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Starbase. La nueva ciudad texana de Musk

Por: David Vallejo El Día Martes 06 de Mayo del 2025 a las 20:56

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Elon Musk lo ha conseguido. Por mayoría de votos, y en una decisión que ya marca un parteaguas en la historia de la relación entre lo público y lo privado, ha nacido oficialmente Starbase, la ciudad creada, pensada y promovida por SpaceX, en el extremo sur de Texas. En apariencia, se trata de una incorporación legal más, una figura tipo C que permite organizar servicios públicos, designar autoridades y gestionar impuestos. Pero en realidad, estamos frente a uno de los fenómenos políticos, éticos y filosóficos más inquietantes de nuestro tiempo.

Porque esta no es una ciudad cualquiera. Starbase fue impulsada desde una empresa privada, votada por empleados de esa empresa, con un alcalde designado entre los directivos de esa empresa, y con un proyecto urbano, económico y tecnológico subordinado a los intereses de esa misma empresa. Y sin embargo, ha sido aceptada como entidad jurídica autónoma, con los mismos derechos legales que cualquier otra ciudad del estado. Es la utopía corporativa hecha ley.

Quienes celebran el nacimiento de Starbase ven en ella la promesa de un futuro más ágil, innovador, sin trabas burocráticas, sin políticos ineficaces. Imaginan una comunidad hipertecnológica, autosuficiente, eficiente y con estándares de vida extraordinarios. Es la proyección física de Silicon Valley más allá del software, es la colonización de la realidad por la lógica empresarial. Starbase representa el sueño libertario de quienes creen que los privados pueden gobernar mejor que los gobiernos, que los emprendedores son más sabios que los funcionarios, que el mercado es más justo que la ley.

Pero toda utopía conlleva una sombra. Y la de Starbase es densa. ¿Puede una ciudad ser realmente libre cuando sus habitantes trabajan para el mismo patrón que diseña sus calles, gestiona sus impuestos y nombra a sus gobernantes? ¿Dónde queda el derecho a disentir, el poder de la crítica, la pluralidad de intereses? ¿Qué pasará con quienes pierdan el empleo y, al mismo tiempo, pierdan su lugar en la comunidad? ¿Cuál es la frontera entre la vivienda y el campamento laboral? ¿Y si la empresa quiebra, si decide irse, si reestructura y ya no requiere a los mismos ciudadanos que alimentaron su primer impulso?

Más allá del caso concreto de Musk, lo que Starbase representa es una advertencia sobre la creciente disolución de los límites entre el poder empresarial y la soberanía política. La democracia moderna se fundó sobre la separación de poderes, sobre la idea de que nadie puede ser juez y parte. Pero en esta ciudad, los poderes económico, ejecutivo y comunitario han sido absorbidos por una sola estructura. Y lo más preocupante es que ha sido legal. Consentido. Votado.

Es necesario volver a las preguntas fundamentales: ¿qué es una ciudad?, ¿qué significa gobernar?, ¿dónde reside la legitimidad? Aristóteles definía la ciudad como el espacio de la palabra, el lugar donde los hombres se reunían para deliberar sobre lo justo y lo bueno. Pero en Starbase, la palabra será reemplazada por el código, el ágora por la sala de juntas, el contrato social por el NDA. No habrá oposición, porque todos son parte del mismo engranaje. No habrá debate, porque todos comparten la misma visión. No habrá conflicto, porque el sistema ha sido diseñado para evitarlo. Es la paz artificial de los algoritmos. Y eso, precisamente, es lo inquietante.

Frente a esta realidad emergente, la política pública debe reaccionar con lucidez. Regular no implica prohibir, pero sí prevenir. Asegurar que el experimento de Starbase, si ha de existir, no vulnere los principios democráticos más elementales. Que la ciudadanía no se convierta en un beneficio laboral. Que el acceso a servicios, a vivienda, a representación, no dependa de una nómina. Que el futuro no sea un club privado, sino una comunidad compartida.

Los filósofos del siglo XXI no están en la academia, sino en las salas de diseño de urbanismo computacional, en los comités de ética de las tecnológicas, en los despachos donde se redactan nuevos códigos legales para realidades que apenas comienzan a existir. Pero su tarea sigue siendo la misma que hace dos mil años: advertir el peligro de los absolutos, la belleza tentadora de las soluciones perfectas, la seducción de lo funcional cuando se olvida lo humano.

Starbase puede ser el inicio de una era o el símbolo de un extravío. Puede inspirar nuevas formas de convivencia o erosionar las bases del pacto republicano. Lo único claro es que este hecho nos obliga a pensar. Y si algo necesitamos hoy más que nunca, es eso: pensar con profundidad, con coraje, con memoria. Antes de que la realidad sea diseñada sin nuestra voz, sin nuestro consentimiento, sin nuestra alma.

¿Voy bien o me regreso? Nos leemos prontos si la IA y las ideas de Musk lo permiten.

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Magnolias para Greis y Alo.

David Vallejo


Politólogo y consultor político especialista en temas de gobernanza, comunicación política, campañas electorales, administración pública y manejo de crisis. Cuenta con posgrados en Estados Unidos, México y España.
Además esposo amoroso, padre orgulloso, bibliófilo, melómano, chocoadicto y quesodependiente.

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