¿Qué nos hace verdaderamente humanos?
Una enfermera me contó una vez que lo único que podía ofrecerle a un paciente moribundo era su mano. No tenía más medicina, ni palabras, ni tiempo. Solo una mano tibia y silenciosa. “Eso basta”, pensé. Y quizá, eso sea lo más humano.
¿Qué nos hace humanos en un tiempo donde lo humano parece estar en crisis? No es una pregunta nueva, pero hoy cobra un tono urgente. Mientras las máquinas imitan nuestra voz, nuestros gestos y hasta nuestras emociones, nosotros parecemos perder la capacidad de sentir lo esencial.
Durante siglos, pensadores han buscado una respuesta definitiva: la razón, la conciencia, el lenguaje, la compasión, el alma, la capacidad de amar. Y, sin embargo, ninguna definición ha sido suficiente. Tal vez porque ser humano no es una categoría fija, sino una posibilidad en permanente construcción.
Blaise Pascal escribió que “el hombre no es más que un junco, el más débil de la naturaleza, pero es un junco que piensa”. Somos frágiles, sí, pero capaces de pensamiento, de autoconciencia, de compasión. Esa combinación —la vulnerabilidad y la reflexión— es parte de lo que nos constituye.
En esta época de inteligencia artificial, de algoritmos que predicen nuestras decisiones y pantallas que nos distraen del presente, pareciera que hemos delegado no solo el pensamiento, sino también la empatía. Pero las máquinas no dudan. No sufren. No esperan. No aman. No sienten el temblor de una pérdida ni el vértigo de una decisión moral. Ahí es donde empieza lo verdaderamente humano.
Ser humano es preparar un café para alguien que amaneció roto por dentro. Es escribir una carta larga cuando todo el mundo se conforma con un emoji. Es detenerse a escuchar lo que no se dice. Es llorar por una injusticia que no nos afecta directamente, pero que nos conmueve el alma.
Somos humanos cuando nos rompemos y volvemos a armar. Cuando cuidamos a quien no tiene nada que ofrecernos. Cuando perdonamos a alguien que no pidió perdón. Cuando decidimos ser buenos, aunque nadie nos esté viendo.
Emmanuel Levinas lo decía con claridad brutal: “La humanidad del hombre comienza cuando nos hacemos responsables del otro.” Esa responsabilidad, esa forma de mirar al otro como alguien que importa, incluso si no lo conocemos, es el verdadero núcleo de nuestra humanidad.
Lo humano no está en los datos, sino en los dilemas. En las preguntas sin respuesta. En la fragilidad y en el deseo de cuidar, consolar, compartir. Quizá hoy más que nunca necesitamos reaprender a ser humanos. No desde el orgullo de lo que creemos ser, sino desde la humildad de lo que aún podemos llegar a ser.
Porque no todo lo que piensa es consciente. No todo lo que resuelve es sabio. Y no todo lo que siente es humano. Pero todo lo que verdaderamente nos transforma, nos acerca al otro y nos permite mirarnos con compasión... eso, sin duda, sí lo es.
Decimos que somos humanos por nuestras ideas, pero muchas veces son nuestras acciones las que nos definen. ¿De qué sirve una inteligencia brillante si no sabe consolar, si no sabe esperar, si no sabe perder? Una computadora puede vencer a un campeón de ajedrez, pero nunca podrá acompañarlo en el silencio de su derrota.
Ser humano es llorar por alguien que ya no está, y aun así sonreír cuando lo recordamos. Es hacer una fila bajo la lluvia para donar sangre por un desconocido. Es ofrecer el último pedazo de pan, aunque uno tenga hambre. Es decir “te perdono”, sin saber si uno realmente puede hacerlo, pero intentarlo de todos modos.
En los márgenes de la sociedad —en los hospitales, en los refugios, en los cementerios— es donde a menudo florece lo más humano. Una voluntaria que canta bajito a un anciano sin familia. Un joven que levanta a un perro herido del pavimento. Un hombre que guarda silencio mientras otro llora. Todo eso es humanidad en su estado más puro.
Y, sin embargo, nos estamos acostumbrando a vivir sin esos gestos. Nos volvemos expertos en debates digitales, pero cada vez más torpes en el cuidado real. Decimos “me importas” con un clic, pero evitamos el compromiso profundo que implica mirar de frente el dolor del otro. Hemos reemplazado el contacto con interacción, la emoción con reacción, la escucha con notificación.
Martin Buber decía que el verdadero encuentro humano es un “Yo-Tú” y no un “Yo-Eso”. Es decir, que tratamos al otro como alguien irrepetible, no como un objeto funcional. ¿Cuántas veces al día reducimos a los demás a lo que nos dan, lo que hacen, lo que representan, y no a lo que son?
Lo paradójico es que cuanto más conectados estamos tecnológicamente, más desconectados estamos emocionalmente. Cuanto más decimos, menos escuchamos. Cuanto más opinamos, menos comprendemos. La velocidad que nos prometió libertad, nos ha robado la pausa. Y sin pausa, no hay profundidad.
También lo humano es sentirse pequeño ante lo inmenso. Es mirar una aurora boreal, una montaña nevada o un cielo estrellado y saber que somos apenas un suspiro dentro del universo… y, sin embargo, tener la necesidad de agradecer. La espiritualidad, la fe, el misterio que no podemos nombrar: eso también nos revela como humanos. No porque sepamos, sino porque buscamos. No porque dominemos, sino porque nos asombra lo que no entendemos.
Y no menos humano es detenernos por una criatura herida. Cuidar a un perrito abandonado, rescatar un ave caída, indignarnos ante el sufrimiento de un ser indefenso. Esa ternura hacia lo más pequeño, lo más vulnerable, es uno de los gestos más claros de humanidad. Porque quien solo ve humanidad en lo humano, aún no ha entendido lo humano del todo.
Volver a lo humano quizá no sea un gran salto tecnológico, sino una pequeña decisión ética: elegir ver, elegir cuidar, elegir detenerse. Es en lo cotidiano donde más se prueba nuestra humanidad. No se trata de grandes gestas, sino de esos actos diminutos que nos rescatan del egoísmo y nos reconcilian con la ternura.
Quizá el secreto no esté en responder qué nos hace humanos, sino en no dejar de sentirnos parte de la pregunta. Mientras nos duela el dolor ajeno, mientras una ternura inesperada nos sacuda en medio del día… todavía seremos.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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