La niña que se me apareció en un sueño
En un sueño que tuve hace días había mucha gente dentro un salón de eventos que ya no cabía nadie más. Afuera, en el patio, nos habíamos quedado varias personas que no lográbamos ver lo que sucedía en el interior; tan solo se podían escuchar ruidos mezclados de voces y gritos.
Me encontraba entre la multitud, cerca de la puerta del salón, cuando sentí la presencia de una persona que estaba muy cerca de mí, tanto que no me permitía moverme hacia enfrente, aunque lo intentaba. Al momento en que decidí decirle a la persona que se hiciera a un lado, me di cuenta que era una niña como de diez años de edad, estaba vestida de negro, su cara también era de ese color, incluso sus brazos y las manos, hasta el cabello que le llegaba a los hombros.
Le reclamé: “Oye, te puedes hacer a un lado o hacerte un poco más allá; no puedo moverme”. La niña respondió que no era ella la que no me dejaba moverme, porque a ella nadie la podía ver. “¿Por qué dices eso?” Le pregunté agachándome un poco para que me escuchara. Ella me respondió: “Es que estoy muerta. Estoy aquí para ver si me puedes hacer un favor”.
En ese momento me le quedé viendo de arriba a abajo, su pequeña figura de negro me impresionó al instante en que la vi. Su voz sin duda era la de una niña.
“¿Qué necesitas?”, le pregunté sin vacilar. “Ahí adentro está mi padre (se refirió al salón de eventos), quiero que le preguntes si ya me hizo la transferencia de doscientos pesos.”
En el sueño todo parecía real. Tenía que hacerle una pregunta obligada: “¿Cómo te llamas?”. La niña me respondió: “Me llamo Andrea”, al decir su nombre la niña desapareció de mi vista. Se me había olvidado preguntarle también por el nombre de su padre para ir a buscarlo entre la multitud y pasarle el recado.
Se me ocurrió desapartarme rápidamente de entre la gente para aislarme por un momento y poder hablarle. “Andrea, ¿estas por ahí?”, ella se apareció al instante; me contestó con su voz de niña: “Sí; aquí estoy. ¿Ya le diste el recado a mi padre para que me haga una transferencia por doscientos pesos?”.
“Andrea –le hablé en voz baja, al tiempo que miraba hacia los lados para cerciorarme de que nadie me estuviera viendo–, es que no me has dicho cómo se llama tu padre”.
La niña se me había aparecido tal como la vi la primera vez: vestida de negro, con su carita negra y sus bracitos del mismo color. “Willy, así lo conocen sus amigos, pero se llama Pedro Martínez”, me informó la niña.
Regresé a donde estaba la multitud para meterme casi a fuerza al interior del salón de eventos. Una vez estando ahí, comencé a preguntar en voz alta: “¿Alguien conoce al señor Willy?; ¿alguien de ustedes conoce al señor Willy?”. Nadie me respondió.
El sueño se cortó ahí y me pasé a otro. En el sueño andaba con unos amigos en un taller mecánico, en eso escuché que un mecánico le dijo a su compañero quien estaba abajo de un carro: “Pásame las llaves, Willy”. En ese preciso instante me acordé de Andrea. Apresurado me desaparté de los amigos para hablarle a la niña fantasma: “Andrea, ¿andas por ahí?”. La niña volvió a aparecerse: “Aquí estoy”, respondió ella, y me volvió a recordar: “¿Ya le diste el recado a mi padre?”.
“Andrea, no pude darle el recado a tu padre porque nadie lo conoce –me disculpé–; pero estoy en un taller mecánico y ahí se encuentra un señor que le dicen Willy. ¿Cómo es tu padre físicamente?, ¿cómo viste?”.
La niña se fue desvaneciendo lentamente ante mi vista, hasta desaparecerse por completo. Le hablé una y otra vez, pero ya no volvió.
¿Sería el mecánico el padre de Andrea? ¿Hubiera terminado mi compromiso con la niña al pasarle el mensaje a Willy, el mecánico?
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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