Hoy es Martes 24 de Junio del 2025


¿Hasta cuándo debemos ayudar?

Por: Ricardo Hernández El Día Martes 27 de Mayo del 2025 a las 20:30

La Nota se ha leido 449 veces. 1 en este Día.

Una pregunta que incomoda

Una vez le preguntaron a la Madre Teresa de Calcuta cuánto tiempo debía uno seguir ayudando a los pobres. Con serenidad, respondió: —Hasta que te canses de dar.

Tan breve como contundente, su respuesta encierra una profundidad que pocos advierten a primera vista. ¿Fue una respuesta práctica? ¿Una evasiva filosófica? ¿O una verdad desnuda, sin adornos?

Cuando uno da una y otra vez, ¿significa que aún tiene fuerza para hacerlo? ¿O simplemente que no se ha atrevido a parar? ¿Es posible no cansarse nunca? ¿De qué depende ese cansancio: de lo que damos, de a quién se lo damos, o de por qué lo hacemos?

También cabe preguntarse: ¿cansarse de dar qué? Porque uno puede dar dinero, tiempo, compañía, comprensión. Puede ofrecer una palabra o un silencio, una presencia o una mano extendida.

¿Y a quién se da? ¿A un niño hambriento? ¿A un anciano olvidado? ¿A un joven perdido? ¿A un familiar que insiste? ¿A un desconocido que pide?

La pregunta original —¿hasta cuándo?— va abriendo otras que la hacen más difícil de responder. Pero también más humana.

El cansancio de dar

Una verdad difícil de asumir: uno también se cansa de dar.

Aunque la causa sea noble. Aunque el otro lo necesite. Aunque el corazón quiera seguir, el cuerpo —y a veces el alma— se agotan.

Recuerdo una tarde en que tomaba café en un pequeño local atendido por su dueño, un joven emprendedor. Como no había otros clientes, comenzamos a platicar. En medio de la conversación, un hombre en situación de calle se asomó por la puerta y pidió apoyo. El joven emprendedor lo miró y le dijo, sin dureza pero con firmeza: —En la otra vuelta te doy.

El hombre en situación de calle se retiró sin insistir. Entonces, el joven se giró hacia mí y explicó: —Ese señor pasa todos los días. Quiere que todos los días le dé dinero. Pero yo siento que no debo seguirle dando, porque luego ya no hallo cómo decirle que ya no venga.

Lo escuché con atención y después, más por empatía con el hombre que se alejaba que por curiosidad, le pregunté: —¿Es mucho lo que le das?

El joven emprendedor titubeó antes de responder. No supe si le costaba reconocer que daba poco, o si en realidad sí le daba más de lo que parecía.

Ahora, al recordar esa escena, comprendo que mi pregunta tenía un fondo más filosófico que material.

¿Qué es mucho y qué es poco? ¿Cuánto debe dar uno para sentirse con derecho a decir "ya no"? ¿Puede uno cansarse de dar poco? ¿Y si ese "poco" no representa nada para quien da, pero significa mucho para quien lo recibe?

Una persona con poder económico puede dar cada día una moneda sin que eso le afecte. Pero tal vez se canse emocionalmente, no del acto, sino del compromiso implícito que se crea con quien pide.

En cambio, alguien con escasos recursos puede dar lo mismo y sentir que está compartiendo algo esencial. Y, sin embargo, no se cansa.

Entonces, ¿de qué depende el cansancio? ¿Del esfuerzo? ¿De la frecuencia? ¿O de cómo y por qué se da?

Cuando dar no cansa

No todos se cansan de dar. Esa es otra realidad.

Un amigo sacerdote me contó hace años la historia de un empresario panadero que, durante buen tiempo, apoyó económicamente a varios seminaristas que vivían cerca de su panadería. Su ayuda era constante, discreta y generosa.

Nunca preguntó hasta cuándo. Nunca esperó nada a cambio. Nunca se quejó. Simplemente, lo hacía.

¿Por qué no se cansó?

