confundimos claridad con obsesión. Insistimos en una línea mental esperando que se transforme en una respuesta, pero la respuesta no siempre vive ahí. No todo lo que parece lógico conduce a lo verdadero.

La mente puede ser laberinto o espejo. Puede reflejarnos con precisión o multiplicarnos con distorsión. No siempre es fácil distinguir una imagen de una repetición, una salida de una trampa, una idea del miedo que la sostiene.

He aquí el absurdo: creemos que pensamos con libertad, pero caminamos en círculos dentro del mismo laberinto interior. Nos enorgullecemos de nuestra racionalidad, pero muchas veces es solo una forma sofisticada de quedarnos atrapados.

Hay pensamientos que se vuelven hogar. Vivimos dentro de ellos, nos mudamos ahí, nos identificamos con su forma. Pero ese hogar puede volverse ruina, o peor: una celda. ¿Cómo salir de un lugar en el que creemos estar seguros?

El pensamiento tiene pasillos secretos. Hay ideas que no recordamos haber elegido, pero habitan en nosotros desde hace años. Algunas son semillas ajenas, palabras de la infancia, juicios que alguien nos tatuó sin permiso.

Pensamos con palabras prestadas, con estructuras que nos enseñaron, con lógicas que no siempre cuestionamos. La mente no es solo creación; también es herencia, repetición, reflejo. Pensamos, pero no siempre somos los autores del pensamiento.

Creemos que la mente obedece, que pensar es un acto libre. Pero muchas veces pensamos como un hábito, como un reflejo condicionado. Pensamos sin decidir hacerlo. Y cuando decidimos, ya estamos dentro del juego.

Hay pensamientos que no piensan: solo giran. Ideas que no iluminan, solo repiten. Como si la mente tuviera discos rayados, agujeros de los que no salimos. El problema no es pensar, sino pensar siempre igual y esperar algo nuevo.

No todo pensamiento es consciente. Algunos nos habitan desde el fondo, desde zonas donde la razón no llega. El inconsciente también piensa, o mejor: también nos piensa. La mente tiene partes que nos piensan sin pedir permiso.

Lo más peligroso del laberinto mental es no saber que lo habitamos. Creemos estar avanzando, pero solo giramos. Cambiamos de contenido, pero no de estructura. Replanteamos ideas, pero seguimos en el mismo mapa. El error es más profundo.

Hay que sospechar de la claridad repentina. A veces, una conclusión no es más que una simplificación útil, una salida de emergencia que nos aleja del verdadero centro. No todo lo que parece lucidez es sabiduría.

La mente sabe mentir, a nosotros y a los otros. Justifica, disfraza, edita. Racionaliza el miedo, oculta el deseo, corrige la memoria. Nos hace creer que lo que pensamos es verdad, pero a veces es solo una versión cómoda de la verdad.

Algunos pensamientos duelen, pero liberan. Otros consuelan, pero encierran. No todos los pensamientos son iguales. Unos abren, otros aíslan. Pensar no es garantía de lucidez. Hay pensamientos que solo hacen ruido.

El pensamiento no siempre resuelve, a veces es parte del problema. Pensar más no es pensar mejor. Razonar más no es vivir mejor. Hay momentos en que el silencio o la pausa resultan más lúcidos que mil argumentos.

Los laberintos no se cruzan con prisa ni con fuerza. Se atraviesan con atención, con humildad, con duda consciente. No se trata de destruir la mente, sino de comprenderla. Y a veces, de desmontarla con cuidado.

La salida del laberinto no siempre está afuera, a veces está en el centro. Y el centro no es un punto, sino una comprensión: que no toda duda merece respuesta, que no todo ruido es señal, que no todo pensamiento merece seguimiento.

Pensar puede ser hermoso, pero también agotador. Nos hace sentir vivos, pero puede alejarnos de lo real. Pensamos tanto lo que sentimos, que dejamos de sentirlo. Pensamos tanto lo que somos, que dejamos de serlo.

No se trata de dejar de pensar. Se trata de pensar con conciencia, de elegir qué ideas habitamos, de distinguir entre pensamiento y ruido, entre reflexión y repetición, entre conciencia y encierro.

La mente es una herramienta poderosa: compleja, hermosa, pero también peligrosa si no la reconocemos. No es el enemigo, pero tampoco el único guía. A veces hay que pensar desde el cuerpo, desde el alma, desde el silencio.

Pensar en exceso es andar con los ojos cerrados por dentro. Uno cree que ve, pero tropieza. Cree que avanza, pero gira. La mente necesita dialogar con otros lenguajes: la intuición, la experiencia, el silencio compartido.

Lo que no pensamos también nos forma: el espacio entre ideas, los olvidos, las ausencias. Somos tanto lo que recordamos como lo que dejamos pasar. Y a veces, lo más verdadero no se piensa: se vive.

Salir del laberinto mental no es dejar de pensar, sino aprender a hacerlo distinto. No buscar siempre salidas, sino habitar el centro con preguntas nuevas. No forzar, sino soltar. No resolver, sino comprender.

La mente tiene sombras, sí, pero también puede alumbrarlas. Tiene trampas, pero también claves. No hay que pelear con ella, sino aprender a caminar dentro de ella con otros pasos, y no siempre en línea recta.

El pensamiento puede ser prisión o puente. Todo depende de cómo lo usemos. Puede aislarnos o conectarnos. Puede perdernos o revelarnos. No se trata de pensar menos, sino de pensar con libertad interior.

No hay un mapa único para el laberinto mental. Cada quien tiene el suyo, pero todos compartimos algo: el deseo de comprender sin perdernos, de pensar sin enredarnos. Y quizás, también, de salir por fin hacia el sol.

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.

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