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El arte de preguntar bien en la era digital

Por: Ricardo Hernández El Día Viernes 13 de Junio del 2025 a las 22:11

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Preguntar bien será, quizás, el arte más necesario del pensamiento humano en esta era de respuestas automáticas.

Vivimos en una era en la que la tecnología no solo expande nuestras capacidades, sino que también transforma profundamente la manera en que pensamos. Desde los algoritmos de recomendación hasta la inteligencia artificial, cada herramienta digital moldea —a veces de forma imperceptible— nuestra percepción del mundo y nuestras formas de conocerlo. Pero surge una pregunta crucial: ¿la tecnología está afinando nuestra inteligencia o adormeciendo nuestra capacidad de reflexión?

Los algoritmos de recomendación son sistemas informáticos diseñados para predecir lo que una persona quiere ver, leer o comprar, basándose en su comportamiento previo. Están presentes en casi todas las plataformas digitales que usamos hoy en día: cuando Netflix te sugiere una serie, cuando Spotify crea una lista de reproducción para ti, cuando YouTube te muestra el siguiente video, o cuando Facebook o Instagram priorizan ciertas publicaciones en tu inicio.

En esencia, estos algoritmos observan lo que haces: qué buscas, qué te gusta, cuánto tiempo pasas en un contenido, y a partir de eso aprenden tus gustos para ofrecerte cosas. Y aunque pueden parecer útiles, también corren el riesgo de encerrarnos en burbujas de contenido que refuerzan nuestras ideas sin retarnos a pensar diferente.

La filosofía ha sido, por siglos, una disciplina anclada en la pausa, el silencio y la contemplación. En contraste, hoy navegamos entre pantallas que nos exigen inmediatez, clics que prometen respuestas instantáneas y notificaciones que interrumpen cualquier intento de profundidad. ¿Nos estamos volviendo más ágiles o simplemente más distraídos?

Acceder al conocimiento nunca había sido tan fácil. En segundos podemos obtener datos, definiciones y explicaciones. Pero esa velocidad puede generar una ilusión peligrosa: confundir información con comprensión. Saber mucho no es lo mismo que entender. Antes, el conocimiento se construía lentamente: leyendo libros, conectando ideas, formulando hipótesis. Ahora muchas veces brincamos de un dato a otro, sin tiempo ni disposición para integrarlo en nuestro pensamiento.

La tecnología siempre ha impactado la mente humana. La imprenta multiplicó el acceso a la palabra escrita; la radio y la televisión reformularon la narrativa colectiva. Pero la revolución digital introdujo algo nuevo: la automatización del pensamiento. Las máquinas ahora predicen, sugieren, completan. Incluso piensan por nosotros, anticipando lo que buscamos antes de que terminemos de preguntarlo. ¿Estamos, sin darnos cuenta, entregando a los algoritmos el timón de nuestra mente?

La inteligencia artificial en particular nos enfrenta a un desafío profundo: redefinir el papel de la creatividad y la razón humana. Si una máquina puede producir arte, escribir textos o resolver problemas complejos, ¿cuál es entonces nuestra aportación como seres pensantes? ¿Estamos ante una colaboración enriquecedora o ante una delegación peligrosa de nuestras facultades mentales?

Y es que el pensamiento humano nace de la incertidumbre. Es en la duda donde florece la verdadera inteligencia. Sin embargo, la tecnología está diseñada precisamente para reducir esa incertidumbre. Nos da respuestas claras, rápidas, categóricas. Pero pensar no es obtener respuestas: es convivir con la pregunta, habitarla, dejar que madure en nosotros.

En este contexto, la calidad de nuestras preguntas se vuelve esencial. No basta con tener acceso a toda la información del mundo; hay que saber cómo buscar, qué preguntar, cómo afinar nuestra curiosidad. Una pregunta vaga genera respuestas vacías. Una pregunta bien formulada, en cambio, abre caminos, ilumina zonas oscuras, permite conexiones inesperadas.

Por desgracia, en la cultura digital estamos perdiendo esa capacidad de preguntar con precisión. El hábito de recibir todo hecho, explicado, resumido, nos desentrena del esfuerzo de problematizar. Aprender a preguntar requiere tiempo, atención, y sobre todo, pensamiento crítico: la capacidad de dudar de lo evidente, de desconfiar de lo automático, de desafiar lo cómodo.

Aquí es donde la educación —formal e informal— juega un papel crucial. Si las nuevas generaciones no desarrollan esta competencia, el conocimiento se volverá fragmentado y superficial. La diferencia entre un pensamiento profundo y uno débil está en la calidad del cuestionamiento, no en la cantidad de datos que se manejan.

Lo he vivido en carne propia. Al intentar generar con IA la portada de un libro, las primeras imágenes no coincidían con lo que imaginaba. Solo a través de la reformulación constante, afinando la petición, logré el resultado que buscaba. La tecnología me dio una herramienta, pero fui yo quien tuvo que aprender a usarla con criterio. Entendí que no se trata solo de pedir, sino de saber cómo pedir.

La clave, entonces, no está en rechazar la tecnología, sino en acompañarla de pensamiento crítico. La tecnología, sin pensamiento crítico, puede atrofiar nuestra mente: nos hace dependientes, pasivos, cómodos. Nos da tanto que dejamos de preguntarnos qué necesitamos realmente. Pensar se vuelve opcional, y eso es un riesgo enorme para cualquier sociedad que aspire a comprenderse a sí misma.

Por eso, en medio de tantas respuestas automáticas, debemos rescatar el arte de la buena pregunta. Porque preguntar bien será, quizás, el arte más necesario del pensamiento humano en esta era veloz. Y en ese arte, tal vez, se juegue el futuro de nuestra inteligencia.

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.

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