Gobernar en tiempos de laberintos
“El poder es como el laberinto de Creta: quien entra sin propósito termina perdido. Sólo quien conoce su rumbo y lleva el hilo de Ariadna puede salir transformando, no siendo devorado.”
Gobernar es hoy una hazaña. Ya no basta con tener el poder; hay que saber para qué se tiene. Hay que dotarlo de intención, de visión, de rumbo. El gobernante que confunde el ejercicio del poder con el goce del cargo está condenado al extravío. Como en el mito del Minotauro, quien entra al laberinto del poder sin una cuerda que lo ancle —una causa, un compromiso, una claridad de propósito— corre el riesgo de ser devorado por las exigencias, las contradicciones, las crisis y los intereses que giran alrededor del poder.
Lo entendió bien Eduardo Robledo Rincón cuando planteó una pregunta que incomoda a muchos y compromete a pocos: Poder, ¿para qué? Su libro, más que un tratado académico, es una llamada de atención a una clase política que ha confundido el triunfo electoral con la capacidad de gobernar. Ganaron el cargo, pero perdieron el rumbo. Y así, vemos gobiernos sin alma, liderazgos sin ética, proyectos sin sentido.
Hoy, más que nunca, se gobierna en un entorno fragmentado, volátil y profundamente desconfiado. Las democracias ya no otorgan cheques en blanco, sino plazos cortos y vigilancias largas. La sociedad organizada, ese “Quinto Poder” que Robledo describe con lucidez, ya no espera a los partidos: actúa, protesta, veta. Y lo hace en tiempo real, a través de redes, cámaras, hashtags o calles tomadas. Ya no basta con ser electo; hay que ser escuchado, validado, legitimado todos los días.
El problema es que muchos gobernantes llegan al cargo sin propósito. Confunden la campaña con el mandato, el discurso con el plan, la propaganda con la agenda. ¿Cómo gobernar si no se sabe a dónde se quiere llevar a la sociedad? ¿Cómo transformar si todo gira en torno al cálculo inmediato, a la encuesta de mañana o al escándalo de hoy?
Robledo propone un concepto urgente: la Gerencia del Poder. No como simple administración pública, sino como una estrategia integral de liderazgo transformador. Gerenciar el poder es entender que gobernar no es imponer, sino persuadir; no es controlar, sino convocar; no es resistir el cambio, sino conducirlo.
Un gobierno sin propósito puede inaugurar obras, pero no dejar legado. Puede firmar decretos, pero no cambiar realidades. Puede durar seis años… pero no transformar ni seis calles.
Hoy, el verdadero liderazgo se mide por su capacidad de convertir poder en transformación, ego en causa, y burocracia en movimiento. Y eso exige una nueva ética del poder, basada en la humildad, la corresponsabilidad y la vocación de servicio. Ya no hay espacio para liderazgos disfuncionales, ególatras o autoritarios. La democracia los desnuda, los desgasta y, tarde o temprano, los derriba.
La historia ya no premia a quienes saben ganar elecciones, sino a quienes saben gobernar para transformar.
La pregunta está puesta. Cada actor público, cada líder emergente, cada aspirante debe mirarse al espejo y responder con honestidad brutal: ¿Poder para qué?
Porque sin esa respuesta, todo lo demás —la campaña, el discurso, la toma de protesta— no es más que teatro sin libreto.
Alberto Rivera
Construyo procesos de comunicación siendo y haciendo cosas diferentes, provocando emociones y moviendo conciencias hacia la participación social y política.
Ayudo a potenciar marcas de proyectos políticos y gubernamentales a través del descubrimiento de insights, arquetipos de marca y estrategias de comunicación política.
Soy consultor, catedrático y speaker en Estrategias de Campaña Política y de Gobierno. Director General de Visión Global Estrategias.
Soy originario de Tampico, Tamaulipas y cuento con una Maestría en Educación, Maestría en Política y Gobierno y Doctorado en Filosofía; además de tener diversas especializaciones en Comunicación Política, Consultoría Política e Imagen.
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