Intentamos subir la sierra en un vocho amarillo
Teníamos que subir a Los San Pedros, un lugar situado en lo alto de la sierra. Lorena y Marta me habían avisado un día antes que si quería irme con ellas que nos veríamos al día siguiente en un punto a orillas de la carretera, aunque no me especificaron en qué tipo de carro o camioneta nos iríamos hasta allá.
Durante el tiempo en que había permanecido en Los San Pedros, cada vez que me tocaba bajar a la ciudad normalmente me venía con el chofer de un camión maderero. No había una hora específica en que bajaban los camiones cargados de madera. Lo que uno tenía que hacer era preguntar si algún chofer tenía una salida a la ciudad, entonces se le preguntaba qué día y a qué hora y si podíamos irnos en el camión, ya sea como copiloto o arriba de la madera.
A ese mismo chofer se le preguntaba qué día regresaba o si podía hacernos el favor de preguntarle a otro compañero cuándo subiría a Los San Pedros. De esa manera uno podía programar las idas y vueltas hacia aquel bello lugar. No siempre iban o venían solos los choferes, ya que había familias que tenían la necesidad de ir a la ciudad para arreglar asuntos personales o familiares.
Entre el bosque formado de árboles de pino, cedro y encino se puede ver un camino rojo el cual conduce hasta Los San Pedros, un lugar hermoso por su vegetación. Una pintura viva hecha por la misma naturaleza. Se pueden apreciar de lejos y de cerca pequeñas casas construidas de madera; yo diría que tienen un aspecto más parecido a una cabaña.
Cuando me tocaba bajar de Los San Pedros en un camión maderero era agradable volver a encontrarse con ese camino que serpentea al bajar la sierra. El camino parece inofensivo durante el día, porque el canto de las aves armoniza con el silbido del viento, o por el delicado crujir de las ramas de los árboles en una tarde de verano. En un día de inverno o de frío ese mismo escenario es capaz de producir escalofríos de andar solos por el lugar.
Los animales que normalmente andan cerca de las casas o un poco distante de ellas, son las vacas, los burros y algunos caballos. La gente que está familiarizada con esos animales no les provoca ningún susto o miedo. Pero cuando se trata de gente como nosotros que no estábamos acostumbrados a ver animales tan de cerca, ese sí era un problema.
No íbamos de paseo, sino por cuestiones de trabajo. Mis amigas Lorena y Marta tenían que arreglar asuntos relacionados con la escuela para adultos. Por mi parte, llevaba información para las siguientes clases que yo impartía a los niños.
Nos habíamos puesto de acuerdo en la hora y lugar para subir a Los San Pedros. Como habíamos quedado, me encontraba esperando a un lado de la carretera para que pasaran a recogerme. Ese día por la tarde, a un lado de mí, se detuvo un “vocho” amarillo: ahí venían Lorena, Marta y un joven; enseguida supe que era amigo de Lorena.
No me había parecido buena idea la del vocho, pero no había que pensarle mucho, porque no me había contactado con ningún chofer ese día para que pasara a recogerme en el libramiento. Aunque no era buena la idea de irnos los cuatro en el carrito, emprendimos el viaje hacia Los San Pedros.
Desde que comenzamos a subir la sierra tuve el presentimiento de que no íbamos a lograrlo, el vochito amarillo estaba teniendo dificultad para subir. Adentro del vocho Lorena y Marta por momentos hacían bromas, otras veces permanecían calladas. No era para menos, nos empezamos a preocupar cada vez que se apagaba el carro. El amigo de Lorena hacía todas las maniobras necesarias para que no se apagara y pudiéramos seguir avanzando.
¡La noche nos alcanzó y todavía faltaba buen tramo para llegar hasta la cima de la sierra!
El vocho se apagaba, luego volvía a arrancar. Nos encontrábamos a mediación del camino. A nuestro alrededor todo estaba oscuro, no se veían los árboles ni nada, apenas se podía ver un pedazo de tierra cuando lo alumbraba el vochito.
Pudimos avanzar un poco más. De pronto comenzó a llover y nosotros nos empezamos a preocupar. Los truenos asustaron a mis amigas, gritaban cada vez que los escuchaban. De mi interior comenzó a activarse un botón de alarma, mi ritmo cardiaco se aceleró. Algo teníamos que hacer, no debíamos quedarnos a esperar un milagro: el vocho ya no quiso arrancar.
El amigo de Lorena dijo lo que tal vez no quería, pero que se vio obligado a hacer: “Vayan ustedes a pedir ayuda a Los San Pedros; yo me quedo aquí”. Cuando dijo eso, Lorena, Marta y yo salimos apresurados del vocho y nos fuimos caminando bajo una fuerte lluvia, parecía que estábamos viviendo una película de terror, es que en verdad daba miedo caminar de noche por el bosque, sin un arma o un palo siquiera para defendernos de algún animal.
A mí me estaba costando mucho esfuerzo estar subiendo el camino que conducía a la cima de la sierra. No habíamos avanzado gran cosa cuando Marta me dijo que si no me importaba que me iba a tomar de la mano porque tenía mucho miedo. Lorena nos llevaba pasos adelante. Tomé de la mano a Marta y juntos nos dimos ánimo para seguir caminando.
Después de estarlo haciendo por casi una hora, por fin llegamos a la entrada de Los San Pedros. Alcanzamos a ver algunas vacas que estaban pastando por el lugar. Según dichos de las personas que habitan en ese lugar, se supo que días antes un oso se había comido una vaca.
A nosotros no se nos ocurrió pensar en eso. Caminábamos apresurados para llegar a pedir ayuda. Cuando llegamos hasta Los San Pedros, nos dio mucho gusto haberlo logrado. Estábamos empapados de agua, teníamos mucho frío, yo quería llegar a la casa que me habían asignado en mi permanencia en ese lugar mientras enseñaba a los niños a leer y a escribir.
Lorena me dijo: “Si quieres quédate aquí, Ricardo. Nosotras vamos a buscar ayuda con un amigo que vive cerca de aquí, porque si tú te vas con nosotras no vamos a caber los cuatro en su camioneta y está lloviendo mucho”. “Está bien”, les dije.
El frío, la lluvia, y el miedo me habían hecho perder mucha fuerza.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
Para que HOYTamaulipas siga ofreciendo información gratuita, te necesitamos. Te elegimos a TI. Contribuye con nosotros. DA CLIC AQUÍ