¿Tiene un límite nuestra imaginación?
Cuando vernos con otros ojos basta para imaginar distinto
Vivimos rodeados de ideas, diseños, conceptos, discursos. Todo parece haber sido dicho, explorado, etiquetado. Como si la imaginación —ese recurso tan humano— estuviera alcanzando su punto de saturación. Abres una red social y ves versiones de versiones. Hablas con alguien y sientes que estás escuchando un eco. ¿Será que ya todo fue imaginado?
Tal vez no. Tal vez lo que está en crisis no es la imaginación, sino nuestra relación con ella.
La imaginación, cuando es viva, no consiste en inventar castillos en el aire ni en crear mundos exóticos. A veces es algo más silencioso: mirar una taza de café como si fuera la primera vez. Preguntarse por qué seguimos ayudando. Sospechar de nuestras certezas. Imaginar es romper el guion interior, aunque sea por unos segundos.
Pero hay días en que todo parece previsible. Uno escribe y siente que no está diciendo nada nuevo. Uno piensa y sospecha que sus pensamientos ya fueron pensados por alguien más. Esa sensación, a veces, no paraliza: anestesia.
¿Será que nuestra imaginación sí tiene un límite? ¿O será que la estamos usando mal?
Y aquí entra la tecnología. La inteligencia artificial, por ejemplo, es capaz de producir poemas, diseños, ideas. Y, sin embargo, no sueña. ¿Nos estamos apoyando tanto en estas herramientas que ya no nos sentimos responsables de imaginar? ¿Estamos tercerizando nuestra creatividad?
Y entonces surge una pregunta más: ¿es lo mismo imaginar que soñar?
No del todo. Imaginar es una facultad mental: proyectar ideas, crear posibilidades, pensar en lo que no está. Pero soñar es más profundo: nace de una necesidad interior. Mientras la imaginación puede ser técnica, el sueño siempre es emocional. Lo que soñamos nos compromete. Nos involucra. A veces, incluso, nos cambia.
Imaginamos mundos. Pero soñamos con vidas.
Por eso, tal vez el verdadero problema no es que ya no imaginemos, sino que hemos dejado de soñar con algo más grande que nosotros mismos. Y al hacerlo, nuestra imaginación se volvió funcional, rápida, decorativa... pero vacía.
En medio de todo esto, se vuelve común escuchar una recomendación: hay que reinventarse. Pero vale la pena detenerse aquí.
Mucho se habla hoy de "reinventarse", como si fuera una obligación de supervivencia. Cambiar de oficio, de hábitos, de estilo de vida. Pero hay una diferencia sustancial entre reinventarse y verse con otros ojos.
Reinventarse implica hacer algo distinto, a veces desde el impulso de romper con lo anterior. Es un acto más visible, más externo: cambiar el camino, modificar la narrativa, iniciar de nuevo. En cambio, verse con otros ojos no exige un cambio inmediato de rumbo, sino una transformación de la mirada. No es dejar de ser quien uno es, sino reconocer aspectos que estaban ahí, pero ignorados, minimizados o no comprendidos.
Reinventarse es acción. Verse con otros ojos es comprensión. Y a veces, basta con lo segundo para que lo primero ya no sea necesario.
Un buen ejemplo de esto es el famoso ejercicio de los nueve puntos. Se pide a las personas unir los puntos de una cuadrícula de tres por tres usando solo cuatro líneas rectas sin levantar el lápiz. Casi nadie lo logra a la primera. ¿Por qué? Porque, sin que nadie lo diga, todos asumimos que no se puede salir del cuadrado que forman los puntos. El problema no es la falta de imaginación, sino el límite invisible que nosotros mismos nos imponemos.
La solución aparece cuando alguien se atreve a salirse del marco, a extender las líneas más allá de lo que parecía permitido. Esa es la verdadera lección: la imaginación no se bloquea por falta de ideas, sino por exceso de obediencia a lo implícito.
La imaginación no es infinita, pero tampoco está muerta. Tiene pausas. Se esconde. Se oxida cuando no se usa. Y se despierta no cuando lo nuevo aparece, sino cuando lo viejo se vuelve a ver con otros ojos.
Tal vez no se trata de crear más cosas. Tal vez se trata de vernos de otro modo. De volver a soñar con lo que somos capaces de imaginar. Ahí, quizás, vuelva a nacer lo verdaderamente nuevo.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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