El cónclave: el poder del ritual en la era del espectáculo
En un mundo gobernado por la velocidad, donde el poder se expresa en trending topics y se mide en clics, el Vaticano persiste en una lógica inversa: elige a su máxima autoridad mediante un rito arcaico, deliberadamente lento, silencioso y clausurado. El cónclave no compite por atención; la impone. Y lo hace a través de un diseño ceremonial donde nada es accidental. Cada gesto, cada vestidura, cada silencio está cargado de una intencionalidad que no necesita explicarse. Es una coreografía milenaria donde lo simbólico sustituye a lo discursivo, y donde la solemnidad adquiere el rango de mensaje.
El cónclave no es únicamente un mecanismo de elección: es una representación del poder en su forma más depurada. El encierro en la Capilla Sixtina, el corte total de comunicación con el exterior, el juramento de secreto absoluto… Todo esto no solo busca proteger una decisión, sino producir un efecto: el de un poder que emana desde lo sagrado y que se legitima no por transparencia, sino por trascendencia. Mientras los gobiernos modernos debaten bajo reflectores, el Vaticano se retira al silencio ritualizado, convencido —y con razón— de que el misterio también comunica.
En una era hipervisual, donde las pantallas transmiten millones de estímulos por segundo, el mundo aún se detiene ante una señal primitiva: una columna de humo blanco saliendo de una chimenea. No hay conferencias de prensa ni comunicados oficiales. Solo humo. Y, sin embargo, el mensaje es universal. Porque cuando el símbolo está cargado de historia y legitimidad, una simple señal puede hablarle a la Tierra entera con autoridad. Ese humo, tantas veces caricaturizado, es hoy uno de los pocos signos capaces de unir a creyentes, curiosos y escépticos en una misma expectativa.
En tiempos donde la política se desgasta por el exceso de exposición, el cónclave ofrece lo contrario: contención, secreto, formalidad. Su liturgia no solo protege el proceso de elección, también lo eleva. El ritual actúa como blindaje frente a la sospecha, la presión mediática y la inestabilidad. No se elige al Papa en una negociación pública: se le revela, envuelto en incienso, latín y tradición. Es un poder que no se defiende con argumentos, sino con símbolos. Y en esa elección de las formas está gran parte de su eficacia comunicativa.
Cada cónclave es también una pantalla en blanco donde se proyectan deseos, miedos y expectativas. ¿Será un pontífice reformista? ¿Africano? ¿Conservador? ¿Cercano a los márgenes? El silencio del proceso permite que todas las especulaciones convivan, que cada sector se sienta representado en la posibilidad. Eso amplifica el interés global. Y una vez elegido, el nuevo Papa no solo encarna una visión teológica: representa un gesto político, una narrativa para el presente.
“El verdadero poder es el servicio”, dijo alguna vez el Papa Benedicto XVI.
Y el cónclave, con su arquitectura meticulosa y su lenguaje simbólico, no solo decide quién portará la tiara invisible del liderazgo espiritual. Decide también cómo se debe ejercer ese poder: con solemnidad, en silencio, y bajo un ritual que —contra todo pronóstico— sigue conmoviendo al mundo entero.
Alberto Rivera
Construyo procesos de comunicación siendo y haciendo cosas diferentes, provocando emociones y moviendo conciencias hacia la participación social y política.
Ayudo a potenciar marcas de proyectos políticos y gubernamentales a través del descubrimiento de insights, arquetipos de marca y estrategias de comunicación política.
Soy consultor, catedrático y speaker en Estrategias de Campaña Política y de Gobierno. Director General de Visión Global Estrategias.
Soy originario de Tampico, Tamaulipas y cuento con una Maestría en Educación, Maestría en Política y Gobierno y Doctorado en Filosofía; además de tener diversas especializaciones en Comunicación Política, Consultoría Política e Imagen.
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