Hasta hace poco los líderes del mundo eran políticos, militares o religiosos. Hoy, el poder real se concentra en un nuevo tipo de figura: visionarios tecnológicos que, desde sus escritorios en Silicon Valley, Estocolmo o Pekín, diseñan los algoritmos que definen nuestras emociones, los dispositivos que nos conectan y las plataformas que nos vigilan. A partir de una brillante investigación publicada por El País Semanal el 4 de julio de 2025, y complementando con múltiples fuentes, decidí analizar con lupa a los 15 “tecnobros” más influyentes del planeta como una radiografía urgente de quienes ya no construyen productos, sino realidades.

Encabezan esta constelación Elon Musk, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, Sam Altman, Jensen Huang y Tim Cook. Sus nombres son sinónimo de disrupción, pero también de concentración de riqueza, influencia política y diseño de futuro. Acompañan figuras tan relevantes como Zhang Yiming (TikTok), Daniel Ek (Spotify), Shou Zi Chew (CEO de TikTok), Reed Hastings (Netflix), Peter Thiel (Palantir), y veteranos como Bill Gates, Larry Page y Sergey Brin. Al frente de Microsoft, Satya Nadella representa una rara combinación de liderazgo ético, inclusión y pragmatismo corporativo.

Todos ellos tienen rasgos comunes, pero también diferencias reveladoras. Casi todos superan los 40 años, son hombres, y poseen una formación técnica o científica sólida, aunque muchos abandonaron universidades de élite (como Harvard o Stanford) para dedicarse a construir sus sueños. Sus patrimonios oscilan entre los 1.000 y los 400.000 millones de dólares, y en varios casos superan los PIB de países medianos. Pero lo más interesante no es lo que tienen, sino lo que representan.

Zuckerberg, por ejemplo, ha evolucionado de programador brillante a arquitecto de realidades sociales sintéticas. Hoy impulsa “amigos artificiales” capaces de reemplazar vínculos humanos, mientras lidera Meta hacia una convergencia entre redes sociales, IA afectiva y realidad aumentada. Musk, siempre al borde de la excentricidad y la genialidad, no solo sueña con Marte: ejecuta, compra, rompe, reinventa. En sus manos están la carrera espacial, los vehículos autónomos y la inteligencia artificial que podría superar a la humana. Sam Altman, menos carismático, pero igual de influyente, maneja OpenAI con una mezcla inquietante de idealismo y poder concentrado. Promueve una IA general alineada con valores humanos, aunque no queda claro quién define esos valores.

Por otro lado, Jensen Huang (Nvidia) es quizás el tecnobro más subestimado y, sin embargo, esencial: sus chips son el motor invisible de toda la revolución de la inteligencia artificial. Sin sus GPU, ChatGPT, Tesla o Midjourney simplemente no existirían. Su fortuna se disparó en 2024 y 2025, y su visión técnica, perfeccionista y rigurosa contrasta con la hiperexposición de otros colegas.

Hay tecnobros silenciosos, como Zhang Yiming y Shou Zi Chew, quienes han logrado que TikTok sea la plataforma cultural más influyente del planeta sin generar una confrontación frontal con el Partido Comunista Chino. Otros, como Peter Thiel, impulsan una agenda abiertamente ideológica: antiestatista, pro defensa, defensora de un mundo donde las democracias liberales sean reemplazadas por ciudades privadas tecnogobernadas. Daniel Ek y Reed Hastings, desde la industria cultural, han reformulado para siempre el consumo de música y series, y lo han hecho con algoritmos tan seductores como opacos.

¿Qué patrones emergen de este análisis? Primero, el poder tecnológico ya no es una extensión de la economía, sino su núcleo. Controlar datos, algoritmos y dispositivos es más relevante que tener recursos naturales o armas. Segundo, la mayoría de estos líderes comparte una visión transhumanista: ven a la tecnología no solo como herramienta, sino como el próximo paso evolutivo. Musk habla de colonias espaciales, Brin y Page de cuerpos aumentados, Altman de inteligencia sobrehumana. Para ellos, la muerte es un problema técnico. Tercero, la ética aparece como un espacio borroso: mientras unos predican la autorregulación (como Altman), otros evitan rendir cuentas (como Musk o Thiel), y unos pocos, como Nadella o Cook, intentan impulsar modelos responsables desde dentro del sistema. Cuarto, la influencia de estos tecnobros no se limita al consumo: financian campañas, diseñan normas, promueven causas, presionan a gobiernos. Son actores políticos, incluso cuando no se presentan a elecciones. Gates ya alejado de la primera línea, concentra su energía en salud y clima, con una influencia real sobre la OMS y la ONU. Musk puede mover el mercado global de vehículos eléctricos o satélites con un solo tuit. Altman testifica ante el Congreso y propone arquitecturas regulatorias que, casualmente, beneficiarían a su propia empresa.

Finalmente, hay una pregunta que flota sobre todos ellos: ¿estamos diseñando un futuro común o estamos entrando en mundos privados, donde cada tecnobro modela su propio metaverso, su propia IA, su propia utopía? Esa fragmentación del poder basada en visiones personales y tecnológicas es quizá el rasgo más nuevo y más inquietante de nuestro tiempo.

Este análisis no es un juicio moral, es una invitación a mirar de frente a quienes ya diseñan el tejido mismo de nuestra vida cotidiana. Sus decisiones definirán qué es la privacidad, cómo serán las emociones, quién podrá vivir 120 años, quién controlará el lenguaje y cómo se educarán las futuras generaciones.

¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA y los tecnobros lo permiten?

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David Vallejo

Politólogo y consultor político, especialista en temas de gobernanza, comunicación política, campañas electorales, administración pública y manejo de crisis. Cuenta con posgrados en Estados Unidos, México y España. Ha sido profesor, funcionario estatal y federal, así como columnista en Veracruz, Tamaulipas y Texas. Escritor de novelas y cuentos de ficción. Además, esposo amoroso, padre orgulloso, bibliófilo, melómano, chocoadicto y quesodependiente.