¿Temer o explorar?
Conversaciones necesarias sobre la inteligencia artificial
Hace apenas unos días, mi madre me mandó un mensaje por WhatsApp para decirme que tenía algo importante que contarme. Me pidió que, en cuanto me desocupara, le marcara. Lo hice poco después, con cierta intriga. En la llamada, me explicó que había escuchado un programa de radio donde advertían sobre el uso de la inteligencia artificial. Estaba preocupada. Me sugirió que no pasara tanto tiempo “pegado” a eso, porque —según lo dicho en la transmisión— podría afectar mi relación con mis seres queridos. Temía que me alejara de ellos.
No discutí el punto con mi madre. Solo la escuché, como he escuchado a muchas otras personas que, en distintas conversaciones, han expresado miedos similares... o incluso mayores. Algunos me han dicho que la IA es del demonio. Otros, que nos va a robar la información, que nos volverá flojos o que acabará con nuestra creatividad.
He llegado al punto de elegir cuidadosamente con quiénes puedo hablar abiertamente de las maravillas que se pueden lograr usando bien la inteligencia artificial. Uno de mis amigos, por ejemplo, ya ha creado corridos con ayuda de esta tecnología. Esa capacidad creativa de la IA me sorprendió. En mi caso, recientemente envié varias propuestas de portada de libros a una amiga, generadas con ayuda de la IA. También he aprendido a utilizarla para estructurar mejor el contenido de un libro: desde el índice hasta la dedicatoria, los agradecimientos y, sobre todo, los capítulos.
Aunque no me considero un experto, he ido aprendiendo a interactuar con ChatGPT de forma útil. Hace unos días, incluso le pregunté cómo formularle mejor mis preguntas para estructurar un libro, y el resultado fue justo lo que esperaba.
Ese mismo amigo que hace corridos está tan emocionado como yo: ha descubierto herramientas que enriquecen su trabajo, lo divierten y lo impulsan a crear más.
Algo más que quiero compartir: recientemente le propuse a ChatGPT que debatiéramos un tema. Le pedí que no estuviera de acuerdo conmigo, que defendiera una postura firme. El tema fue: “Dar y no dar”. Mi postura inicial fue que todo ser humano debe dar hasta que se canse. ChatGPT no estuvo de acuerdo. Lo interesante fue cómo construyó su oposición: partió de considerar mi afirmación como una tesis absoluta y, con base en principios éticos y psicológicos, argumentó por qué los límites son necesarios.
Expuso que el dar sin medida puede prestarse a manipulaciones, al desgaste emocional o a dinámicas de dependencia. No se trató solo de contradecirme, sino de presentar un enfoque estructurado, con matices, que me obligó a pensar desde otra perspectiva. Ese ejercicio me enseñó algo importante: el valor de un debate no siempre está en ganar, sino en abrir el pensamiento.
Creo que muchos rechazos hacia la inteligencia artificial no vienen de un uso real de la herramienta, sino de las imágenes que tenemos construidas en la cultura popular. El cine de ciencia ficción, por ejemplo, nos ha alimentado durante décadas con la idea de que las máquinas nos dominarán, que desarrollarán conciencia propia y nos volverán prescindibles. Es natural que eso genere temor. Pero lo que tenemos hoy no son robots con intenciones ocultas, sino algoritmos que, bien empleados, pueden ser aliados. No se trata de ingenuidad, sino de discernimiento: saber distinguir entre el mito y la realidad.
El miedo a lo nuevo no es nuevo. En otros tiempos, también se temió a la radio, a la televisión, al internet. Cada avance tecnológico ha sido recibido con escepticismo, muchas veces por desconocimiento o por la sensación de que algo tan poderoso escapará a nuestro control. Pero con el tiempo, aprendemos a convivir con estas herramientas, a ponerles límites, a aprovecharlas en lugar de condenarlas. La inteligencia artificial no es diferente: lo que realmente hace la diferencia es la manera en que decidimos integrarla a nuestra vida cotidiana.
No todo lo que hace la IA es perfecto, ni tiene por qué serlo. Hay errores, sí. Hay límites, también. Pero detrás de cada sesión de escritura, cada imagen generada, cada conversación con una máquina entrenada para dialogar, hay una oportunidad para aprender algo nuevo, incluso sobre nosotros mismos. A mí me ha servido para pensar mejor, para ordenar ideas, para cuestionar creencias, para escribir con más claridad. ¿Acaso eso no es también una forma de crecimiento?
En lugar de cerrar la puerta, propongo abrir el diálogo. Escuchar con respeto a quienes tienen dudas —como mi madre— y al mismo tiempo compartir los beneficios que muchos hemos encontrado al explorar esta herramienta. No se trata de elegir entre lo humano y lo artificial, sino de buscar una relación más inteligente entre ambas dimensiones. Porque no es la IA la que nos aleja: es el uso superficial, sin reflexión, lo que puede desconectarnos de lo esencial.
Quizá la pregunta no sea si debemos usar o no la inteligencia artificial, sino cómo la vamos a usar para seguir siendo humanos. No se trata de reemplazar la empatía, la creatividad ni el pensamiento crítico, sino de potenciarlos. Lo importante no es que pensemos como una máquina, sino que no dejemos de pensar por nosotros mismos. Y en ese camino, la tecnología —bien entendida— puede ser una aliada, no una amenaza.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
Para que HOYTamaulipas siga ofreciendo información gratuita, te necesitamos. Te elegimos a TI. Contribuye con nosotros. DA CLIC AQUÍ