La resiliencia no se trata solo de resistir, sino de descubrir nuevas versiones de nosotros mismos cuando todo parece perdido.

La palabra resiliencia ha ganado popularidad en los últimos años, pero corre el riesgo de volverse un término vacío si no lo conectamos con experiencias reales. No se trata de aparentar fortaleza ni de fingir que no duele. Al contrario, ser resilientes implica reconocer el dolor, vivirlo, y aun así encontrar dentro de nosotros una voluntad —a veces pequeña, casi imperceptible— de seguir adelante.

Reinventarse no significa volver a ser lo que éramos antes de la tormenta. Tampoco se trata de olvidar o negar lo vivido. La verdadera transformación ocurre cuando somos capaces de integrar la experiencia, con todas sus heridas y aprendizajes, para emerger con una mirada distinta, una sensibilidad más profunda, una nueva forma de estar en el mundo.

En mi vida personal, atravesé una ruptura sentimental que me dejó vulnerable y expuesto. A eso se sumaron dificultades económicas que pusieron a prueba mi estabilidad y mi ánimo. Hubo momentos en los que el horizonte parecía difuso, casi inexistente. Pero incluso entonces, no dejé de caminar. Cada paso, por más pequeño que fuera, me acercaba a una nueva claridad. En ese momento de sufrimiento, se llega a un límite… pero no todo termina ahí. Después de cruzar ese camino que quema, uno se vuelve más fuerte. Los pasos son más firmes. La manera de pensar adquiere un tono de madurez que no se consigue sin haber tocado fondo alguna vez.

He conocido otras personas que también han atravesado enfermedades, duelos, rupturas o fracasos. Y muchas de ellas, en medio del caos, descubrieron habilidades que desconocían, valores dormidos o propósitos que jamás se habían planteado. La tormenta no fue el final, sino el inicio de otra historia.

A veces creemos que ser fuertes significa no quebrarnos nunca, pero la verdad es otra: la fortaleza real se manifiesta cuando, aun rotos, elegimos reconstruirnos. Cada cicatriz es un testimonio de que estuvimos ahí, que nos dolió, pero que seguimos. La resiliencia no borra el pasado, lo honra. Porque cada caída nos da una perspectiva distinta, y cada tropiezo nos entrena para caminar con más consciencia.

También es cierto que no todos vivimos la tormenta con los mismos recursos. Algunos cuentan con redes de apoyo, otros enfrentan en soledad su lucha diaria. Y, sin embargo, incluso en la soledad, brota una voz interna que empuja, que guía, que recuerda que vale la pena intentarlo una vez más. La resiliencia no depende de tener todas las respuestas, sino de mantener encendida la llama de una sola pregunta: ¿cómo sigo adelante desde aquí?

En ese proceso de reconstrucción, descubrimos nuevos vínculos, nuevos talentos, e incluso nuevas pasiones. Lo que parecía un final, con el tiempo, se revela como un comienzo encubierto. Hay quienes, después de perderlo todo, encuentran un propósito que antes no podían ver. Esa es una de las maravillas de la resiliencia: no solo resiste, también revela.

Por eso, cuando escuchamos historias de personas que salieron adelante pese a todo, no deberíamos verlas como excepciones, sino como recordatorios. Cada uno de nosotros guarda dentro una reserva de fuerza que a veces solo se activa en la crisis. Somos más capaces de lo que creemos, y más sabios de lo que aparentamos. Solo hace falta atravesar la tormenta para descubrirlo.

Y cuando uno se da cuenta de que ya pasó la tormenta y venció, las siguientes, por muy fuertes que sean, dejan de asustar igual. Porque sabemos, por experiencia propia, que somos capaces de enfrentar cualquier adversidad. Los desafíos de la vida no son más que una especie de horno donde se nos pone a prueba… y desde donde sale lo que en verdad somos: seres resilientes por naturaleza.

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.