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Escritos de pandemia

Por: Ricardo Hernández El Día Sabado 27 de Marzo del 2021 a las 13:00

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(Fragmentos de mi próximo libro “22 DÍAS DE PANDEMIA).

 

Jueves, 26 de marzo (2020).

5:34 de la mañana.

Hace media hora me desperté, cuando lo hice en lo primero que pensé fue en el sueño que tuve. Había soñado con Susana, mi exnovia, a quien por cierto no la he vuelto a ver desde que rompimos nuestra relación, de eso hace más de quince años. Qué curioso que mi mente la haya sacado del baúl de los recuerdos.

Según el sueño, un tipo X se había acercado a mí con la intención de explicarme que Susana era su novia, me pedía de favor que no me acercara a ella por nada del mundo. En el mismo sueño podía ver el rostro moreno de mi exnovia junto con su largo cabello negro.

Cuando me levanté de la cama me fui derecho al baño. El fuerte deseo de orinar lo más probable es que haya sido la causa de que me despertara justo a las cinco de la mañana.

A través de la cortina de mi cuarto pude ver luces que se apagaban y se encendían.

Enseguida me di cuenta de que provenían del cuarto de mi madre. Me acerqué hasta donde se encontraba ella para ver si estaba acostada viendo la televisión, o si estaría sentada en el borde de la cama.

Según me pude dar cuenta, ella había preferido seguir acostada. En la pantalla de la TV alcancé a ver las palabras: COVID-19.

La noche anterior le había preguntado a mi madre que tenía duda de si se escribía COBIT-19 o COVIT-19.  Mi madre me corrigió, dijo que se escribía “COVID”, “con be chiquita y con d al último”, me aclaró ella.

La tarde de ayer me llamó el señor Francisco, un hombre a quien le había ayudado a redactar su historia autobiográfica.

El señor Francisco habló para avisarme que todas las oficinas del gobierno federal a partir de mañana dejarían de laborar. “¿Qué te resolvieron de la Afore?”, me preguntó. Le expliqué que me habían dicho que hablara hasta el próximo sábado 28 de marzo antes de mediodía.

“Pues a ver si alcanzas, porque ya están cerrando las oficinas”, me advirtió.  En ese instante se me ocurrió preguntarle: “¿Van a cerrar por cuestiones de Semana Santa, o por causa del coronavirus?”.

El señor Francisco se quedó pensativo, al último respondió: “Pues Semana Santa comienza en la segunda semana de abril”.

No sé por qué, pero ahora cada vez que escucho nombrar el mes de abril me entra una alegría muy especial, sobre todo porque acabo de escuchar por boca de la gente que el coronavirus es de frío, que con el calor se puede llegar a morir, que abril es el mes de los intensos calores.

Tan sólo hace unos días estuvimos a una temperatura de 39 grados y ya nos andaba a mi madre y a mí. Ella se había quejado del calor, yo le aclaré que el calor era nuestro principal amigo, que el coronavirus se iba a morir con los calores de abril.

Ella se sonrió y dijo: “¡Ojalá!; Dios te escuche”.

Ayer por la noche antes de acostarme, mejor dicho, antes de dormirme, porque acababa de acostarme en la cama, me habló mi amigo Noé.

Noé es un señor como de sesenta años, usa bastón y tiene la capacidad de interpretar cualquier broma pesada o ligera, dependiendo de quien venga, por lo general no toma las cosas tan apecho, por el contrario, siempre me ha aconsejado el arte de la paciencia y la tolerancia.

“A mí me han llegado a decir que me parezco a Albert Einstein -me aclaró él-, supongo que porque traigo el cabello alborotado, pero yo así soy feliz”.

Durante nuestra conversación telefónica, Noé me explicó que al día siguiente se iba a reunir con un grupo de amigos profesionistas, que estaban preparando un buen agasajo con comida y Wiski.

Noé acababa de hacerme la noche feliz, pues minutos antes no había dejado yo de pensar en lo que tal vez sucediera al día siguiente, o qué iba a suceder en caso de que dejaran de trabajar en la Afore, o en el Banco.

¿Qué tendría que obligarme a hacer en caso de no obtener el pago de retiro por desempleo?

La conversación con Noé me hizo pensar en otra realidad muy distinta a la que había comenzado a vivir, porque se reuniría con sus amigos, porque se había programado para comer, para convivir, para tomar Wiski. Mi amigo se escuchaba alegre, esa alegría me la transmitió en la medida que lo escuchaba.

“¿Y hasta cuándo nos vamos a reunir nosotros?”, le pregunté. Mi pregunta fue más un reclamo, porque la semana pasada me prometió ir al café y nunca llegó al restaurante.

Llegué a pensar que mi amigo no saldría de su casa por miedo al coronavirus. “Mañana jueves tengo la reunión con esos amigos -me aclaró él-; me voy a desocupar hasta muy tarde; mejor nos vemos hasta el viernes, nos hablamos por la mañana”.

El restaurante donde Noé y yo acostumbramos a tomar café, poco a poco se fue quedando vacío.

Cierto día, mientras me tomaba el café en ese lugar, comencé a ver hacia los lados, hacia el fondo donde las mesas y sillas se veían tristes y vacías.

En ese momento recordé aquellos días cuando el restaurante estaba lleno, algunas personas, mujeres, sobre todo, hacían sus reuniones a puerta cerrada. Cuando entraban ellas al restaurante era muy notorio, cuando salían ya ni se diga.

Pero era agradable escuchar voces de mujeres y hombres, porque todo se vuelve una canción, todo armoniza, se vuelve parte de un todo; y de ese todo formamos parte Noé y yo.

El café no había dejado de gustarme, incluso creo que llegó a gustarme más, tal vez por la preocupación de ver esa realidad, una realidad que se podía interpretar como ausencia, vacío, soledad, tristeza y desolación.

Hubo un instante en que llegué a pensar que si seguía rociando mis labios en la taza de café me estaba exponiendo a un posible contagio por coronavirus. En ese momento comenzó a dolerme la cabeza, por eso preferí salirme del restaurante.

Podía comprender la razón que tuvo la gente como para haber dejado de asistir al café, alcanzaba a entender el motivo que tuvo Noé para dejarme esperando

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.

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