La guerra como fracaso del pensamiento
La guerra no comienza con las bombas. Comienza mucho antes, cuando las palabras dejan de tener valor, cuando la razón se debilita, cuando la reflexión se convierte en amenaza para el poder. Lo que hoy vemos entre Irán e Israel —como en tantos otros rincones del mundo— no es solo un conflicto político o religioso. Es la consecuencia brutal de una conciencia que ha dejado de pensar.
Porque la guerra, en su esencia más cruda, es eso: la derrota del entendimiento, del diálogo, de la lucidez. Es el grito de quien ya no escucha, el golpe de quien ya no argumenta, la explosión de quien ha dejado de comprender. ¿Qué otra cosa puede ser una bomba cayendo sobre una ciudad sino el testimonio de que la humanidad no ha aprendido a mirar al otro como un semejante?
La filosofía nació para enseñarnos a dudar, a cuestionar, a buscar sentido. Pero cuando los líderes sustituyen la reflexión por consignas, cuando los pueblos aceptan la violencia como única salida, entonces nos alejamos del pensamiento y entramos en la noche del instinto, donde reina el miedo, el odio y la revancha.
Las guerras no solo destruyen ciudades: también arrasan ideas. El pensamiento libre, crítico y compasivo es una amenaza para quienes necesitan enemigos para justificar su existencia. Por eso, la guerra se alimenta del silencio de los sabios, del cansancio de los justos y de la indiferencia de quienes miran desde lejos.
Pensar, en estos tiempos, es un acto de resistencia. Un desafío incómodo. Porque la reflexión verdadera no repite consignas ni busca culpables fáciles. Más bien se atreve a preguntar lo que muchos prefieren callar: ¿quién se beneficia realmente de este conflicto? ¿qué verdades están siendo enterradas bajo los escombros?
Las ideologías que justifican las guerras se presentan como absolutas. Una bandera, una tierra, una religión, una historia convertida en dogma. Pero la filosofía nos recuerda que la verdad rara vez se encuentra en los extremos. La guerra, en cambio, necesita extremos. Los grises no funcionan cuando se quiere legitimar la muerte del otro.
Y cuando pensamos con ética, la pregunta cambia: ¿qué sentido tiene una victoria que se construye sobre cadáveres? ¿Qué humanidad queda en quien celebra el sufrimiento ajeno como una conquista nacional? Quizá el verdadero enemigo no esté fuera, sino dentro: el fanatismo, la soberbia, la renuncia a comprender.
La modernidad nos ha llenado de tecnología, información y velocidad. Pero no ha logrado evitar que sigamos destruyéndonos con una facilidad alarmante. ¿De qué sirve el progreso si no se traduce en una mayor compasión? La conciencia no puede competir con los misiles, pero puede cuestionar los motivos que los disparan.
Las imágenes son insoportables: edificios derrumbados, niños con la mirada perdida, madres abrazando cuerpos sin vida. ¿Y los líderes? ¿Duermen tranquilos? ¿Acaso el poder anestesia la conciencia? ¿O será que, al dejar de pensar, también dejamos de sentir?
Decía Emmanuel Lévinas que el rostro del otro nos interpela, nos exige una respuesta. Pero en la guerra, el rostro del enemigo se desfigura. Ya no es un ser humano, es un blanco. La deshumanización es la herramienta más efectiva de cualquier conflicto. Por eso, pensar también es resistir esa ceguera.
Quizá no podamos detener una guerra con una columna. Pero sí podemos negarnos a repetir sus lógicas. Podemos seguir cuestionando, escribiendo, abriendo grietas en la costra del odio. No para ser neutrales, sino para seguir siendo humanos. Porque hay momentos en los que pensar es el único acto verdaderamente político y profundamente moral.
Y si el pensamiento es frágil, que lo sea. Pero que no desaparezca. Aunque tiemble ante el ruido de los misiles, aunque se sienta solo entre tanta furia, el pensamiento sigue siendo la última trinchera. Allí, entre ruinas, aún podemos encender una luz. No para vencer, sino para volver a mirar al otro… y no disparar.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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