Los juegos prohibidos
En el mundo antiguo, el atleta era un símbolo de perfección. El cuerpo en su límite, la voluntad llevada al extremo, el juego limpio como ritual sagrado. Hoy, un grupo de empresarios y tecnólogos propone reescribir ese mito. Quieren que dejemos atrás la pureza, la prohibición, la hipocresía de los controles antidopaje, y aceptemos lo que ya es inevitable: que el futuro del deporte será biotecnológico, radical, sin límites. Así nacen los Enhanced Games, un proyecto real, con fecha, sede y millones en juego. La idea es sencilla y devastadora: crear una olimpiada donde se pueda competir con esteroides, implantes, nootrópicos, dopamina inducida, estimuladores neuronales y cualquier cosa que ayude a rendir más… sin importar cómo. La primera edición ya tiene ciudad: Las Vegas, la capital del riesgo. El único lugar donde una apuesta como esta podía tomar forma y se realizará en el 2026.
¿Quién está detrás? Aron D’Souza, un empresario australiano que no teme hablar de evolución, transhumanismo y libertad corporal como derechos civiles. Donald Trump Jr. y Peter Thiel lo respaldan. El evento ofrece medio millón de dólares al ganador de cada disciplina y un millón a quien rompa un récord mundial. Promete streaming global, tecnología en vivo, y un espectáculo donde los músculos se inflan como algoritmos, las prótesis corren más que las piernas, y el dopaje deja de ser delito para volverse diseño. Es el sueño húmedo de los biohackers. Y la pesadilla de todos los comités olímpicos del planeta.
Cada competidor podrá declarar qué sustancias usa, qué modificaciones lleva, qué algoritmos regulan su ritmo cardíaco. Para ellos no hay trampa si todos juegan con las cartas abiertas.
Los defensores de esta idea tienen argumentos poderosos. Dicen que los Juegos Olímpicos tradicionales están llenos de hipocresía, que muchos atletas ya utilizan métodos clandestinos y que los récords son cada vez más difíciles de romper sin ayuda química. Dicen que impedir la mejora es impedir el progreso, que el cuerpo humano es sólo una plataforma, que lo verdaderamente injusto sería limitar lo que puede lograr quien se atreve a cruzar los umbrales de la ciencia. Hablan de libertad, de soberanía personal, de competencia honesta entre seres que decidieron mejorarse. Hablan del derecho a ir más allá.
Pero bajo ese discurso de autonomía resuena un eco incómodo: ¿y si esa libertad es sólo otra forma de explotación? ¿Qué pasa cuando el espectáculo exige riesgos que el cuerpo no puede sostener? ¿Qué ocurre cuando el dopaje deja de ser una opción y se vuelve la única manera de competir?
Los Enhanced Games desafían al deporte y ponen en jaque a la ética médica, a la lógica evolutiva y al concepto mismo de lo humano. Al permitir cualquier mejora, podrían inaugurar una nueva especie de atletas, más resistentes, más rápidos, más capaces… pero menos humanos, o al menos menos biológicos. Tal vez el mérito deje de estar en entrenar y empiece a depender de lo que puedas pagar, implantar o ingerir. Tal vez estemos presenciando el nacimiento de una era donde los récords ya no pertenezcan a cuerpos sino a combinaciones de sustancias. Tal vez lo que hoy nos parece extravagante mañana sea estándar. Todo experimento comienza así.
La medicina deportiva ha reaccionado con alarma. Advierte que muchas de estas sustancias provocan daños irreversibles: hipertrofia cardiaca, fallos hepáticos, colapsos hormonales. Algunos biohackers minimizan los efectos. Otros aceptan los riesgos con la frialdad de quien cree que el futuro exige mártires.
A nivel simbólico, los Enhanced Games son una ruptura. Abren un portal hacia una civilización que deja de venerar la naturaleza para rendirse al artificio. Lo que antes era trampa ahora se vuelve regla. Lo que antes era límite se convierte en plataforma. Puede que esta nueva competencia no reemplace a las olimpiadas tradicionales, pero lo que sí hará es exhibir nuestra contradicción. Celebramos la mejora tecnológica en todos los ámbitos, menos en el cuerpo. Aplaudimos coches autónomos, algoritmos que piensan, brazos robóticos en fábricas, pero exigimos que el atleta compita sin ayuda. ¿Por qué?
Tal vez porque el deporte era uno de los últimos lugares donde creíamos que el mérito era puro y dependía del esfuerzo.
En Las Vegas, dentro de poco, veremos cuerpos convertidos en laboratorios. Algunos los aplaudirán como pioneros. Otros los verán como advertencia. Lo cierto es que los Enhanced Games son un dilema ético y una pregunta abierta, un espejo incómodo, un ensayo general del futuro que viene.
Y como todo futuro, no espera permiso para llegar.
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Una chamoyada bien fría para Greis y Alo.
David Vallejo
Politólogo y consultor político especialista en temas de gobernanza, comunicación política, campañas electorales, administración pública y manejo de crisis. Cuenta con posgrados en Estados Unidos, México y España.
Además esposo amoroso, padre orgulloso, bibliófilo, melómano, chocoadicto y quesodependiente.
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