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El día que gané una medalla por mis estudios

Por: Ricardo Hernández El Día Viernes 27 de Diciembre del 2024 a las 17:55

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Tenía una razón especial para no prestar tanta atención a las cuestiones que surgían entre nosotros como estudiantes de preparatoria, sobre todo en el salón de clases. Por ejemplo, con juegos, bromas o cualquier otro motivo que no estuviera relacionado con las clases o materias, eso lo hacía a un lado porque tenía una meta muy clara.

Me encontraba en una etapa en la que tenía que demostrarme a mí mismo que era capaz de sacar el primer lugar en aprovechamiento. En la secundaria, por ejemplo, no alcancé ni siquiera a estar dentro de los primeros diez alumnos que se disputaban el primer lugar de toda la generación. Llegué muy tarde a la competencia, porque durante el primer año estuve renegando por el taller donde me colocaron, que era el de Máquinas y Herramientas.

Para el segundo año, ya cuando había calmado mis ímpetus, me entraron las ganas de competir por el primer lugar en mi salón de clases, aunque en el grupo "H" donde estaba, no había compañeros que pensaran entrar a una competencia, por lo menos no lo demostraban. Debido a la capacidad más desarrollada de entendimiento que tenían algunos de ellos, se puede decir que entre nosotros había unos más listos que otros.

Estaba Martín, por ejemplo, que se le daba muy bien las matemáticas y las Ciencias Naturales. Otro caso era Ignacio, un adolescente distraído y juguetón, a él le entraba la información por un oído y no se le salía por el otro, porque era capaz de retener una pregunta hecha por el maestro aún y cuando andaba distrayendo a otros compañeros.

Cierto día el maestro de Ciencias Naturales se enojó con Ignacio porque le estaba robando la concentración para explicar el tema. Le llamó la atención diciendo que todos los demás compañeros estábamos poniendo atención a su clase, menos él. Le ordenó inmediatamente que le diera la respuesta a lo que acababa de explicar en la clase, pero antes de que respondiera Ignacio, nos exhortó al resto de los alumnos que levantáramos la mano si alguien entre nosotros se sabía la respuesta.

Al ver el maestro que nadie dijo "yo", volteó a ver a Ignacio y le comentó: "Si tus compañeros no saben la respuesta, menos tú que no estás prestando atención". Y remató: "A ver Ignacio, dime la respuesta". Ignacio se levantó de su asiento para decir lo siguiente: "la respuesta es bióxido de carbono, maestro". Al maestro no le quedó otro remedio más que rascarse la cabeza.

Martín e Ignacio eran los que más se distinguieron en el primer año de secundaria, ni siquiera yo me consideraba capaz de hacerles sombra. No me creí capaz, pero en segundo año lo tuve que creer.

Comencé a echarle ganas en el segundo año. Fui merecedor de varios reconocimientos por aprovechamiento. A finales del tercer año ya se mencionaban los posibles ganadores del primer lugar de toda la generación, entre ellos se encontraba la hija de una maestra de español. La hija de la maestra se llamaba Violeta, era una adolescente hermosa, de labios delgados, nariz pequeña, de una sonrisa encantadora.

Cierto día llegó la maestra al salón de clases junto con su hija, no sé por qué razón me pidió la maestra que apoyara a su hija a estudiar, ya que se estaba preparando para un examen. Posteriormente supe que había sido Violeta la que se quedó con el primer lugar en aprovechamiento de nuestra generación.

No tenía por qué sentirme frustrado por no ser el ganador, pero sí llegué a creer que me afectó un poco, así como también reconocí que dentro de mí había capacidad y coraje para lograr un reconocimiento especial por mis estudios. Esa oportunidad la tuve que buscar en la preparatoria.

Por eso, desde el primer momento en que me inscribí en la prepa, tomé enserio lo del estudio, la meta la tenía bien clara: competir por el primer lugar en aprovechamiento de toda la generación. Para poder lograrlo había que pasar una serie de obstáculos y no eran precisamente obstáculos en la escuela, sino en nuestra vida, porque existen muchos problemas en la familia, problemas económicos, problemas emocionales, incluso, problemas psicológicos.

Si uno como estudiante, ya con dieciséis años de edad, era capaz de salir adelante con todos los problemas antes mencionados, entonces lo del estudio dependía de disciplina, concentración, de amor para que todo ese esfuerzo de estudiante fuera gratificado con buenas calificaciones.

Entre una excompañera de la prepa y yo nos hemos platicado actualmente cuáles fueron algunos de los problemas por los que estuvimos pasando como estudiantes. Llegamos a la conclusión de que todos pasamos por una serie de dificultades, sobre todo en la familia, debido a ello no logramos concentramos en clases. Con todo y el costalito de broncas que cada uno trae desde casa, nos habíamos inscrito en la preparatoria muchísimos jovencitos y jovencitas.

Algunos chavos ya traían novia, otros andaban en eso, también estábamos los que tomamos en serio el estudio. En mi salón de clases no vi quien estuviera interesado en sacar excelentes calificaciones, más bien fue al llegar al tercer semestre del bachillerato donde se puso buena la competencia por el primer lugar, pero no éramos muchos, sino dos: era uno al que le decían “El sabio”, y yo a quien mis compañeros me decían: Richi, Rico, Richard o simplemente Ricardo.

A comienzos del cuarto semestre me enteré que El sabio era el que tenía mejores calificaciones de la generación. Yo me había puesto un poco triste porque no le entendía a la materia de Física, ya que siempre tuve problemas para comprender las matemáticas, no me gustaban las fórmulas, las ecuaciones. El maestro de la materia de Física había reprobado a todo el grupo, y nuestra líder o representante del grupo nos tuvo que convocar a una reunión urgente. La representante nos dijo que al día siguiente a la hora que nos tocaba la materia de Física, le íbamos a cerrar la puerta al maestro para que no entrara.

Al día siguiente, por la mañana, la representante junto con otros cinco compañeros fueron los que esperaron a que saliera la maestra de otra materia, enseguida cerraron la puerta del salón. Nos advirtieron que nadie intentara abrirle la puerta al maestro. Cuando llegó la hora, el maestro se asomó por el vidrio de la ventana de la puerta. Algunos compañeros se cubrieron con sus manos la cara, otros habían agachado la cabeza, los líderes del grupo permanecieron junto a la puerta, dándole la espalda al maestro.

Después de unos minutos bajó la subdirectora para saber qué ocurría con nosotros. Los líderes del grupo abrieron la ventana, pero no la puerta, y le dijeron que el maestro nos había reprobado a todos, y que no lo queríamos más en clases. El arreglo fue que nos cambiaron de maestro por lo que restaba del semestre.

Cuando el nuevo maestro de Física nos aplicó el examen todos aprobamos con diferentes calificaciones, yo saqué un ocho, y ese ocho fue el único que saqué en los dos años que estuve estudiando la preparatoria, porque en todo había pasado con diez. La subdirectora fue a buscarme al salón de clases para avisarme que yo había ganado la medalla al mérito Benito Juárez. La emoción fue muy grande y gratificante, luché por ese sueño con mucho esfuerzo. 

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.

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