La soledad pensada: un refugio y un abismo
Hablar de filosofía no es hablar de teorías abstractas alejadas de la vida. En este contexto, la filosofía es una forma de mirar con profundidad lo cotidiano, una disposición a detenerse, a cuestionar, a comprender lo que sentimos y vivimos. Es, como decía María Zambrano, “el pensamiento que se hace cargo del sentido”.
La soledad, desde esta mirada, no es un trastorno ni un síntoma de desequilibrio, sino un reencuentro con el ser que piensa. No implica huida ni encierro, sino regreso: volver a uno mismo, a lo esencial, a esas preguntas que solo emergen cuando el bullicio se apaga.
En tiempos de exceso, donde la presencia constante parece una exigencia social, la soledad se percibe casi como un error. Pero ¿y si, en lugar de evitarla, la pensáramos? Es decir, ¿y si la abordáramos no como una falla que corregir, sino como una vivencia que puede comprenderse? Pensar la soledad es detenernos a explorar qué nos revela, cómo nos transforma y qué verdades nos dice sobre nosotros cuando dejamos de vivir en función de los demás.
La filosofía nos recuerda que estar solos no significa estar vacíos, sino plenamente presentes. Pascal decía que "toda la desgracia de los hombres proviene de no saber quedarse quietos en una habitación". Lo escribió en el siglo XVII, pero parece dirigido al mundo actual. Hoy, cuando todo empuja hacia fuera, detenernos y escucharnos puede resultar un acto profundamente contracultural.
¿Qué parte de mí emerge cuando no hay nadie cerca? ¿Quién soy sin el espejo de los otros? ¿Puedo sostenerme sin la aprobación externa?
La soledad confronta, sí, pero también revela. Es en ese silencio no impuesto —sino elegido— donde muchas veces aparece la conciencia de lo que somos y de aquello que tememos. Nietzsche advirtió que quien no soporta su propia compañía está en mala compañía. No lo dijo como juicio, sino como alerta: quien huye de sí mismo corre el riesgo de perderse en los demás sin jamás encontrarse.
¿Estoy escapando de algo o acercándome a lo que de verdad importa? ¿Esta soledad es un hueco… o una pausa fértil?
No se trata de idealizar el aislamiento, sino de reconocer el valor filosófico de estar consigo. En la soledad se ha gestado buena parte del pensamiento humano: los diálogos que Platón escribió para dar voz a Sócrates nacen de la introspección; los místicos guardaban silencio para intuir lo inefable; los existencialistas caminaron solos con sus dudas. Incluso quienes escriben, como yo hoy, saben que parte del oficio es saber habitarse.
¿Qué ideas surgirían si dejara de distraerme? ¿Qué podría escuchar si atendiera con calma lo que el silencio intenta decirme?
Pensar en soledad es una forma de enriquecer el espíritu, porque ese encuentro con uno mismo activa la mente, nos recuerda que somos seres pensantes por naturaleza. Entonces, ¿y si en lugar de huir de nosotros mismos… corremos a nuestro encuentro?
La soledad es como la noche. No siempre la buscamos, pero siempre llega. Y cuando lo hace, no queda más que dejarnos envolver. Tenemos que aprender a estar con nosotros, así como aceptamos que la noche cae para invitarnos al silencio. Porque solo en esa oscuridad serena, muchas veces, aparece la claridad que tanto buscamos bajo el sol.
Tal vez no se trata de llenar el silencio, sino de aprender a habitarlo. Ahí, donde nadie aplaude ni observa, pueden nacer las decisiones más honestas, las verdades más nuestras. No todo lo valioso ocurre en compañía. Hay preguntas que solo se contestan en voz baja, a solas, sin testigos.
Y aunque la soledad a veces duela, también puede sanar. Nos reordena por dentro, nos limpia de lo superficial y nos permite ver con otros ojos lo que antes evitábamos. Cuando dejamos de temerla, descubrimos que no era enemiga, sino mensajera. Nos hablaba de algo pendiente. Y por fin, decidimos escuchar.
Columnista de HOYTamaulipas
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