¿Tenía más recursos que otros? Tal vez. Pero también había algo más. Quien da por convicción y no por presión, suele encontrar una fuente más estable de energía interior.

Quizá ese panadero entendía que lo suyo no era una obligación, sino una misión. Y cuando uno ayuda desde ahí, desde el sentido profundo, lo que entrega no se siente como pérdida, sino como una extensión de uno mismo.

En cierto modo, ayudar también es una vocación. Y como toda vocación, puede vivirse con gozo… o con agotamiento, según cómo se entienda.

¿Está bien entregarse así?

Desde hace tiempo me pregunto si lo que hago está bien para mí.

Durante años he dado lo que tengo, no lo que me sobra: paciencia con el necesitado, alegría en momentos difíciles, compasión en tiempos de enfermedad, ayuda física en situaciones que lo exigen.

No ha habido obligación. No he firmado contrato alguno. Solo he seguido esa voz interna que dice: ayuda si puedes, ayuda si estás.

Pero hay momentos en los que me detengo a pensar: ¿Está bien entregarse de esa manera? ¿Es justo para uno mismo? ¿Es sano?

Uno puede dar sin límites durante años, sin notar si el propio corazón se ha ido vaciando en el camino.

Y entonces me cuestiono: ¿Es generosidad lo que me mueve? ¿O necesidad de sentirme útil? ¿Es amor al otro? ¿O miedo a decepcionarlo si dejo de estar?

No me hago estas preguntas para justificar un cambio. Las hago para entender el porqué de mi entrega. Porque no quiero ayudar por inercia ni por hábito. Quiero que mi ayuda siga naciendo de la conciencia, no de la costumbre.

Quizá está bien entregarse sin condiciones. Pero también está bien preguntarse: ¿Dónde quedo yo en todo esto?

Ayudar como forma de ser

Hay preguntas que no buscan respuesta, sino compañía.

¿Hasta cuándo debemos ayudar? Quizá no haya un momento exacto. Ni un límite claro. Ni una medida justa.

Tal vez la verdadera cuestión no sea hasta cuándo, sino desde dónde.

Desde dónde ayudamos: ¿Desde el deseo de aliviar al otro? ¿Desde la necesidad de llenar un vacío? ¿Desde una creencia, una fe, una costumbre? ¿Desde el amor genuino o desde el deber?

La ayuda, cuando es verdadera, no agobia ni exige reconocimiento. Pero incluso la ayuda más noble necesita raíces firmes para sostenerse.

Porque nadie puede dar lo que no tiene. Nadie puede cuidar si no se cuida. Ayudar no es perderse en el otro. Es encontrarse con él, sin dejar de ser uno mismo. Tal vez, al final, ayudar sea una forma de vivir. No una carga ni una obligación, sino un modo silencioso de decir: Estoy aquí. Y mientras esté, no te dejaré solo.

Hacerse preguntas sobre el acto de dar no significa dudar del valor de la generosidad, sino iluminar su sentido. Cuestionar es una forma de cuidar la intención con la que actuamos, de evitar que lo que debería ser consciente se vuelva automático.

Solo cuando exploramos nuestras razones para ayudar comprendemos si damos desde el amor, la costumbre o el miedo. Porque no basta con extender la mano; también es necesario entender por qué lo hacemos.

En esa búsqueda se revela una verdad más profunda: comprender nuestras acciones es el primer paso para descubrir su verdadero significado. Y quizás, al entender por qué damos, aprendamos también a recibirnos a nosotros mismos con mayor claridad.

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.

DONA AHORA

Para que HOYTamaulipas siga ofreciendo información gratuita, te necesitamos. Te elegimos a TI. Contribuye con nosotros. DA CLIC AQUÍ


DEJA UN COMENTARIO

HoyTamaulipas.net Derechos Reservados 2016
Tel: (834) 688-5326 y (834) 454-5577
Desde Estados Unidos marque: 01152 (834) 688-5326 y 01152 (834) 454-5577