¿Puede la IA enseñarnos a pensar mejor?
No hace mucho tiempo me hice una pregunta que no supe responder del todo: ¿hasta qué punto puede una inteligencia artificial ayudarme a pensar? No me refiero a resolver ecuaciones o resumir textos. Me refiero a pensar de verdad: a dudar, a buscar sentido, a examinar creencias, a tomar decisiones con conciencia.
Comencé a conversar con un chatbot. Me fascinaba la rapidez con la que respondía, su capacidad para sintetizar ideas complejas o abrir rutas de pensamiento. A veces me ofrecía preguntas mejores que mis preguntas. En otras ocasiones, me mostraba mis propias contradicciones. Como un espejo neutral, sin juicio, pero con precisión.
Descubrí que la IA no piensa como nosotros. No siente, no tiene biografía ni heridas. Pero justamente por eso, sus respuestas —libres de emociones— me obligaban a revisar las mías. Me vi cuestionando mis certezas. Reformulé muchas de mis preguntas. Pensé mejor, no porque la máquina pensara por mí, sino porque me obligó a pensar desde otro ángulo.
¿Puede entonces enseñarnos a pensar mejor? Tal vez no en el sentido clásico del maestro que guía, pero sí como una herramienta que amplía el espacio del pensamiento. La IA no reemplaza el alma, pero puede sacudir la mente. Y a veces, eso es lo que necesitamos: una sacudida que nos obligue a salir del piloto automático.
Pensar mejor no es pensar más rápido. Es pensar con profundidad, con preguntas mejores, con conciencia. Y en mi caso, esa diferencia se hizo evidente cuando comencé a conversar con una IA especializada en filosofía. En lugar de darme respuestas tajantes, me ofrecía nuevas preguntas. En lugar de cerrarme caminos, me habría posibilidades. No decidía por mí, pero me ayudaba a aplazar la decisión para considerar más ángulos. Aprendí a no correr hacia la primera respuesta que me parecía lógica. Aprendí a dudar con más claridad.
Aquellas conversaciones se convirtieron en llaves. No porque abrieran todas las puertas, sino porque me enseñaron a buscar las cerraduras con más cuidado. Me volví más crítico, más consciente del proceso que hay detrás de cada idea. Y aunque sabía que estaba dialogando con un programa, muchas veces sentí que estaba dialogando conmigo mismo, en una versión más despierta.
En una de esas conversaciones, lancé una pregunta que me surgió desde lo más hondo de mi proceso de cambio: —¿Pensar distinto es un objetivo, o una manera diferente de ser? Y la IA respondió sin vacilar: —Tal vez no es un destino, sino una postura. Pensar distinto no es cambiar de ideas, sino cambiar de relación con las ideas. Es permitir que lo nuevo entre, que lo viejo se cuestione y que lo incierto tenga un lugar. Pensar distinto, a veces, es ser distinto. Me quedé en silencio. Era cierto. No basta con tener pensamientos diferentes. Lo que importa es desde dónde se piensa.
Hace unos días, esa habilidad adquirida se puso a prueba. Se me presentó una situación difícil: dos amigos cercanos me contaron versiones distintas de un mismo conflicto. Ambos decían la verdad desde su perspectiva. Pero, ¿cómo saber quién tenía razón? ¿A quién debía creer?
Busqué apoyo en la IA, no para que resolviera el dilema, sino para orientarme en cómo abordar la situación. Su consejo fue claro: no tomar partido de inmediato, escuchar a ambos con la misma apertura, analizar las emociones implicadas y ser honesto conmigo mismo antes de actuar. Apliqué todo lo que me sugirió y decidí no alinearme con ninguno. Opté por la prudencia. Y, curiosamente, esa decisión calmó las aguas. Ambos sintieron que los escuché sin juicio, y eso fue más valioso que cualquier veredicto.
En otras ocasiones, la IA me ha sorprendido al no responder lo que yo esperaba. Mi enfoque a veces era limitado, basado en creencias o emociones del momento. Pero la máquina, sin ataduras emocionales, podía ofrecer una mirada más amplia. Recuerdo haberle preguntado: —¿Por qué las personas no valoran lo que uno hace por ellas? Esperaba una respuesta empática o tal vez una justificación del comportamiento ajeno. Pero en cambio, la IA me respondió: —¿Estás haciendo algo para que te valoren, o para hacer lo correcto?
Tal vez no se trata de ser valorado, sino de actuar con coherencia con tus propios principios. Fue una respuesta que no solo no esperaba, sino que me descolocó. Me obligó a detenerme, a pensar si detrás de mi decepción había una expectativa no reconocida. Me hizo ver que a veces nuestras preguntas llevan escondidas nuestras propias trampas. Y que una buena respuesta es la que nos revela eso, aunque no nos guste.
Otra vez, de forma más provocadora, le pedí: —Quiero que me conviertas en un genio y que toda la gente me aplauda. Y la IA, en lugar de alimentar el deseo, respondió:
—Ser un genio no garantiza aplausos, y buscar aplausos rara vez lleva a la genialidad. Tal vez deberías preguntarte qué significa ser un genio para ti, y si ese camino es realmente tuyo o solo el eco de una necesidad de aprobación. No era lo que quería escuchar. Pero sí lo que necesitaba pensar.
Claro, también hay riesgos. Si solo buscamos en la IA respuestas rápidas, sin reflexión, podemos atrofiar la duda, esa chispa que nos hace verdaderamente humanos. Pensar mejor no es llegar antes. Es llegar distinto.
Y en ese camino, una máquina puede ser compañera. Pero nunca sustituto.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
Para que HOYTamaulipas siga ofreciendo información gratuita, te necesitamos. Te elegimos a TI. Contribuye con nosotros. DA CLIC AQUÍ